Trigueirinho, Señales de Contacto

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Descripción

Trigueirinho, Señales de Contacto

 

 

SEÑALES

DE

CONTACTO

 

EL VALIENTE RELATO DE LA EXPERIENCIA DE TRASCENDER LA MUERTE

 

TRIGUEIRINHO

 

Desde tiempos inmemoriales el hombre de la superficie de la Tierra intenta trascender la muerte. Ahora llegó el momento de hacerlo.

 

Primera Parte

LA LLEGADA AL VALLE

 

«Si el cielo dejase de ser puro, en poco tiempo se disolvería. «

 

Lo que está incompleto será completado

 

A la hora del crepúsculo, nos encaminamos hacia el Valle de Erks, área de contacto con visitantes cósmicos que hace millones de años frecuentan la Tierra. Íbamos en automóvil por las rutas de la provincia de Córdoba, en la Argentina, rumbo a aquella región montañosa que otrora fuera fondo del océano. En las formaciones rocosas que nos rodeaban se veían marcas de erosión, antiguo tra­bajo de las aguas del mar. En las montañas, que irradiaban su pro­pia energía y la de los minerales, se habían esculpido rostros huma­nos, cabezas o cuerpos de animales como también otras formas sim­bólicas. Aunque en la ruta no había flores ni tampoco en los alrede­dores, a medida que nos aproximábamos al área, un perfume de ge­ranio se iba percibiendo cada vez más intensamente en el interior del vehículo. Luego que el perfume se hizo sentir, me fue dado saber que él nos indicaba la presencia de seres cósmicos. Constatando es­to, vimos en el cielo, a nuestra derecha, una nave espacial que se mostraba como una estrella brillante. Bastante más próxima que una estrella verdadera, su brillo aumentaba y disminuía, dándonos una señal de su colaboración con el trabajo que allí se iniciaría con nosotros.

Muchos de los puntos brillantes que se ven en la conocida bó­veda celeste no son estrellas ni planetas, sino naves extraterrestres o intraterrenas desempeñando tareas. Existen individuos que aprenden a distinguirlas; llegan a contactarlas internamente y a obtener res­puestas de ellas. La famosa Estrella de Belén, por ejemplo, mencio­nada en la Biblia, era en verdad una nave realizando un trabajo sa­grado, en un momento especialmente significativo para la evolución de la Tierra.

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El automóvil seguía por las montañas, subiendo por un caminito bordeado de vegetación quemada por el fuego, encendido por hombres que aún están lejos de saber convivir con la Naturaleza y respetar la vida. El perfume de geranio permanecía con nosotros y las naves espaciales continuaban acompañándonos. Ahora se veían otras, además de aquella que se nos presentó al comienzo del tra­yecto. Anunciaban que en poco tiempo habría una gran operación, para que pudiésemos tomar contacto con un sector del trabajo reali­zado por razas cósmicas en beneficio de este planeta.

Cada vez que la Tierra se aproxima a una transición, se hace visible la presencia de esas naves espaciales. Así fue en los tiempos atlantes, así lo menciona la Biblia y así también ocurre hoy. El in­tenso trabajo realizado por ellas demuestra que están próximos los tiempos de una operación global. Proseguíamos, entretanto, rumbo a esos contactos, sin crear expectativas ni alimentar en nosotros nin­gún interés por sensacionalismos o fenómenos. Íbamos al encuentro de lo desconocido con una actitud simple, sin miedo, entusiasmo o emociones. Y, en esa atmósfera de tranquilidad interna y extema, las transformaciones comenzaron a suceder.

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Un rápido progreso está ocurriendo en la consciencia de algunos individuos. Mantener una notable calma e imparcialidad ante asuntos que los emocionaban en otros tiempos, es una prueba de ello. Sin embargo, lejos de ser un distanciamiento, ese nuevo estado de ánimo corresponde a una aproximación del ser a lo real, pues, en verdad, sólo es posible comprender profundamente un hecho o una situación interna cuando nos mantenemos imparciales frente a ellos. Fue con ese espíritu que, al encontrarme con realidades musitadas para mí hasta entonces, me mantuve tranquilo delante de ellas, co­mo si fuesen absolutamente normales para los sentidos. Este relato podrá ayudar a otros individuos a recibir con sabiduría el desapego que actualmente experimentan.

En el amplio horizonte a nuestro alrededor, veíamos armonio­sa actividad de naves que se encendían y se apagaban. Entre noso­tros había una especie de comunicación sutil, no palpable; se pre­sentaban como si fuesen nuestras antiguas conocidas. Algunas se deslizaban por el espacio físico a sólo pocos centímetros del suelo; silenciosamente atravesaban el valle, desplazándose hacia la iz­quierda hasta detenerse en lugares específicos, desde donde emitían señales más intensas, como núcleos luminosos que son. Esas señales obedecen a un código propio y las detenciones forman parte de un trabajo de reconocimiento en coligación con otras naves. El ámbito de actuación de esas naves es muy amplio; transciende el lugar en que se manifiestan y, muchas veces, aun hasta los límites de este sistema solar. Bien a nuestra derecha, en el punto donde se inicia­ra la operación, una gran nave espacial, brillante, de luz amarillo-anaranjada, comandaba aquella sagrada maniobra. Mientras tanto, otras, más pequeñas, desaparecían en el interior de las montañas y de las capas subterráneas del suelo. Al encontrarse con un elemento concreto en su camino, una nave extraterrestre o intraterrena puede cambiar de dimensión instantáneamente, pasando a niveles suprafísicos. Posee la capacidad de atravesar cualquier cuerpo material sin producir choques ni fricciones. Este es uno de los motivos por los cuales, actualmente, pueden transitar armoniosamente tantas naves espaciales en la órbita de la Tierra. Los otros motivos son de orden más sutil, pues la comunicación entre seres de alta evolución es in­terna y, por lo tanto, infalible, cuando ocurre en planos vibratorios estables. Se tiene noticias de accidentes en ese campo, aunque serían ocasionados por la imprudencia o por la ignorancia de pilotos o as­tronautas terrestres que ingresan en el campo magnético de alguna nave espacial materializada[1].

Desde el lugar donde me encontraba, no podía ver las bocas de entrada de esas naves en las montañas, pero percibía que desapa­recían ordenadamente. Toda la operación era como una sinfonía di­rigida por un experto regente cósmico, representante del Orden de los Universos. Mientras estábamos allí, presenciamos el retomo de más de cien naves que venían de diferentes misiones en diversos puntos de la Tierra. No teníamos informaciones acerca de las tareas que realizaban, pero las naves se daban a conocer, indicando ellas mismas que todo era controlado por una ingeniería sideral, si es que esta expresión puede ser empleada en esos casos de extremo orden y organización suprafísica. Expresando un código de comunicación sutil, ellas aumentaban y disminuían su luminosidad, permitiéndo­nos incluso fotografiarlas. Sin ningún recurso técnico especial, nos fue posible registrar realidades existentes en niveles suprafísicos, porque desde las naves enviaban una onda vibratoria a la cámara y a la película, en señal de consentimiento. Hechos como este tienden a ser cada vez más comunes, como se verá en un futuro próximo.

Durante los tiempos que vendrán, las condiciones telúricas, atmosféricas, magnéticas y espirituales de la órbita terrestre exigi­rán cada vez más el apoyo de seres capaces de comprender las leyes de la supranaturaleza y, por lo tanto, de ayudar a que la vida en la superficie de la Tierra restaure su equilibrio, bastante alterado prin­cipalmente en las últimas décadas.

Basta verificar el grado de la pérdida de ozono en la atmósfe­ra y el recalentamiento del planeta, para constatar la inminencia de una crisis global. Toneladas de gases como los clorofluorocarbónicos (CFC) son lanzadas cada año a la atmósfera terrestre por la in­dustria y por los habitantes de las ciudades. Este tipo de gas se usa normalmente en refrigeradores, en solventes industriales y en otros productos. Tal práctica, que continúa a pesar de todas las adverten­cias, está alterando irreversiblemente la capacidad que tiene la atmósfera de preservar la vida.

Es inestimable —y en gran parte aún secreta— la contribu­ción que innumerables naves espaciales intergalácticas traen a este planeta, transmutando el envenenamiento del que está siendo vícti­ma. Aunque tal contribución sea limitada por el libre albedrío hu­mano, que es respetado mientras el hombre no perjudique el equili­brio espacial extraterrestre, inmensos beneficios derivan de esa con­tinua actividad que se está ejerciendo en la órbita de la Tierra.

El CFC destruye la capa de ozono del planeta, capta el calor irradiado por el suelo y lo lleva hacia la atmósfera. Como consecuen­cia de este aumento de la temperatura del planeta, los hielos polares tienden a derretirse, ocasionando alteraciones significativas en el ni­vel del mar y contribuyendo con el proceso de calentamiento de la Tierra. «El calentamiento del globo es inevitable y es sólo una cues­tión de tiempo», nos asegura la Agencia Nacional de Administración Espacial Aeronáutica de los Estados Unidos. De este modo, es ine­vitable la entrada de aguas saladas en las fuentes actuales de irriga­ción de los continentes, de forma que muchas áreas quedarán sin agua potable y casi toda la costa marítima inundada. Con un au­mento de temperatura de sólo dos grados, los huracanes serán más frecuentes y mucho más violentos; con un aumento de sólo siete grados las áreas cultivables se tomarán áridas y estériles.

Estas son las previsiones científicas que, sin embargo, no abarcan percepciones más amplias. En realidad, mientras eso está ocurriendo bajo la indiferencia de los gobiernos políticos y econó­micos de la superficie de la Tierra, se está preparando el cambio en la inclinación del eje magnético del planeta. Por este motivo, serán necesarias operaciones especializadas por parte de las naves espa­ciales intergalácticas que purifican el magnetismo del planeta, y tras­ladarán —como ya lo están haciendo— a seres de los reinos mineral, vegetal, animal y humano hacia niveles sutiles de la vida, hacia niveles concretos de otros planetas o incluso hacia el interior de la Tierra, la que estará pasando, entonces, por un período de reequili­brio y regeneración. Este asunto fue tratado más específicamente en el libro MIZ TLI TLAN — Un Mundo que Despierta[2].

Para trabajar por la sutilización del magnetismo terrestre, se establecieron en América del Sur grandes triángulos de energía. Son como pirámides intercomunicantes, que se integran al campo de la energía universal Ono-Zone[3] y actúan en consonancia con la ley de la purificación, como lo explicamos en el libro MIZ TLI TLAN. El primer triángulo se refiere a este importante centro intraterreno que abarca la región central del continente, incluso parte de Brasil y de Argentina; el segundo está vinculado con la actividad de Erks y lo constituyen por parte de Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay y Argen­tina; el tercer triángulo se refiere al trabajo del centro Iberah[4], y está formado por el sur de Argentina, parte de Chile, Uruguay y el te­rritorio Antártico.

 

 

 

Estos triángulos de energía forman parte de una operación intergaláctica para la elevación de la vida terrestre, operación que tiene a América del Sur como una de sus bases principales en la Tie­rra. Ellos dan una leve idea de cuan amparado por fuerzas superio­res está el hombre que habita la superficie del planeta, a pesar de la poca consciencia que tiene de la red energética que en realidad lo preserva.

Energías extraplanetarias suplen a la ciencia de la Tierra en tareas aún inalcanzables para ella. Según un conocido hombre-contacto[5], la ciencia tiene conocimiento de la existencia de un satélite artificial, comandado por civilizaciones extraterrestres, que hace el recorrido entre la Luna y Venus, en un ritmo continuo e ininterrum­pido:

 

 

El objetivo de esa operación permanente es mantener a la Lu­na en su órbita, impidiéndole que se aproxime a la Tierra y evitan­do, así, la posibilidad de un choque. Este mismo hombre-contacto declaró haber estado en ese satélite llamado «Luna Negra», y dice que su trayectoria describe una señal muy característica para quie­nes la conocen.

Según sus informaciones, en el interior de la Luna Negra él encontró cuerpos de seres extraterrestres en estado de «desdobla­miento», es decir, seres que mantenían sus cuerpos más densos en el satélite mientras, en consciencia o en cuerpos sutiles, se encontra­ban al servicio en la Tierra. Para estos extraterrestres, ese desdoblamiento controlado es lo mismo que el sueño para nosotros. Se afir­ma que existen millones de seres del espacio trabajando en esas con­diciones en la Tierra. Existen seres terrestres avanzados en cons­ciencia que también trabajan durante el sueño físico. Nos referimos a ellos en el libro TAMBIÉN VIVIMOS MIENTRAS SOÑAMOS[6].

A través de las maniobras y preparativos para las operacio­nes que mencionamos, se percibe que ellas son inteligentes y armo­niosas y que son realizadas por grupos de naves con diferentes po­tenciales. De este modo, todo el planeta se encuentra demarcado y recibe permanente ayuda para poder atravesar esta importante fase de transición.

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En nuestro relato nos referimos a Erks, diciendo que es un gran centro intraterreno situado en la región suprafísica de Córdoba (Argentina) y que está habitado por seres oriundos de diferentes puntos del cosmos. Desde un punto de vista más filosófico, el tra­bajo de ese centro fue abordado en el libro ERKS — Mundo Inter­no[7]. Nos proponemos aquí examinar nuevos aspectos.

El Valle de Erks, región que en la superficie del planeta con­centra el trabajo de ese centro, es denominado también YKI SHA-MUAIKA («el lugar elegido», en lengua Irdin[8]). Bajo la campana energética de Erks se desarrollan importantes actividades para la re­generación de la vida en la Tierra, actividades que no son visibles físicamente, salvo que sus agentes se materialicen o envíen algún, reflejo de su existencia hacia el plano físico de la superficie.

 

 

Nuestro contacto con el centro Erks es la razón de ser de este libro, que publicamos con la autorización de los Comandos y de los representantes de las civilizaciones cósmicas que están al servicio en la Tierra. Al escribirlo, no nos mueven necesidades personales ni tenemos la intención de satisfacer curiosidades. Nos mueve, sí, la ne­cesidad que tienen muchos seres de la superficie de la Tierra de amar verdaderamente a esos visitantes cósmicos, que están dis­puestos a trabajar en sectores para los cuales no estamos todavía preparados y a enseñamos aspectos de la nueva ley planetaria que aún hoy desconocemos.

Para participar de un ritmo tan armonioso llegamos al área de contacto, como nos referimos al comienzo, en los últimos momentos del crepúsculo. Era verano y, por lo tanto, anochecía más tarde. Es­tábamos a una altura aproximada de mil setecientos metros sobre el nivel del mar, yendo en automóvil por un caminito sinuoso, bajo un cielo ya estrellado. A la derecha, una gran piedra recortada por la Naturaleza en forma de camello parecía custodiar el escenario físi­co. Otra piedra, inmensa, semejaba un astronauta mirando al cielo, en dirección a la llegada de las naves.

Al descender del auto, recibimos una fuerte ráfaga de viento, lo que para nosotros fue una señal más de que los seres cósmicos estaban allí. Era un viento caluroso, que comenzó y terminó de re­pente, como una salutación. Después que cesó, nos volvimos hacia una gran montaña y mi acompañante dirigió hacia allá un poderoso grito. El eco se repitió ocho veces, cada una de ellas representando un grupo jerárquico allí presente.

Comprobábamos también el trabajo» que las energías hacían en el aire, en las piedras y en el mismo suelo. Nuestros globos ocu­lares, ayudados por las energías del lugar y por las ondas emitidas por las naves, recibían una estimulación extra y percibían realidades suprafísicas. Así teníamos la posibilidad de poder ver los contomos fluctuantes y sutiles de las montañas, como también la gradación de la energía que estaba presente en todo el valle, y que se manifestaba desde aquella altura, abarcando unos veintidós kilómetros. Sabía­mos que esa estimulación tenía un sentido especial para esta época.

También estaba presente en lo alto del cielo, una gran nave-laboratorio, una de las más brillantes entre las que se mostraban. Aparentaba ser una estrella, aunque realmente se distinguía lo que era porque tenía a su alrededor otras veinte más pequeñas, que len­tamente cambiaban de posición, en un ballet gigantesco y silencioso. En naves-laboratorio como aquella, acontecen importantes procesos transmutadores, ya que hay seres humanos que pueden contactarlas e incluso ser llevados a su interior.

Hasta hace poco tiempo, se difundieron noticias negativas so­bre la actuación de las naves-laboratorio. Ante ciertos hechos desar­mónicos ocurridos en el pasado con extraterrestres de menor desen­volvimiento de consciencia, los seres humanos llegaron a considerar la presencia de los visitantes cósmicos como una interferencia en sus asuntos. Sin embargo, desde entonces ocurrieron muchos cam­bios en este proceso. Los extraterrestres que venían a la Tierra a ha­cer investigaciones utilizando a hombres de superficie (así como se hace aún hoy con animales vivos en las facultades de medicina o en laboratorios científicos) fueron alejados de la órbita planetaria, pues viven bajo leyes que aquí ya fueron superadas. Tanto es así, que ta­les experiencias negativas, normalmente narradas por la crónica sensacionalista, datan de períodos anteriores al 8.8.88[9]. En otras pala­bras, a partir de esa fecha la Tierra comenzó a atraer los elementos que corresponden a su nuevo estado. Ahora, tomándose consciente de su papel en el espacio cósmico, recibe seres más evolucionados, provenientes de muchos universos —seres que, para servir, están dispuestos a pasar períodos prolongados en naves espaciales, o que, incluso en estado incorpóreo, aceptaron concentrar su cons­ciencia en el trabajo de recuperación del planeta.

En tiempos pasados, esos seres de gran poder y amor eran llamados Arcángeles. Hoy se sabe que ese antiguo ropaje, legenda­rio en la cultura humana, fue sustituido por la presencia concreta de naves espaciales que, comandadas incluso por esos seres sublimes, tienen el poder de recorrer en pocos minutos varios años luz de dis­tancia. Como en la Antigüedad, hoy también tales seres defienden y preservan a la Tierra de la acción de fuerzas destructivas.

Durante largos períodos, el hombre se distrajo con la vida ex­terna, pero ahora que ha llegado el tiempo de la gran necesidad, él vuelve a mirar dentro de sí mismo, o sea, hacia la totalidad de su propia consciencia. Los Arcángeles de la antigua cultura hoy le trans­miten la enseñanza en forma de leyes que él debe aprehender. Usan un lenguaje más adecuado para esta época y para los nuevos esta­dos mentales y espirituales que ya se anuncian en la humanidad.

Los seres alados que, empuñando espadas, subían y descen­dían las inmensas escalinatas del cielo, como los mostraban las an­tiguas teologías, escrituras y obras pictóricas de entonces, nos fue­ron presentados de la forma como mejor pudiésemos comprenderlos y acogerlos. La Gran Fraternidad[10] fue siempre la misma; ahora, no obstante, ya no hay necesidad de verla tan distante de nosotros. El hombre que optó por la vida interior debe estar listo para conocer a sus hermanos del cosmos más de cerca y, en la medida en que su consciencia se amplía, los elementos decorativos, emocionales y le­gendarios de las visiones internas y de los relatos informativos ex­ternos ya no serán esenciales.

Con respecto a esto, una mística de depurada consciencia ex­presó que vio, sobre su país de origen, la imagen del Arcángel Mi­guel con la espada clavada en un punto que debería ser protegido de

la interferencia desarmonizante de ciertas fuerzas involutivas. Hace unos quince años, ese mismo ser cósmico, que siempre fue conocido en la Tierra, se materializó en el plano astral e imprimió su imagen en una fotografía, presentándose con el nombre de Ashtar Sheran (el Arcángel Miguel), quien se manifiesta, cuando es necesario, en una potente nave espacial en el valle de Erks.

¿Sería la visión de esa mística una proyección del mismo Ar­cángel Miguel, con vestiduras que ella pudiese comprender, o sería una creación de su propio mundo cultural cristiano? Resulta difícil responder a esta pregunta si se usa la mente humana analítica. Hay individuos que niegan la existencia de los Arcángeles, mas, en ver­dad, lo que realmente niegan es la presentación que hicieron las an­tiguas escrituras de las Jerarquías Celestiales. Esos individuos toda­vía no encontraron la correlación entre aquellas descripciones y las que se hacen hoy. Entre ellas hay sólo una diferencia de forma y de grado evolutivo, tanto de parte de los manifestantes, como de parte de los observadores. Las apariciones de esos mensajeros de la ver­dad se fueron actualizando en el transcurso del tiempo y el modo de contactarse hoy con la humanidad condice más con el desenvolvi­miento mental del hombre moderno. Sin duda, los protectores de este planeta siempre existieron y, en este momento cíclico, es posi­ble contactarlos en forma más directa, según lo veíamos a través de lo que se nos permitía vivir[11].

En cuanto a la experiencia que aquí intento narrar, el ser que me conducía al área de Erks, presentándome externamente para ese trabajo, conocía el interior de las naves-laboratorio. Me explicó que allá se puede introducir en el ser humano el nuevo código genético, cuando esto forma parte del plan evolutivo y cuando hay consentimiento y colaboración de la mónada[12] del ser que vive esa experien­cia. Entonces, determinados genes cósmicos son incorporados en la contraparte sutil de la glándula pituitaria y, a partir de allí, el hom­bre deja de ser agresivo, capacitándose para funcionar desde niveles supramentales.

Seres cuyo grado de desenvolvimiento de la consciencia co­rresponde al de los llamados Arcángeles, coordinan ámbitos univer­sales. Así lo hace Ashtar Sheran. En cuanto a las naves-laboratorio, pueden ser conducidas por grandes científicos, eventualmente cono­cidos en la Tierra por sus trabajos anteriores, que los tomaron per­sonajes notorios de la vida de superficie. Por lo tanto, la reforma ge­nética que se está engendrando en la raza humana de superficie es guiada espiritualmente según un plan evolutivo divino y ejecutada según un esquema práctico, ordenado y seguro.

Dado que el cambio del código genético es un asunto contro­vertido, cuya comprensión está contaminada por lo que ocurre hoy en los laboratorios de la superficie del planeta (verdadera monstruo­sidad ante las leyes cósmicas), me fueron aclarados diversos puntos a ese respecto en el transcurso de los trabajos. Sin embargo, antes de compartirlos con el lector, me gustaría introducirlo en el clima sagrado producido por la exteriorización de las Jerarquías Intergalácticas que representan las energías evolutivas.

Hasta ahora, para nosotros, el término Jerarquía se refería exclusivamente al gobierno espiritual del planeta Tierra, ya que la mayoría de los libros esotéricos escritos antes del 8.8.88 casi siem­pre guardaban silencio sobre las demás Jerarquías. Inclusive cuando las mencionaban, las velaban lo más posible, siguiendo así, la orien­tación divina de la época. Algunas de ellas, poco conocidas por el hombre de superficie, eran llamadas «jerarquías paralelas»,

Principalmente las que actuaban en ámbito intergaláctico o interplaneta­rio. La clara exteriorización de las naves espaciales, hoy nos demues­tra más abiertamente que las Jerarquías Intergalácticas trabajan en colaboración con las de la Tierra, atrayendo hacia los niveles suprafísicos los seres de esta raza de superficie que, hasta ahora, vivieron bajo leyes puramente materiales, sin ingresar en sistemas más am­plios de equilibrio y de conocimiento. Por intermedio de esas Jerar­quías Intergalácticas —Jerarquías de valores, energías, seres, enti­dades y grupos—, se expresa el amor-sabiduría, energía esencial de este sistema solar, como también otras, de mayor alcance, que rigen galaxias situadas más allá de ésta donde nos encontramos con nues­tra aún limitada consciencia. El amor-sabiduría es un gran Rayo del cosmos infinito, aunque dentro de poco el hombre de la superficie de la Tierra aprenderá también a conocer los demás Rayos, que tie­nen, igualmente, funciones específicas en el Trabajo Único.

En el libro LA ENERGÍA DE LOS RAYOS EN NUESTRA VI­DA[13], en el que tratamos del tema de la coordinación de la persona­lidad humana y de su armonización con el núcleo interior anímico, cuando abordamos los siete Rayos dijimos que «por ahora poco sa­bemos de los diversos Rayos Cósmicos que se manifiestan en otros sistemas solares…», y dimos las claves necesarias para que se abrie­ran las primeras puertas para el conocimiento del mundo infinito de las energías. En el presente libro estamos introduciendo al lector más concretamente en. el tema, llevándolo al conocimiento de los se­res que representan la materialización de esos Rayos[14].

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En las naves espaciales se encuentran seres extraterrestres y también seres intraterrenos. Su función es ayudamos a hacer nuevas síntesis en nuestro interior. Esos seres representan Jerarquías y cada una de ellas expresa un Rayo Cósmico. Algunos de esos Rayos se manifiestan claramente y sus puntos focales espirituales y divinos se toman conocidos; otros se mantienen ocultos, como en el caso de una parte de las Jerarquías del centro intraterreno de los Andes pe­ruanos, como lo mencioné en el libro MIZ TLI TLAN — Un Mundo que Despierta.

Desde el punto de vista espiritual, ciertas civilizaciones intra-terrenas alcanzaron el mismo nivel de desenvolvimiento que algunas extraterrestres. Por esto, siempre estuvieron ayudando inteligente­mente a la evolución de la raza de superficie, en la cual ahora esta­mos encamados. El trabajo de los seres intraterrenos más avanzados se unifica, en esta época, con el de pléyades que dan cumplimiento al Plan Evolutivo para la Tierra. Pléyades, es un término que se em­plea para designar a los seres extraterrestres, cuando ellos provienen de regiones incorpóreas del cosmos, son seres de elevado grado evolutivo.

Como consecuencia, tratándose del grado de desenvolvimien­to, existe una diferencia entre los hombres de superficie, aún ligados al ego efímero, y los intraterrenos, que alcanzan ya ciertos estados sublimes de consciencia cósmica. Desde el punto de vista externo, esa diferencia también se manifiesta, pues, mientras los primeros generalmente se encuentran conscientes sólo en el mundo tridimen­sional, los intraterrenos son capaces de viajar por distintos planos, tomando y dejando cuerpos físicos mientras lo necesiten.

No obstante, existen intraterrenos que, en términos de desenvolvimiento de consciencia, están varios grados por debajo de la humanidad de superficie, así como existen extraterrestres que no alcanzaron un estado evolutivo que los armonizara con las leyes uni­versales controladas por el centro cósmico que todo lo rige. No nos cabe tratar aquí esos casos, ni los que en la Antigüedad fueron lla­mados «ángeles malos», ni los que trabajan todavía para las fuerzas involutivas. Tampoco trataremos asuntos relacionados con conquis­tas espaciales. Las actividades que no se vinculan con el trabajo evolutivo superior no son pertinentes. Sólo haremos referencia a las civilizaciones que cooperan con la evolución planetaria y con el de­sarrollo de la humanidad de superficie y que, en consecuencia, ac­túan en consonancia con el propósito evolutivo.

Hay seres que viven en el centro de la Tierra y que están su­bordinados a otras leyes; son más primitivos que el ser humano de superficie y siguen un camino de purificación aún más riguroso que el seguido por el hombre. Djwhal Khul, el Tibetano, cuando en sus enseñanzas se refirió a esos seres, dijo que los estudiantes no debe­rían intentar contactarlos. No es, por lo tanto, el tema de este libro, como tampoco lo es la actividad de extraterrestres de desarrollo in­ferior. Los mismos son mantenidos dentro de ciertos limites por grupos intergalácticos, para que no perturben el equilibrio terrestre, que está en proceso de recuperación. Las naves espaciales que en la actualidad circundan la Tierra, trabajando su magnetismo y equili­brio, desintegran cualquier presencia intrusa que se insinúe en ella y que pueda interferir en su actual proceso de transición y de recons­trucción.

Los hermanos del espacio que están entre nosotros colaboran con un plan evolutivo amplio, que podemos conocer, aunque, por el momento sólo parcialmente. Tales Jerarquías, provenientes de esta­dos de consciencia sublimes, trabajan junto a los intraterrenos en pro del advenimiento de una nueva humanidad en la superficie de la Tierra, lo que ocurre de acuerdo con el plan establecido por los Consejos que guían la evolución de los universos. Ese plan incluye la incorporación de genes cósmicos en los hombres y la aplicación. sobre todo el planeta de la ley de la purificación. Quienes ponen en acción esa ley son jerarquías extraterrestres superiores, ligadas al Sol y a centros aún mayores.

Existen entre los extraterrestres aquellos que en el pasado in­tegraban la evolución intraterrena y que se trasladaron, en el mo­mento debido, a lugares divinos lejos de la Tierra. Esos «lugares», como también los seres que viven en esas condiciones, pueden ser llamados pléyades. Esos seres superaron el estadio de hombres de superficie después de haberlo vivido en otros planetas y después de haber vivenciado la ley del servicio, mientras se encontraban aún en esas civilizaciones. Todos estos seres y civilizaciones están someti­dos a la ley evolutiva. Cada uno de ellos, sin embargo, expresa esa ley en un grado diferente.

Algunos extraterrestres mantienen control sobre las fuerzas del mal, es decir, sobre las fuerzas que estén fuera de lugar en el armonioso cuadro de la evolución. Secretamente, esos seres de luz conducen esas fuerzas oscuras a una manifestación que pueda ser útil al Todo.

Aunque la actuación de las fuerzas del mal en nuestro planeta sea evidente, esto no es más que un hecho pasajero, ya que, después de la inminente gran purificación, ellas serán conducidas hacia otras áreas del universo. La vida en la superficie de la Tierra será casi totalmente liberada de la influencia maligna que hoy mantiene su yugo sobre ella, controlando sectores tales como el de la circulación del dinero y la mayor parte de los medios de comunicación. Liberar al planeta de esas fuerzas es, en este fin de ciclo, una de las misio­nes más amplias de las energías extraterrestres e intraterrenas que trabajan para el Gobierno Celeste Central, centro cósmico de su­prema inteligencia. Esa misión es cumplida con la cooperación de los miembros de la raza de superficie que se auto-eligieron para el servicio planetario en estos tiempos.

Las fuerzas involutivas, aún hoy con influencias en la Tierra, han llevado al hombre de superficie a acciones desatinadas, como, por ejemplo, la fisión del átomo. Cincuenta años ya pasaron desde que esa experiencia fue llevada a cabo por primera vez y continua­mos sin saber qué destino dar a los residuos mortíferos generados por esa práctica. Sin embargo, algunas regiones del planeta han ser­vido de depósito para esos residuos desintegradores y por eso han sufrido su contaminación; la mente humana fue llevada por las fuer­zas del caos a optar por esta tecnología, aun sabiendo que tales re­siduos, para no ser nocivos, tendrían que ser herméticamente guar­dados durante millares de años. ¿De qué otra forma podría explicar­se que se continúe usando la energía atómica con pleno conoci­miento de que es mortífera y de que en el nivel material de este pla­neta no hay soluciones para los problemas generados por sus deshe­chos? Conociendo estos hechos, se puede comprender claramente que los extraterrestres tienen razones reales para estar aquí, previ­niéndonos sobre lo peor que pueda ocurrir y protegiendo el espacio cósmico de contaminación. «Los seres humanos se dieron demasia­da importancia a sí mismos y a su posición en la escala cósmica, mas ¿no habría otras formas de vida, superiores a las de ellos, otros seres inteligentes y conscientes, más avanzados en mentalidad, ca­rácter y conocimiento espiritual, mejor equipados con poderes y técnicas?», pregunta el filósofo Paul Brunton en su libro póstumo,

PERSPECTIVAS[15].

 

El aire libre:

la pirámide de hoy

 

Se puede decir que la curiosidad es una característica de la consciencia enfocada en el mundo tridimensional, mientras que la necesidad de saber se refiere al cumplimiento de un plan evolutivo y a la tarea que cada ser tiene dentro de ese plan. Por lo tanto, cuando asumimos conscientemente colaborar en un proceso de purificación, como el que se propone aquí y cuando nos abrimos a nuevos cono­cimientos, debemos despojamos de todo y cualquier impulso huma­no-emocional y dejamos llevar tan sólo por la aspiración a integrar­nos a las nuevas leyes que comenzarán a regir a la humanidad te­rrestre de superficie —humanidad que hasta ahora se limitó a las le­yes planetarias actuantes en el ámbito material, como es, por ejem­plo, la del nacimiento y la de la muerte.

En las próximas páginas, trataremos hechos que son prácti­camente desconocidos en la superficie de la Tierra; estaremos, por lo tanto, delante de experiencias inusitadas. Nada de esto, sin embar­go, debe sacamos de la actitud de imparcialidad y neutralidad —lo que posibilita que la luz proveniente de un nivel superior haga emer­ger en nosotros mayor comprensión.

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Fui invitado a estar físicamente en el Valle de Erks, en la provincia de Córdoba, Argentina, con seis meses de anticipación. Tuve, pues, tiempo suficiente para prepararme para ese contacto. Quiero decir con esto que, durante todo aquel período, hice lo posi­ble para perfeccionar mi propia entrega a un plan supraconsciente, plan que yo sentía que estaba guiándome y conduciéndome por los caminos de la vida en todos los niveles —desde los más concretos hasta los inmateriales, muchas veces no percibidos por el yo huma­no. Este perfeccionamiento constituyó mi preparación. La certidum­bre de que estaba siendo guiado me producía una calma muy gran­de; tanto es así, que dejé de percibir el correr del tiempo. Un día, al consultar mi agenda, me sorprendí de estar ya en las vísperas del viaje.

Sabía que viviría fases importantes de un proceso de purifi­cación ya comenzado, y traté de abrirme incondicionalmente para ello. Seres experimentados y de elevada sabiduría colaboraban en ese proceso. Así, sin ninguna división o duda, me dispuse a lo más insólito que pudiera surgir, sin crear la menor expectativa. En cierto modo, me sentía como aquellos que, en el pasado, transitando cons­cientemente el camino evolutivo y suprafísico, estaban prestos a en­trar en las pirámides para recibir algún mensaje o estimulación inte­rior por intermedio de las elevadas consciencias que allí militaban al servicio de la Tierra. Como se sabe, en ciertos momentos cíclicos del desenvolvimiento de nuestro ser, se necesitan intermediarios en­tre nosotros y las energía superiores.

Me vinieron entonces a la mente palabras dichas en la China antigua: «El espíritu de las profundidades del valle es imperece­dero». De algún modo, la energía que en tiempos pasados manifes­tó ese mensaje estaba presente también en el Valle hacia el cual me dirigía, Valle que para mí sería como la pirámide de los tiempos de hoy. Era sublime experimentar esa realidad, porque, según esa misma fuente de sabiduría, «el Camino Perfecto es cada vez más valioso».

Nunca pensé eludir una experiencia así, pero vi claramente, mientras estaba allí disponible, que la «tela del Cielo es infinita; que sus redes son amplias y nadie escapa de ellas». Era, pues, inconce­bible retroceder. Al llegar al punto en el cual se descubre el valle, detuvimos el auto y descendimos. Caminando, me encontré al borde de un precipicio, pero no miré hacia el fondo; estaba atento al otro extremo, donde una gran luz, la nave coordinadora de los trabajos, debería aparecer para damos una señal. Así ocurrió. Ella surgió a pocos metros del suelo y brilló en el horizonte, saludándonos. Era como si, comandada por un gran Ser, me dijese:

 

«Lo incompleto será completado Lo curvo, enderezado Lo vacío, colmado Lo gastado, renovado Lo insuficiente, aumentado Lo excesivo, esparcido»,

 

como fue transmitido en los tiempos antiguos por TAO TE CHING.

Ceremonias como esa que estaba comenzando en el Valle de Erks acontecían también en el pasado. Sólo que hoy, al final de un ciclo y de una civilización, tomaron otra forma y se adaptaron a la época. No había allí pirámides ni cámaras oscuras, el «ritual» ocu­rría al aire libre, ayudado por el viento, por el aire y por la energía que se mostraba incluso hasta en el contorno de las montañas, pro­pagándose en ondas e irradiándose. Todo era paz y armonía, aun cuando un viento fuerte soplaba sobre el área. Y, después que el viento se calmaba, el cielo se tomaba completamente nítido. «¡Qué puro y tranquilo es el Camino! No sé de quién puede ser hijo, pues parece anterior al Soberano del Cielo», dice la sabiduría eterna.

El pléyade que me acompañaba y que estaba siempre conmi­go en esa fase del proceso, me avisó que podíamos ir descendiendo en automóvil, aproximándonos un poco más al área de contacto, lo­calizada a la altura de las montañas más bajas y delante del Valle propiamente dicho. Recorrimos un trecho del camino y nos detuvi­mos, aguardando una nueva señal. Sabíamos que cuando las naves se materializan o llegan de sus misiones, el campo magnético de una gran área es modificado por la energía dinámica que emanan. Por esto, es necesario aproximarse físicamente a esos lugares, en forma gradual y bajo el comando de las naves. Tal comando controla la pulsación del campo magnético local y conoce profundamente a los invitados que deben hacer esas experiencias. Si éstos siguen riguro­samente las indicaciones que ellas transmiten, nada desarmónico les podrá ocurrir, por el contrario, de su interior brotará una serena ale­gría, que ampliará la apertura del yo consciente, predisponiéndolo a la purificación, hoy tan necesaria.

Antes que se iniciara la segunda fase de la aproximación físi­ca, nos quedamos algunos momentos parados allí. Mirando alrede­dor, constatábamos la presencia de decenas de naves que se hacían visibles, asegurándonos su colaboración en todos los niveles. «Todo está bajo control», confirmó el pléyade. Yo nunca dudé de ello, pero fue instructivo oírlo también de una voz externa.

En el horizonte, delante nuestro, la red de iluminación de la ciudad intraterrena de Erks comenzaba a surgir ante nuestros ojos. Avanzamos entonces un poco más y, llegando aproximadamente a doscientos o trescientos metros del escenario de aquellos aconteci­mientos, nos detuvimos. Sabíamos que de allí no podríamos pasar, a menos que estuviésemos autorizados. El automóvil estaba ahora completamente a oscuras; los faros apagados, dejaban percibir la total oscuridad de la noche. La ciudad intraterrena estaba delante de nuestros ojos, inclusive para que yo pudiese más tarde dar testimonio de su existencia, tanto por medio de los libros que escribiría co­mo por los contactos que tendría con personas interesadas en estos asuntos.

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Erks es denominado centro, ciudad o base, dependiendo de la función que estuviera desempeñando en el momento y del nivel de consciencia de quien lo contacta. Su existencia transcurre en varios planos, en diversas dimensiones; desde el punto de vista físico, se puede decir que es subterráneo. Sus luces se reflejan, sin embargo, en la superficie de las montañas que, si son vistas de día, no pre­sentan nada especial en sus cumbres. No obstante, durante la noche, brilla sobre sí una red de iluminación que no es producto de la elec­tricidad material que conocemos, sino de la concentración de la ener­gía Ono-Zone. Lo que veían mis ojos era extremadamente armonio­so y perfectamente integrado a los aspectos externos e internos de mi ser.

La expresión de Erks no es siempre la misma; cambia se­gún la actividad que se esté desarrollando. Hay momentos en que se ve el portal de entrada de la ciudad bajo la forma de una serie de lu­ces; en otros, se percibe la luminosidad del templo, o las bases don­de posan las naves espaciales intergalácticas, o aun una gran clari­dad, que puede indicar la presencia de algún ser de elevada poten­cia. Se trata de la anunciada exteriorización de la Jerarquía, tantas veces prometida en el pasado por las enseñanzas esotéricas y por los textos proféticos. En aquella oportunidad, comprendía que nosotros —seres encamados en este final de ciclo— podemos tomamos cam­po para el cumplimiento de las profecías y tierra fértil donde ellas pueden materializarse. «La más alta virtud surge del Valle», conti­nuaba resonando en mi interior el antiguo y siempre nuevo mensaje.

La humanidad de superficie de la Tierra está siendo prepara­da para vivir en otros ámbitos, entre los cuales está el intraterreno. Cada uno de esos ámbitos comprende varios niveles o grados de consciencia.

Como ocurre en los niveles físico, emocional y mental de la superficie de la Tierra, niveles en los cuales los individuos hacen sus experiencias según el propio grado de desenvolvimiento, los se­res intraterrenos y extraterrestres viven de diversos modos, depen­diendo de la evolución que hayan alcanzado. Algunos están en esta­do corpóreo y siguen las leyes materiales de los mundos a los cuales pertenecen; otros están en estado incorpóreo, y se someten a otras leyes, más sutiles. Cada mundo tiene leyes regentes específicas, se­gún el estadio en que se encuentra.

Los seres que comandaban las naves que estaban delante nues­tro, aunque incorpóreos, podían manifestarse físicamente cuando lo quisieran, del mismo modo como materializaban las naves que ope­raban y que veíamos con nuestros globos oculares. Además del bri­llo que ellas emitían, brillo que constituía un tipo de mensaje, al mis­mo tiempo algo más nos era transmitido por una especie de percep­ción interior. No se trataba, sin embargo, de telepatía mental. Era un saber omnipresente, si se puede decir así. Pude experimentar ese estado, principalmente cuando «supe» lo que ocurriría conmigo en las noches siguientes. Habiendo permanecido impasible ante lo que me fuera revelado, percibí que en todos los niveles de mi ser había plena aceptación. Es importante tener ese punto aclarado pues:

 

«Aquello que da vida no reclama posesión. Beneficia, pero no exige gratitud. Comanda, pero no ejerce autoridad. He ahí la llamada ‘cualidad misteriosa’ «.

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Fueron diez las noches que pasé en el Valle de Erks: dos con­secutivas al comienzo del mes; otras tres al final del mismo mes y, después de aproximadamente veinticinco días, cuando hice un viaje de trabajo al exterior de aquel país, otras cinco noches. Solamente en dos de ellas el pléyade no se encontraba físicamente conmigo, porque, aparentemente, tenía también otros quehaceres importantes. No obstante, supe después que su ausencia se debía, en verdad, a la necesidad de que yo me preparara para, en el futuro, permanecer allí sin él por algunas horas o durante toda una noche.

A propósito de todo lo que se me permitió vivenciar, es im­portante hacer aquí algunas consideraciones. Ciertas realidades suprafísicas y procesos interiores que se sitúan en el ámbito de leyes inmateriales no pueden ser concebidos racionalmente por el indivi­duo común de la superficie de la Tierra. Éste presenta hoy un coefi­ciente intelectual que varia entre 8 y 12 sobre 100, si se computa la globalidad de su potencial.

Obsérvese el siguiente cuadro relativo a los diferentes coefi­cientes intelectuales:

Un hombre común tendría el correspondiente a 8; un ser co­mo Einstein alcanzaría el coeficiente 12. Mientras tanto, un ser intraterreno presenta 80 de coeficiente y un extraterrestre puede llegar hasta 100. La humanidad de superficie podrá llegar al coeficiente 69 sobre 100 después de la reforma que se está operando en ella, que incluye la introducción de nuevos genes cósmicos y la presentación de nuevos estímulos en los niveles sutiles de consciencia.

Sólo en ese momento, cuando el individuo se toma receptivo al nuevo código genético y se deja transformar por las energías de su supraconsciencia, su mente pensante y analítica puede hacer el puente con la abstracta. Esa transición está aconteciendo con cierta frecuencia hoy y muchos seres de la superficie de la Tierra se inte­gran a niveles más amplios de la realidad, que están más allá del fí­sico, del emocional y del mental.

Con 69 sobre 100 de coeficiente intelectual, el hombre de su­perficie podrá vivir experiencias y contactos que hasta ahora le eran inaccesibles. Conocer esa posibilidad y usar la energía de la fe para disponerse al acercamiento a realidadessuprafísicas, son requisitos para la elevación de la consciencia. Contando con esa capacidad de ampliación, que está disponible para todos, es que relato mis expe­riencias en el Valle de Erks.

Podremos participar lúcidamente de otras dimensiones del tiempo y del espacio, cuando los genes de origen incorpóreo estuvie­ran completamente instalados en la glándula pituitaria, y ella asu­miera el control total sobre las demás, incluso durante el período de nuestra vida en el plano físico, podremos participar lúcidamente de otras dimensiones del tiempo y del espacio. Haremos esto ora dejando el cuerpo, ora permaneciendo en él, según el caso. En la expe­riencia que me fue reservada en el Valle de Erks, ni por un momento perdí la consciencia del nivel extemo de la vida. Con mi mente hu­mana, sabía perfectamente lo que sucedía conmigo —aunque no hu­biese seguido conscientemente a mis cuerpos etérico y emocional, cuando eran llevados al interior de la ciudad intraterrena. Trataré de explicar mejor esto en las páginas siguientes, aun cuando las pala­bras humanas no sean las más adecuadas para describir hechos suprafísicos.

En el Valle de Erks, el área de contacto está activa en pro de la evolución de la existencia en la Tierra, aunque su realidad subje­tiva no se manifieste físicamente al público en general. A pesar de eso se me autorizó a sacar fotos —la documentación fotográfica po­dría ser útil en fases posteriores del trabajo, junto a personas que se preparen para procesos semejantes y para nuevas etapas de sus vi­das. Por esa razón yo había llevado una cámara común, es decir, sin ningún instrumental técnico especial. Acerca de esto aprendí algu­nas cosas, mientras estuve allí. Percibí por ejemplo, que a través de las manos de un individuo armonizado con las energías superiores puede circular cierta corriente fluídica que, en contacto con la má­quina fotográfica, posibilita fotos poco comunes. Percibí también que de la nave espacial puede llegar una onda creativa que controla las limitaciones de la cámara y del fotógrafo, ampliando la capaci­dad de ambos. En esas condiciones un aparato simple puede efec­tuar trabajos que no se conseguirían con un potente telescopio, ma­nejado por un astrónomo normal, privado de la participación sutil de los cuerpos celestes durante la ejecución de la tarea.

Otra particularidad que observé durante esos contactos fue que, a veces, yo intentaba fotografiar lo que estaba viendo y la película registraba otro evento. Cierta noche, por ejemplo, enfoqué una imagen, pensando que fotografiaba la red de iluminación de la ciu­dad de Erks, visible en ese momento. Una vez revelada la película, se veían cuerpos sutiles de habitantes de aquella ciudad, que apa­rentemente jamás habían estado delante del objetivo de mi cámara.

No sólo en el campo de la fotografía existe una relación oculta entre nosotros y el mundo interno y extemo de los seres. El plé­yade que me acompañaba se comunicaba con ciertos cuerpos celes­tes que oficialmente son considerados como estrellas, y estos cuer­pos, para demostrarme que no eran estrellas, atendían sus llamados. Cuando él pronunciaba determinado término en lengua Irdin, la »es­trella» desaparecía del plano físico; cuando emitía otro sonido en la misma lengua, la «estrella» resurgía ante nuestra visión concreta. De acuerdo con la explicación del pléyade, aquella «estrella» era, en realidad, una nave, y por eso respondía de aquel modo a una comu­nicación interna. El mantra servía como un referente para los que estaban aquí en el plano terreno. Sin pronunciar el mantra, el yo ex­terno lograría con más dificultad penetrar el mecanismo de lo que ocurría en el mundo interior, mundo que no necesita de palabras ni de frases en lengua alguna para expresarse y actuar. De hecho, era la transmisión interior la que hacía que la nave surgiese o desapare­ciese, supliendo así la necesidad que teníamos de esa experiencia. El término pronunciado por el pléyade en lengua Irdin, muy bello, ser­vía para que mis aspectos humanos pudiesen acompañar los con­tactos interiores que ocurrían, sin palabras, entre él y la nave. Saber esto es fundamental para que nos purifiquemos de la emocionabilidad espúrea, por intermedio de la cual, como hombres de superficie, in­tentamos contactar hechos incorpóreos y sutiles. Reflexionar acerca de esto puede aportar clarificaciones importantes y simplificar el trayecto hacia el reino interno de la vida. En fin,

 

«El sabio se ocupa del interior Y no de la exterioridad de los sentidos. Él rechaza lo superficial Y prefiere sumergirse en lo profundo».

 

El salto en la oscuridad

 

Así como el ser humano para elevarse en consciencia, al lle­gar a cierto estadio evolutivo necesita, con fe, dar un salto en el va­cío que se encuentra delante de si y entregar su vida a las energías superiores, los seres y las Jerarquías Espirituales, para avanzar en su camino, tienen que descender del elevado plano donde están pola­rizados y servir. Por ello, según dicta esa ley suprafísica, aquellos que ya alcanzaron estados de vida incorpórea pueden volver a tomar cuerpos físicos en la Tierra o en otro planeta y actuar en el mundo tridimensional; pueden también descender de los planos donde se encuentran y trabajar sin materializarse. Para que ocurra una evolu­ción real, es necesario, por lo tanto, que renuncien al estado que al­canzaron y vengan a ayudar a los que más necesitan. Los extraterrestres mencionados aquí son seres que se donan en sintonía con esa ley sublime y, a medida que los hombres de la superficie de la Tierra también adhieran al servicio, ingresarán en un estado de cons­ciencia denominado hermandad, estado en el cual se expresa un amor que supera toda comprensión humana.

En la renuncia, en el desapego y en la autodonación están las llaves para abrir las puertas que conducen a los mundos suprafísicos. Consciente de esto, pregunté al pléyade cuál es la influencia de la meditación, del autocontrol y del ritmo de vida pre-ordenado en el desenvolvimiento de esas cualidades. El me respondió que tales prác­ticas son necesarias en la fase en que el hombre busca la coordina­ción entre sus cuerpos, es decir, mientras trabaja para la armonía del propio ser. Sin embargo, después de haber recorrido cierto tra­yecto interior, esa armonía habrá sido conseguida, los estados me­ditativos se habrán establecido en la consciencia externa de modo más firme y los vehículos de la personalidad ya no necesitarán se­guir procesos preestablecidos. Claro que esto no es aplicable a to­dos los individuos, sino a aquellos que alcanzaron determinado gra­do de armonización y en los cuales se estableció un contacto estable entre el yo superior y la mónada. En ese estadio, la disciplina, el rit­mo y la meditación ya no son buscados, pues se hallan permanen­temente presentes sin requerir esfuerzo humano o mental.

El pléyade también me dijo que, en la nueva humanidad no habrá más procesos de meditación como los que aún hoy se buscan, o como los desarrollados en el pasado. El hombre con el nuevo có­digo genético será regido por los ritmos del consciente derecho, cu­yos centros no necesitan el trabajo meditativo externo, como hasta ahora se lo conoce. Habrá un estímulo al servicio del Plan Evoluti­vo, lo que por sí solo armonizará los cuerpos internos del individuo. Por lo tanto, las futuras escuelas no tendrán nada que ver con las actuales, que se basan en el desenvolvimiento del ser humano con el código genético DNA. En el libro MIZ TLI TLAN — Un Mundo que Despierta, fueron revelados algunos ejercicios para que sean utili­zados durante períodos cortos, ejercicios con señales, símbolos y co­lores. Pueden ser practicados hoy, independientemente que el estu­diante tenga o no desarrollados los estadios del antiguo sistema de meditación.

Ya sabíamos que es necesario que el individuo esté armoni­zado para entrar en contacto con sus niveles profundos, tomando consciencia del estado meditativo presente en él. Aunque la información transmitida por el pléyade decía que en el futuro, con la ac­tuación del nuevo código genético GNA, el trabajo de entrenamiento para la meditación no será necesario una vez que el hombre haya al­canzado la armonía. Esos nuevos genes cósmicos provienen de mun­dos incorpóreos y, por lo tanto, no son portadores, como los anterio­res, de semillas de conflicto.

Al transmitir esta información es conveniente aclarar que no tengo la intención de desvalorizar ningún trabajo efectuado, aún hoy, como preparación para la meditación. No obstante, se debe tener en cuenta que los textos que en distintas épocas los recomendaban, se referían a las necesidades del hombre portador del código genético DNA, no siendo más útil para aquellos que comienzan a ser gober­nados por el GNA. Como se sabe, toda la disciplina antigua estaba sintonizada con el desarrollo de la polaridad masculina del planeta y correspondía a la humanidad de entonces. En otras palabras, las dis­ciplinas yogas y religiosas trataban directa o indirectamente con los conocidos chakras, con la energía kundalini, etc., mientras que aho­ra, con el desarrollo de la polaridad femenina planetaria, la humani­dad ya no está polarizada en el circuito energético de los chakras, sino en los centros que expresan el consciente derecho —donde el yo superior está incorporado a la consciencia externa del individuo. He ahí por qué los instructores más lúcidos de Occidente (que anticipa­ron la enseñanza moderna) jamás aconsejaron al hombre de hoy concentrarse en los procesos relacionados con los chakras.

El circuito energético de los chakras y el de la energía kunda­lini estaban vinculados al centro Shamballa y a toda la cultura orien­tal; la estimulación del consciente derecho, a su vez, se relaciona con el emerger de Erks y de Miz Tli Tlan como centros planetarios de gran poder, que conducen la energía hacia los centros que hoy despiertan en el hombre: el hemisferio mental derecho, el cardíaco derecho y el plexo cósmico derecho. La energía de la mente pensante está representada por la cabeza; la energía del sentimiento, por el corazón, y la energía cósmica está representada por el plexo que se encuentra inmediatamente debajo de la última costilla, del la­do derecho del cuerpo.

En la época actual, los estudiantes que se mantienen concen­trados en esa nueva distribución de la energía en el ser humano per­ciben su realidad, tanto como los estudiantes de ayer percibían el circuito energético de los chakras.

El pléyade que me acompañaba me mostraba que el sistema energético ligado a los chakras y a la energía kundalini está vincu­lado a la época en la que le era dado al hombre el ejercicio del libre albedrío —lo que, según él, forma parte de la cosmogonía humana anterior. Acordando con el pléyade, tendremos, ahora, el comienzo de un desenvolvimiento superior de la consciencia, estadio en el que el hombre transcenderá el libre albedrío. Esta nueva etapa es per­ceptible ya en ciertos individuos que, más despiertos, no logran amoldarse a las técnicas yogas dejadas por los antiguos instructo­res. En verdad, si los grandes instructores no fuesen retirados del plano físico, ellos tendrían que contradecirse a cada cambio de ciclo planetario, al entrar en nuevas fases de la ley. Y, a medida que co­menzasen a usar la energía del nuevo ciclo, perderían la credibilidad de los hombres aún sujetos a las redes del intelecto. «Todos los ins­tructores que conocéis y que respetáis», decía el pléyade, «si conti­nuasen encamados y trabajando, dirían cosas distintas en cada cam­bio de ciclo». En otras palabras, si Cristo reencarnase ahora, habla­ría de una forma diferente a como lo hizo Jesús, el Cristo, y los mis­mos cristianos no podrían aceptarlo. La mente es estrecha, cuando está condicionada a esquemas inertes. Por conocer poco del amor-sabiduría, los hombres de la superficie de la Tierra aún no saben sintetizar las enseñanzas de los ciclos pasados y caminar a la luz del eterno presente. Lo que el pléyade estaba intentando expresar es la necesidad de que estemos abiertos a nuevas expresiones de la Vida Única, que no anulan las antiguas, sino que las desarrollan, exclu­yendo los elementos superfluos, muchas veces incorporados invo­luntariamente por los hombres. «No penséis que he venido para abo­lir la ley y los profetas», dijo Cristo. «No he venido para abolirlos sino para llevarlos a la perfección» (Mateo V, 17).

Valiéndome del encuentro con aquel ser de consciencia cós­mica, le pregunté qué entendía por pléyade, puesto que ese término es usado por los auténticos contactados con las naves intergalácti­cas. «Pléyade», me dijo, «es una Jerarquía que, en este momento, viene de mundos incorpóreos y está entre los hombres llevando ade­lante el plan de mutación del plantea, plan que incluye a la raza hu­mana y a los reinos animal, vegetal y mineral. En la superficie de la Tierra, se usa en general el término pléyade para denominar una constelación. Para nosotros, sin embargo, un pléyade (en Irdin se dice ‘phleich’) es todo aquel que vivió en estado de pura energía, sin cuerpo físico y decidió tomar este traje denso para ayudar en la ta­rea de recuperación del planeta, tarea que está dirigida a incorpo­rarlo a la vida cósmica consciente, con todos los atributos que la ley de la evolución puede ofrecerle. ‘Phleich Yade’ (otra expresión en lengua Irdin), significa habitante de todos los reinos solares, o sea, habitante de todos los soles´

Quien me daba esas informaciones era él mismo, un pleich, o pléyade, y era quien guiaba el automóvil que nos conducía al área de contacto. Su amor por la verdad lo había llevado a dedicarse ín­tegramente a las causas evolutivas y, en este momento, su trabajo era en la Tierra. «¿Desde cuándo nos conocemos?^’, le pregunté. La respuesta fue un tanto vaga: «Nuestra unión se efectuó definitiva­mente cuando éramos atlantes». No dijo nada más, pues no acos­tumbraba a hablar de reencamación. Según él, un ser puede tomar un cuerpo físico aquí, aun sin los procesos que normalmente se usan para ello. Del mismo modo, puede salir de la Tierra sin pasar por la muerte. No se somete a la ley de la reencarnación como es conocida tradicionalmente, que se refiere sólo a quienes están bajo la ley del karma en la materia densa y necesitan, por lo tanto, pasar por el na­cimiento y por la muerte como ocurre todavía en la Tierra. Según el pléyade, existen extraterrestres que no necesitan someterse a la re­encarnación y ese será un estadio accesible, en un futuro próximo, para los terrestres de superficie.

A esta altura, es útil esclarecer que no estamos afirmando que la meditación, el karma, la reencarnación sean leyes o estados que quedaron sin efecto para la mayoría de los hombres, lo que sería irreal e ignorante. Como dijimos en el libro MIZ TLI TLAN — Un Mundo que Despierta:

 

«El plano astral del mundo tridimensional, plano de las emociones normales de la humanidad de la superficie de la Tierra, está condicionado por el karma. El astral cósmico, que abarca otras y diferentes dimensiones, puede disolver las situaciones kármicas en que vive el hombre de superfi­cie. Cuando se entra en el estado astral cósmico el libre albedrío desaparece, y pasa a vivir gobernado por leyes cós­micas que ya no son kármicas, sino que están sujetas di­rectamente a un orden universal mayor. El proceso evoluti­vo entonces es diferente; ya no se trata más de saldar deu­das del karma material, sino de evolucionar bajo una com­prensión superior, más amplia y sin aquello que denomina­mos sufrimiento».

 

Pedimos atención a lo enunciado en el párrafo anterior, pues una parte de la humanidad de superficie está actualmente entrando en ese nuevo estadio: algunos se encuentran, sin duda, libres de aspectos kármicos, aunque continúen atados a ciertas situaciones por mero apego y no por necesidad interna. Esta reflexión, acompañada del desapego, puede traer mucha luz a los esquemas cristalizados de vida, transformándolos dentro de la ley del amor.

A propósito de esas leyes, dice el filósofo Paul Brunton en su libro póstumo PERSPECTIVAS[16]: «Existen seres que no están sujetos a las mismas leyes que gobiernan la existencia física de la humani­dad. Ellos normalmente no son visibles al hombre. Ellos son dio­ses». Así lo ve quien está en la consciencia cósmica.

«Si la naturaleza conserva los labios inexorablemente cerra­dos a las preguntas de aquellos que la maltratan, los abre misericor­diosamente con perfectas respuestas a aquellos que preguntan con un ego armónico, cooperativo y aquietado», continúa Paul Brunton en la obra antes citada.

Entre las leyes suprafísicas que serán comprendidas por el hombre de la nueva Tierra se encuentran las de la supranaturaleza, que gobiernan a su vez las leyes naturales conocidas hoy. Por medio de aquellas el hombre podrá controlar las lluvias, los vientos y el clima en general y, principalmente, trabajar con el magnetismo.

Amplios caminos surgen ante el hombre y él los verá clara­mente cuando deje de centrarse en las leyes del mundo material. Re­gido por el nuevo código genético, el GNA, él experimentará lo que en el pasado sólo era posible a los individuos altamente evoluciona­dos. En realidad, el trabajo de estos últimos fue anunciamos, por medio de su testimonio, lo que en un estadio posterior sería posible para todos.

Un proceso de encarnación conocido, que no fue común, pero sí regido por leyes inmateriales, fue el de la energía crística en los cuerpos de Jesús. Según las obras de Alice A. Bailey y de otros au­tores inspirados por la Jerarquía, en el momento del Bautismo en el río Jordán, Cristo impregnó aquel cuerpo adulto y no necesitó so­meterse a la conocida ley del nacimiento —se introdujo en un traje ya nacido y preparado por aquel que lo ocupara. Este caso no es el único y, hoy, como se sabe, tales oportunidades suceden con alguna frecuencia. Llegarán a ser comunes en la nueva Tierra, cuando ella esté bajo leyes suprafísicas, conforme veremos a continuación.

Seres libres de la ley de la muerte pueden dejar el traje corpó­reo sin que el mismo se pierda, involucione[17] o se desintegre. El cuer­po de alguien que está libre de la ley de la muerte puede ser usado por otra mónada, siempre que ese cuerpo, que ha sido liberado, esté en condiciones satisfactorias para la misión que el nuevo ser viene a cumplir. En esos casos, el individuo desencarna sin pasar por el proceso normal de la muerte. Estas informaciones completaban las enseñanzas tradicionales sobre la muerte, además, eran totalmente verdaderas para mí (que ahora vivenciaba otro tipo de experiencia) y resonaban como conocidas en mi interior. Al fin, yo estaba reen­contrándome y mi gratitud era evidente. «¿Gratitud?», interrogó el pléyade, «gratitud es un sentimiento indispensable para quienes aún no lo desarrollaron lo suficiente en el nivel humano. Sin embargo, los que viven en estado de unión con esa esencia de la Vida no esta­blecen diferencia entre quien da y quien recibe —la gratitud está ya implícita en su ser por lo que ellos no ven motivo para exteriorizarla como sentimiento humano». Esta afirmación me preparó para un es­tado que experimentaría días después, en un encuentro con las naves en el área de contacto. Mientras tanto, lo que yo podía percibir era que mi mental derecho, mi cardíaco derecho y mi plexo derecho res­pondían bien a esas ideas, dándoles un gran impulso y completán­dolas. Era como si el pléyade estuviese sirviendo de instrumento pa­ra que en mi fuente interna de conocimiento despertasen nuevas áreas de la consciencia.

«La finalidad de que se te haya traído a esta área de contac­to», me dijo él a propósito de lo que yo estaba percibiendo allí, «no es para que quedes condicionado a ella y necesites venir siempre a buscar informaciones, a buscar la verdad. El plan evolutivo dice que debes continuar procurando  la verdad  por ti mismo, donde quiera que estés —aunque, como es evidente por este encuentro nuestro, tú serás muy ayudado y hasta guiado para ello». Mirándome fijo me dijo: «Muchas cosas van acontecer contigo, pronto».

El diálogo proseguía, mientras el automóvil se acercaba cada vez más al área de contacto. Después de una curva, vimos surgir en el cielo una gran luz, nueva para mí. «¿Es aquella?», pregunté. Se trataba de una nave espacial proveniente del mayor centro intraterreno activo: Miz Tli Tlan, situado en la contraparte sutil de los An­des peruanos. Surgió con la apariencia de una estrella y, gradual­mente, comenzó a irradiar una luz de color violeta, formando una gigantesca aureola. Cuando la corona de luz se hizo visible, quedó confirmado que no se trataba de una estrella. Durante las demás no­ches de ese ciclo de contactos, aquella nave estuvo siempre presente. Ciertamente tenía un profundo significado para nosotros y para nuestro trabajo actual sobre la Tierra.

Cuando observamos el cielo, podemos tener una visión «sui géneris» de él propiciada por la presencia de elementos especiales entre aquellos que son conocidos. Cada nave espacial, por ejemplo, tiene la posibilidad de controlar lo que el individuo debe o no divi­sar, de modo que un astrónomo común, sin elementos de percepción intuitiva, hasta puede documentar un «cielo» que en la realidad no existe. Esa nave espacial a la que acabo de referirme es considerada una importante estrella. No obstante, en contacto con nosotros, se movía y nos demostraba abiertamente lo que acabamos de relatar. Una persona de mente racional quedaría perpleja ante lo que pre­senciábamos: para demostramos sus posibilidades de dominio de le­yes que no conocemos en el plano físico, aquella nave espacial se cubría de nubes, que ella misma creaba para no ser vista. Cuando comprendíamos su mensaje, ella volvía a comportarse como si fuese una estrella, elemento conocido por la astronomía terrestre. Sabía­mos que hay cuerpos celestes considerados planetas y que en la rea­lidad no lo son, y otros, considerados como satélites, que son naves espaciales controladas por sistemas que, muchas veces, distan años luz de ellas. El pléyade afirmó también que el hombre aún hará al­gunos descubrimientos con respecto al Sol (o soles, pues según él lo que llamamos Sol, de hecho son tres astros y no uno), a la Luna y a planetas importantes para la vida de la Tierra.

Hay naves espaciales que actúan durante millones de años y, de acuerdo con su tarea cósmica, nos parecen estables en el cielo. Pude conocer, en parte durante los contactos que tuve en el Valle de Erks, su capacidad de emitir luz, o de manipularla —lo cual me abrió para nuevas concepciones que derribaron muchas creencias que me fueron transmitidas por la astronomía actual. Y, ¿qué decir de esas estrellas verdaderas que no existen más, y que son tenidas por nosotros como activas, porque su luz aún está camino a la Tie­rra, recorriendo la gran distancia que las separan? Teniendo en cuen­ta esos astros que no existen más físicamente, como también las re­feridas naves intergalácticas que funcionan en prolongadas misiones (lo que hace que sean consideradas como planetas o estrellas), nos parece que el mapa del cielo debería ser siempre revisado por indi­viduos intuitivos y clarividentes (en el sentido interno de esta palabra, no en el sentido meramente sensitivo). En este planeta hay otros pléyades, además del instructor que me acompañaba en la experien­cia en el Valle de Erks. Ellos están listos para colaborar con noso­tros en la actualización de nuestro conocimiento sobre el cielo, pero aún no son escuchados por los científicos de la superficie de la Tie­rra.

Durante las noches de trabajo en el área de contacto, vimos nubes que corrían contra el viento, o nubes detenidas, estáticas, en lugares de gran turbulencia (soplaban vientos que por poco derriba­ban el trípode de nuestra cámara fotográfica). «Las nubes siguen órdenes inteligentes y no siempre al viento», dijo el pléyade ante la evidencia que teníamos frente a nosotros. Y agregó: «Lo mismo ocurre con el agua, que no sigue sólo la fuerza de la gravedad». Se­gún él, el agua de un valle puede subir una montaña, siempre que reciba una orden inteligente proveniente de niveles suprafísicos. Esa «orden» que las aguas reciben y que respetan, está basada en leyes de la antimateria y no en las que conocemos. Siempre que un cuerpo sólido es trasladado, por lo menos en parte, hacia una dimensión suprafísica, todo él comienza a estar influido por las leyes de aquel plano superior, comportándose entonces de modo diferente, «anor­mal», si se lo ve bajo la óptica convencional terrestre.

En el área de contacto, además de aquella nave de Miz Tli Tlan, estaban presentes centenas de otras naves. Sin embargo, no sólo allí, sino también en otras áreas del planeta hay muchas de ellas. Lo mismo ocurre en el subsuelo de la Luna. Esas naves, como fue explicado en el libro MIZ TLI TLAN — Un Mundo que Despier­ta, están preparadas para diferentes operaciones en la órbita de la Tierra. Entrarán en acción si hubiera una nueva guerra atómica o poco antes del cambio en la inclinación del eje magnético terrestre. El pléyade, mi interlocutor y guía, sabía mucho en relación a este proceso, sobre el cual ya habíamos desarrollado algunos tópi­cos en obras anteriores como, por ejemplo, ERKS — Mundo Interno. Tales acontecimientos pueden representar una oportunidad de trans­formación. La ley de la purificación es, en verdad, un premio para aquellos que llegaron al punto límite para cambiar de plano, para cambiar de nivel de consciencia. Por medio de ella se entra en una vuelta superior de la espiral evolutiva y se comienza a vivir bajo otras leyes, más amplias, desvinculadas del sufrimiento actual.

Independientemente de cómo sea su exteriorización en el pla­no físico y psíquico, la ley purificadora es vivida por el hombre de superficie en cuatro etapas:

 

* purificación espiritual, interior, que el hombre va realizando, muchas veces inconscientemente, a través de sus encarnacio­nes;

* conocimiento de las leyes cósmicas, que le es transmitido co­mo una consecuencia de la etapa precedente;

* liberación de la muerte, conforme vimos en los párrafos ante­riores;

* liberación del nacimiento físico, considerándose lo que ocurre en la superficie de la Tierra.

 

Compartiré en el curso de los capítulos siguientes mis viven­cias conscientes de esas cuatro etapas de la ley de la purificación. Sé muy bien que ciertos hechos supraconscientes fueron los más significativos, pero mi mente no puede tener acceso a ellos por aho­ra. Es evidente que este libro tiene límites determinados por un pla­no que está por encima de quien lo escribe en el presente momento.

 

Segunda Parte

 

LAS NOCHES DE ERKS

 

«Si los espíritus perdiesen la transcendencia, probablemente desaparecerían.»

 

La primera noche

 

Cuando un individuo llegaba al centro de la Gran Pirámide, se le preguntaba por qué acudía allí y por qué no le bastaban los ca­minos normales, recorridos por casi todas las personas. Si al res­ponder, vacilaba, nada le sucedía internamente, si respondía pronta­mente que los caminos normales ya no le interesaban más, se inicia­ba el proceso que los seres libertos conocen.

Si el individuo respondiese que no buscaba nada más que el camino interior que lleva a la unión cósmica, le llegaba una segunda prueba: él, aspirante a la comprensión de las leyes universales, era invitado a volver a la agitación y a los atractivos de las multitudes, de las diversiones, del confort material, para que se olvidase del an­sia de querer el camino ascensional. Ante tales opciones, él podría acceder a la invitación o responder que le sería imposible volver atrás.

Si eligiese la segunda opción, se le expresaba que el camino que había escogido lo llevaría a límites extremos y que no todos los que lo tomaban podían continuar en su sano juicio. Se le explicaba, incluso, que estaba a tiempo de desistir de aquellas pruebas. En la mayoría de los casos, sin embargo, el aspirante a la liberación del yugo de las leyes materiales reafirmaba sus intenciones, dado que a cierta altura, no había para él otro camino a seguir. Entonces, tomaba consciencia que perdería todos los vínculos con «el mundo» aun­que continuase viviendo en él formalmente. Si ante esto sus inten­ciones fuesen confirmadas, escucharía una frase cuyo contenido po­dría ser expresado así: «Ahora ya no puedes volver atrás. Eres ben­dito».

Ese era siempre el diálogo secreto que los individuos mante­nían con los Guías que trabajaban con ellos en los niveles internos de la vida, preparándolos para pasos decisivos en la escala evoluti­va. Dentro de ese esquema sagrado, acontecían hechos en las caver­nas o en los templos del plano físico y, al mismo tiempo, en las gru­tas internas y subjetivas de los seres, que así salían de la condición de sumisión a las leyes materiales para entrar en el conocimiento de las inmateriales.

En el Valle de Erks no hubo ese diálogo, aunque Erks sea el centro que, en esta época, tiene la tarea de conducir al ser humano, en forma más directa, hacia estados superiores de consciencia. En el Valle de Erks, ese diálogo se dio como sobreentendido. Había un to­tal conocimiento de lo que estaba sucediendo, interna y externamen­te, y, aunque el cerebro físico o la personalidad humana no perci­biesen todo, el estado de calma jamás sería interrumpido. En el Va­lle de Erks, cuando el individuo es aceptado ya se conoce su deci­sión, y se sabe también que no podrá volver atrás, aunque sea tenta­do; sus Guías, como lo conocen profundamente, no juzgan necesario hacerle preguntas. En ese sentido no hay formalidades ni pruebas. Los tiempos cambiaron, aunque los misterios siempre existan.

Camino al Valle, aún en el automóvil, una profunda calma invadía mi ser. No era sólo calma; algo más me poseía para siempre y me conducía sin que yo supiera adónde. Me dejé llevar, desde aquel momento, sin ofrecer resistencias. El pléyade iba guiando el auto, y eso tenía también un sentido simbólico: momentos después, él sería el conductor externo de la ceremonia que se realizaría.

«Me siento vacío de alguna cosa, aunque no sé de qué. De cualquier forma, me siento muy bien», le dije. El pléyade sonrió amo­rosamente, pues conocía muy bien aquel asunto. «Tus cuerpos emo­cional y etérico están siendo llevados hacia Erks. Continuarán liga­dos a tí sólo por un hilo. ¿Estás percibiendo eso?», me preguntó. «Claramente», le respondí. Después permanecí en silencio y no ha­blamos nada más hasta llegar a lo alto de la montaña.

Terminaba de escribir un libro sobre Erks[18], y ese centro era para mí mucho más que un motivo de estudio subjetivo. Sabía que, físicamente, él estaba a algunos kilómetros de profundidad, aunque en otras dimensiones, se encontraba en todas partes, como estado de consciencia. Por lo tanto, el hecho de que mis cuerpos fuesen lleva­dos para allá, como decía el pléyade con la mayor tranquilidad, tam­bién me resultaba natural. En cierto sentido, me sentía enteramente allá, aun cuando mi consciencia humana y cerebral permaneciesen lúcidas ante lo que ocurría en el plano físico de mi vida en aquel momento y, ni por un instante, me sentí en trance o separado del mundo exterior.

Mientras el automóvil proseguía montaña arriba, yo experi­mentaba la sensación de no estar únicamente en esta Tierra. Estoy usando aquí la palabra sensación, pero no era exactamente lo que estaba presente en mí. Todo lo que yo «sentía» en aquellos momen­tos, lo sentía de forma diferente a la habitual. Comenzaba a experi­mentar algo sintiendo dentro de mí: ya no era más yo quien sentía.

Allá bien en lo alto, esperamos que la gran nave diese la señal de que podíamos aproximamos. Un gran amor me unía a todo y, de forma especial, a la energía que venía de la nave espacial, bálsamo que jamás me abandonará. Mirando hacia el horizonte, hacia el fi­nal del Valle, veíamos la espacionave-luz llamándonos.

No tenía ninguna intención de personalizar hechos, mas a pe­sar de ello, determinados nombres se iban tomando conocidos para mi consciente actual. Nombres cósmicos en lengua Irdin que, cuan­do eran pronunciados por el pléyade, mantenían elevada la vibra­ción general en un radio de muchos kilómetros. Todos ellos eran an­tiguos conocidos míos, mas los nombres que presentaban no deja­ban de romper esquemas de mi mente humana, los esquemas que aún perduraban. Cada esquema que caía era una liberación más pa­ra mí, era un área de mi ser que se despejaba, era un subjetivo y pro­fundo respirar.

En aquel momento, con la nave espacial llamándonos, aunque quisiésemos, sería imposible tener emociones. Toda reminiscencia, que por ventura emergía del subconsciente, era disuelta. Allí no exis­tia nada más, a no ser el instante presente.

Estaba vaciado de emociones y de vitalidad puramente física. Experimentaba otro estado físico, y el sentimiento que afloraba era mucho más suave de los que conociera hasta entonces. «No se exi­gen comportamientos determinados», me dijo el pléyade: «Ponte có­modo, saca fotografías si quieres». Aunque pueda parecer extraño, todo lo que describiré a continuación sucedió mientras yo tomaba fotografías. La formalidad de los antiguos rituales místicos caía por tierra delante de mis ojos y de mis sentidos.

En realidad todo aquello había sido preparado durante siglos, pero mi consciente no tenía ninguna información sobre ello. Es que, en cada encarnación se construye un nuevo cerebro físico y la memoria humana de determinada vida no incluye lo que pasó en las anteriores. Inclusive el llamado «cuerpo» del alma, el cuerpo causal que guarda los acontecimientos pretéritos, los deja velados en la me­moria hasta que se manifieste una real necesidad de que afloren a la superficie.

Al ser esto así, tenia muy poca importancia cualquier actitud formal de mi parte en aquellos instantes solemnes (los más impor­tantes de esta encarnación terrestre); y para que yo no tuviese dudas de que el mayor valor estaba en lo que mera preparado dentro de mí a través de los siglos, el pléyade repetía: «Saca fotografías, ponte cómodo».

Mi intuición decía que en el Valle de Erks estaba la síntesis de un pasado tan amplio que seria imposible recomponerlo por me­dio de cualquier cronología terrestre. Mis vidas terrenas en la Lemuria, en la Atlántida y, finalmente, las más recientes —incluso lo que ocurría allí en el Valle— todo era conocido para los archivos de Erks. La realidad de ese acontecimiento era reconocida sin que los hechos adquiriesen importancia; cuando resurgía alguno, era sólo para ayudar a desatar nudos internos. Era la síntesis lo que real­mente se buscaba y era ella la que prevalecía. La síntesis dice siem­pre: «Adelante». Y se va adelante.

Mientras descendíamos por la cuesta, para llegar a un área mucho más próxima a las naves espaciales en maniobras, el pléya­de, entre una frase y otra en Irdin que dirigía a las naves, me ayuda­ba a ajustar el trípode de la cámara fotográfica, pues, como princi­piante en ese asunto, solo no lograba poner aquello en funciona­miento. Mientras colocábamos la máquina en una nueva posición, él me preguntó: «¿Te sientes bien?» «Nunca me sentí tan bien», res­pondí. Mi cuerpo emocional y mi cuerpo etérico se mantenían liga­dos sólo por un hilo a mi cuerpo físico, pues habían sido llevados hacia Erks, centro cuyas luces se reflejaban en lo alto de la monta­ña. Sabía que no tendría consciencia de lo que iba a pasar con ellos y esto era así por motivos que jamás podré conocer completamente. Sin embargo, dos de esos motivos estaban claros para mí: el prime­ro, era que yo tenía que pasar por la prueba de dejar que mis cuer­pos saliesen, conducidos por otras energías, sin temer nada; el otro, era que yo debería mantener mi consciencia totalmente ligada al cuerpo físico, para más tarde poder compartir la vivencia de manera concreta y accesible a los demás. Lo que estoy narrando les sucede­rá a muchos individuos en la nueva fase de la Tierra. Dejó de ser un hecho raro, circunscripto a la sala secreta de una pirámide, como lo era antiguamente.

Una gran necesidad de recogimiento descendió sobre mí, co­mo consecuencia del trabajo que se hacía en Erks con mis cuerpos sutiles. Me recogí, mientras sacaba fotografías y oía los cantos del pléyade en la oscuridad de la noche. Había momentos en los que de­jábamos encendidos los faros del auto, aunque la mayor parte del tiempo estaban apagados. Sentí un profundo recogimiento, no sólo la necesidad de él. «Después de recibir de vuelta el cuerpo emocio­nal más trabajado, podrás asumir tareas que antes te resultaban im­posibles. ¿Estás preparado para ello?», me preguntó el pléyade.

Con tal pregunta él no me estaba presentando una de las clá­sicas pruebas que se les daban a los aspirantes al conocimiento de las leyes inmateriales; pruebas sobre el dominio del miedo, sobre la presencia de la fe sobre el equilibrio nervioso. A todo esto se lo da­ba por adquirido. Las tareas se referían a los trabajos que deberían realizarse aquí en el planeta Tierra. Las acepté de antemano, sin si­quiera saber cuáles eran. «Esta noche estás siendo preparado para lo que acontecerá mañana. Más tarde tus cuerpos retomarán, pero no detengas tu atención en esos hechos. Continúa sacando fotogra­fías», me dijo.

Percibía la ley de la purificación actuando dentro y fuera de mí. Tanto el paisaje externo como el interno me lo decían. Experi­mentaba una calma interior que jamás podría haber construido con mis propias fuerzas, y la noche era plena de amor, de voluntad y de una actividad inteligente visiblemente escrita en los cielos. El exte­rior estaba como el interior: repleto de paz.

Aproximadamente treinta y tres naves espaciales se movían en un ritmo perfecto. Unas dejaban salir, de su interior, naves meno­res. Había algunas en maniobras específicas y otras estaban allí por nosotros. Se regocijaban ante la oportunidad espiritual que estába­mos teniendo. Percibí esto por medio de una sensibilidad interior, pues los movimientos que hacían eran siempre silenciosos. Toda aquella alegría era interiorizada y, así, participando de ella, pude percibir cuánto valor los seres de consciencia cósmica dan al hecho de que alguien inicie el camino de retomo al reino que a todos per­tenece. Grandes fiestas hay en los cielos cada vez que un ser retoma a la casa del Padre.

Si, una gran fiesta ocurría allí, dentro y mera de nosotros. El pléyade también se regocijaba. Percibí entonces que mi vida se tor­naba más consciente y que yo no sería más el mismo. «Finalmente», dijo él, en voz alta —y yo sabía lo que eso quería decir.

Siempre supe que nunca estuve solo durante mis esfuerzos; ahora, no obstante, yo veía con mis ojos físicos los seres que siem­pre me acompañaron y estaban allí, creando una noche como aque­lla y fundiéndose conmigo, para que mi gratitud y alegría fuesen tan interiorizadas como ilimitadas al manifestar amor y poder.

Una nave nos acompañó durante todo el trayecto de regreso al hotel, donde pernoctaríamos, y yo podía verla por la ventanilla del automóvil. Aquello significaba para mí algo que jamás tendría fin. Saber que eternamente tendría la consciencia de ser acompaña­do, seguido, ayudado, para que pudiese hacer algo por mis seme­jantes o por los seres de otros reinos, era una realidad que se impri­mía profundamente en mi ser, algo que los cuerpos de mi personali­dad jamás olvidarán.

Todo lo que antes fuera un proceso mental, intelectual y hu­mano se transformó, a partir de aquella noche, en una realidad en otro nivel. Todas las experiencias hechas anteriormente, basadas en la fe, se modificaban hasta que, amorosamente, desaparecían —y un nuevo estado se instalaba en mi ser.

Mientras conducía, poco antes de llegar al hotel, el pléyade me dijo: «En la nueva cosmogonía, no se estará ligado al libre albedrío; por lo tanto, ya no habrá que prestar atención a los chakras, sino permanecer estable en tres niveles: cabeza (símbolo del hombre pensante), corazón (símbolo de su nueva condición astral) y plexo cósmico (situado por debajo de la última costilla del lado derecho del cuerpo, y símbolo del contacto con las energías cósmicas)». No se refería, sin embargo, sólo al cuerpo físico. Aquellos puntos eran reflejo de lo que debería suceder en la consciencia del individuo. Se trataba de que el hombre transcienda el libre albedrío, para abrazar interna y externamente una voluntad más profunda. Yo podía enten­der todo aquello tranquilamente. Si hubiéramos estado en el tiempo de las pirámides, mi guía me habría indicado que me tendiese en un sarcófago. Sin embargo, ahora, dentro de aquel automóvil, bastaba con que yo estuviese totalmente atento a las entrelíneas de lo que de­cía el pléyade y ligado a lo que ocurría en mi interior.

Era más de medianoche cuando llegamos al hotel. Fui direc­tamente al cuarto, cuidando de no hacer movimientos bruscos que pudiesen perturbar el estado de quietud interior en el que me encon­traba. El hotel era silencioso y en aquella época del año había po­quísimos huéspedes. Al prepararme para el sueño, no pude hacer conjeturas, porque ni bien me acosté, mi cuerpo físico se; durmió profundamente. Hace años que duermo, como máximo, cuatro horas por noche y lo mismo ocurrió aquella vez. No obstante, al despertar del sueño físico, tenía la impresión de haber dormido una eternidad.

El pléyade me explicó que durante el sueño profundo es cuan­do más somos transformados. Para mí estaba claro que el trabajo no se había interrumpido desde que salimos físicamente del Valle de Erks. Continuaría siempre, jamás terminaría. Era real en todos los niveles, y conscientemente yo sabía de su actuación.

Desde que ocurrieron esos hechos, siento que soy ayudado siempre, de modo invisible. Comencé a vivir en forma permanente la experiencia de que jamás nos dejan librados a nosotros mismos, cuando renunciamos al libre albedrío humano. Percibí, entonces, que debería hablar de todo esto como ahora lo estoy haciendo, para que no vacilemos más ante oportunidades evolutivas que la vida nos ofrece. Debemos comprender que la real libertad consiste en buscar, transcender el estadio infantil de la satisfacción de deseos, y no en hacer lo que queremos. Una vez superada esa etapa, la energía del ser sigue una voluntad más profunda, verdadera y, cuando menos se espera, se ingresa en un estado que las palabras no pueden descri­bir. De ahí en adelante las explicaciones son innecesarias.

 

La noche del Bautismo

 

Si las experiencias por las cuales pasé hubiesen ocurrido en el tiempo de las pirámides y de los templos antiguos, las naves es­paciales que veía ante mí habrían sido un séquito de sacerdotes y de hierofantes; el pléyade habría sido uno de aquellos personajes so­lemnes, símbolo del amor, del servicio y de la sabiduría, que me conduciría en la ceremonia. En la Antigüedad, un santuario era co­nocido por pocos; hoy, el Valle de Erks, es un campanario cósmico abierto a todas las miradas, aunque no siempre percibido en su as­pecto interno y subjetivo.

Las paredes de los templos antiguos y de las pirámides eran ornamentadas con obras que narraban al aspirante la historia que él debería conocer, ayudándolo así a entrar en nuevos estados de consciencia. En el Valle de Erks, tales obras son partes de las montañas, que al ser miradas, evocan en el observador significados interiores. Se ven allí formas creadas cuando otrora la región mera fondo del océano, formas que, durante millones de años, resistieron las trans­formaciones. Algunas se presentan como el aspecto femenino del ser humano, otras recuerdan el aspecto opuesto, el masculino. «Uniendo» esos dos aspectos, armonizándolos, se sube un importante peldaño en la escala evolutiva» —parecían decirme aquellas piedras milena­rias en el Valle de Erks.

Aquellos símbolos, esculpidos de modo natural en las rocas decían también, como los antiguos, que «el hombre no muere ja­más». Sí, la muerte que los hombres temen es una apariencia. Haber estado temporariamente libre de los cuerpos emocional y etérico, para experimentar aquel estado que el pléyade denominaba espiri­tual, me daba la impresión de estar purificado. Sabía que los cuer­pos astral y etérico tendrían que retomar por completo después de un período, mas no había en mí ninguna ansiedad en relación a ello. Después de algunos días, inesperadamente me di cuenta de que ellos estaban de nuevo presentes, pero que yo me encontraba transforma­do.

En determinado momento, el pléyade me dijo que en la época de la Lemuria tuve una encarnación muy positiva, interrumpida, y que ahora estaba curado de los residuos de aquella experiencia. Sien­do así, recibiría una nueva tarea.

Nada pregunté sobre esa tarea, pues sabía que todo sucede a su debido tiempo. Había renunciado a obtener cualquier tipo de ex­plicación, por más esencial que pudiese parecer. En aquel estado de libertad y de entrega, me sonó, inesperadamente, un nombre que sig­nificaba, en nuestras palabras, yo soy el Reino. «Estás oyendo ese nombre desde el punto de vista de cierto plano de consciencia. Sin embargo, a medida que vayas cambiando de planos por medio del servicio, oirás nombres diferentes. Los nombres no designan indivi­duos, sino tareas, trabajos, misiones.» Aquello para mí era muy cla­ro y el nombre que yo escuchaba, muy conocido. Nada tenía que ver con mi actual nombre como tampoco con los que tuve en todas mis vidas en esta Tierra o en otros mundos. Pero aquel era mi nombre, impronunciable.

Siempre desconfié que los nombres usados por nosotros en la Tierra no significan casi nada. Por más que se den a ellos interpre­taciones mentales y esotéricas, poco valen en realidad. Incluso los más sagrados, los más usados por las escrituras antiguas, son rela­tivos —es decir, por encima de ellos hay siempre un nombre mayor. ¿Hasta dónde llegaremos, designando humanamente lo que no tiene limitaciones? ¿Qué necesidad hay de dar nombre a lo innombrable, de limitar lo ilimitado?

Aunque correspondan sólo a cierto nivel de consciencia y no a otros, más elevados, determinadas palabras pueden ayudamos en nuestros momentos de silencio. Ante frases que volvían a mi memo­ria (ciertamente, no por casualidad) y ante lo que estaba ocurriendo en el Valle de Erks, aspiré profundamente procurando quietud.

Esta segunda noche fue muy silenciosa, también en el plano físico. El pléyade casi no hablaba, a no ser en ciertos momentos, para ayudarme a comprender hechos para mí insólitos. Yo sabía que, en ninguna encarnación anterior, en ningún otro mundo, en nin­gún otro planeta, había pasado por algo semejante. En otros tiem­pos, me habrían hablado al oído: «Aprendiste la lección. Guárdala para siempre». Mas allí, en aquel momento, nada se me dijo. Las naves continuaban su movimiento, que parecía constituir una pro­funda meditación.

Se hallaban presentes, entonces: la gran nave del Coman­do Mayor de toda el área de Erks, la nave que representaba la fuente creadora del cambio planificado para la Tierra, cambio que se tomó irreversible a partir de la fecha que ya mencionamos; la nave comandada por el ser que trabaja en la recuperación de aquellos que sienten verdaderamente el llamado al cambio interior y que res­ponden a ese llamado (ese ser, Ashtar Asghran, me enviaba un especial rayo de amor y, en un momento dado, yo sentí nuestra pro­funda unión); la nave que representaba el nexo entre esta actual ci­vilización terrestre y las Jerarquías mayores de Erks; la nave de la armonía del universo, fuente creadora femenina de la nueva raza humana de la superficie de la Tierra, como la llamaba el pléyade en sus invocaciones devocionales; la nave que contenía energías de dis­tintos universos, trayendo de esa forma un rayo de unión para todas las Jerarquías; la nave que representaba a un planeta distante de la Tierra (cerca de 500 años luz) y que fuera recientemente incorpora­do al Consejo Intergaláctico (esa nave, de un brillo especial, actúa como Jerarquía Informativa junto a su propio planeta); y finalmen­te, la nave representante de todas las energías intraterrenas de nues­tro mundo.

Estaba también allí un Consejo formado por ancianos. Con­sejo que controla la vida y la organización de la ciudad de Erks, si­tuada a kilómetros de profundidad en aquellas tierras que en la su­perficie surgen como el Valle.

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La noche era silenciosa. En noventa minutos del reloj terres­tre transcurrió una eternidad. En el plano físico, surgían luces de­trás de las montañas. Seres provenientes de otros centros intraterrenos (algunos de ellos mayores que Erks) se hacían visibles de aquel modo. En esos casos, yo no veía naves, sino sólo inmensos resplan­dores. De repente una luz mayor se aproximó, atravesando el Valle. Parecía venir a nuestro encuentro. Estaba aún distante cuando el pléyade anunció: «Esta representa a tu mónada. Es la energía que viene a tomar posesión de ti». Era Ashtar Asghran, instructor de las mónadas.

El hecho aconteció sin mayores obstáculos y sin que yo lo no­tase vitalmente. De ahí en adelante yo era otro, sólo eso. Aquella luz representaba, en el plano físico, mi Guía de Formación —lo que re­sulta imposible explicar, como también es imposible transmitir con palabras lo que fue ese «tomar posesión de mí». Nada tiene que ver con cualquier idea terrestre. Percibí que «fui tomado», «que estoy formado», «que estaré siempre formado» y que esa formación jamás terminará. Aquel era mi Guía.

En aquella noche silenciosa percibí, internamente, que las si­guientes noches vendría sin la máquina fotográfica. «Sí», dijo el plé­yade, «déjala un poco de lado». El trípode fue colocado dentro del auto y todo el equipo guardado, cuando me llegó la orden: «Mira hacia el Valle. ¿Ves la energía?» Sí, la veía. De punta a punta flota­ba en la atmósfera algo sutil, algo que parecía una neblina, y que no lo era —aquellos seres la habían formado. La luz que era mi Guía ya se había interiorizado completamente. El silencio era grande, per­ceptible. «Ve», me dijo el pléyade en voz muy baja: «están llaman­do, atraviesa a pie el Valle. Pasa a través de aquella energía».

Comencé a caminar. Las piedras del pequeño camino no eran un obstáculo. Había una bajada, que mis ojos físicos no la distin­guían muy bien. Allí fue cuando ocurrió un hecho inusitado: una lu­na llena, luminosa como jamás había visto, surgió detrás de un ce­rro e iluminó el camino de modo que podía ver mi sombra proyecta­da en el suelo. La luminosidad de la luna era fortísima, no era sólo luz. Todo el lado derecho de mi cuerpo era tocado por aquellos ra­yos. En Erks se encontraba una parte mía —los cuerpos emocional y etérico—, la mayor parte de ellos por cierto, y el símbolo de lo que ocurría allá estaba ahí representado por la luz de la Luna, que envolvía el lado derecho de mi cuerpo.

Este proceso puede ser estudiado por aquellos que aspiran li­berarse de las leyes terrestres materiales. Por eso lo describiré den­tro de los límites permitidos por la palabra. En esta época, el trabajo de los seres que visitan la Tierra es realizado en tres niveles:

 

* en el físico, hay una preparación del individuo para el cambio de los genes y la implantación de nuevos microórganos en cada órgano del cuerpo actual;

* en el espiritual, hay una purificación que abarca todos los planos suprafísicos que la necesitan;

* en el cósmico, se amplía la consciencia del ser para que pueda contactar el conocimiento universal.

 

Tal oportunidad está disponible para todos, y, cuando el indi­viduo la reconoce como la meta única de su vida, las energías responden y todo lo necesario se organiza Teniendo o no consciencia de esto, el ser interior (la esencia cósmica que, aquí en la Tierra, le damos el nombre de mónada o espíritu) lo coloca ante las nuevas le­yes. Esto sucede de esa manera porque él despertó para la única fi­nalidad de su existencia.

Mientras caminaba, me di cuenta que el automóvil guiado por el pléyade me seguía con los faros apagados. Él era el símbolo, en el plano físico, del Guía interno que mi consciencia humana acababa de reconocer. Esa segunda noche había caminado lo suficiente y era hora de volver al hotel. Resonaba en mi alma, en mi mente y en todo mi ser, algo parecido a: «Existe un estado incorpóreo que no pro-crea». Sólo en las visitas siguientes al Valle de Erks yo comprende­ría lo que eso quería decir. En aquel momento, sólo me correspondía percibir que la distancia entre la Tierra y los mundos incorpóreos existe únicamente en la substancia mental; en realidad, esos mundos están muy próximos, y podemos contactarlos si nos abrimos a ellos.

¨

He aquí lo que pasó con mi ser aquella noche, a la que llamé noche del Bautismo: la energía espiritual de la Gran Fraternidad, representada por las naves espaciales, sirvió de mediación para que la energía cósmica pudiese ser introducida en mis niveles humanos. Entre aquellos intermediarios celestes (prefiero llamarlos así) había un Hierofante (Ashtar Asghran) que, simbólicamente, en aquel mo­mento, instruía a mi mónada encamada, y otros dos intermediarios que constituían las polaridades eléctricas positiva y negativa de la energía.

En aquellos instantes mi yo superior era polaridad negati­va con respecto a mi mónada y, al mismo tiempo, polaridad positiva con respecto a mi personalidad. Ese doble papel lo desempeñaba con facilidad, sin que yo sintiese ninguna división . El equilibrio era perfecto, al menos desde el punto de vista del yo consciente.

Mientras los intermediarios celestes posibilitaban la introduc­ción de los rayos cósmicos en todo mi ser, mi yo superior posibilita­ba la introducción de la vida cósmica en mi parte humana. La ciu­dad de Erks trabajaba junto a mi yo superior. El pléyade, que me acompañaba (desde la Atlántida, en perfecta unión, como dice él), se había declarado «el portero de Erks» y esa designación caló hon­do en mí, pues comencé a sentir que, de ahí en adelante, yo también sería útil para otros seres, vinculados internamente conmigo por medio de lazos de eterno amor.

A partir de aquella noche, fue puesto en movimiento un pro­ceso energético que jamás podrá ser interrumpido. Mi ser había en­trado en una corriente cósmica de la cual ya no tenía posibilidad de retomar. Por esto, el pléyade irradiaba semejante alegría interior mientras pronunciaba: «¡Finalmente!»

Esas percepciones no eran creaciones de la imaginación, pero sí la síntesis de lo que había ocurrido en mí Hasta allí, para que mi yo consciente pudiese prepararse para un acontecimiento que estaba previsto para tres semanas después.

 

Tres semanas después

 

Después de estos primeros hechos, regresé a la capital del país, donde me esperaba un intenso trabajo público. Al llegar mis amigos me encontraron muy cambiado. A algunos les expliqué que había pasado por una especie de cura y que principalmente mi cuer­po emocional había sido trabajado internamente por energías positi­vas y conscientes de mi evolución.

Sentía una nueva vibración circulando en mí y, a partir de allí, aunque me esforzase, ya no podía emocionarme como antes. Un sentimiento profundo de unión interna, de apertura, de gratitud y de paz, jamás me abandonaba. Pude, así, pasar tres semanas como si el tiempo y el espacio se hubiesen enrarecido, sin peso, sin gravedad, sin ningún tipo de apego. Al final de cada conferencia pública que pronunciaba, me llegaba la confirmación de una gran unidad interna con todo y con todos, y la onda energética que fluía a través mío y de lo que decía era diferente de la anterior. Las personas lo notaban y se referían abiertamente a esa transformación. Aún así, nada de eso fue acentuado ni dramatizado; la vida proseguía normalmente, aunque muchos supiesen que yo había tenido contacto con el Valle de Erks.

Los hechos ocurridos la «noche del bautismo» prepararon a mi yo superior para establecer un contacto efectivo entre mi consciencia física y la astral-emocional. Desde aquel momento en ade­lante, toda la actividad emocional podría ser controlada con inteli­gencia. La mente, a su vez, puede ampliar sus capacidades, estable­ciendo un vínculo entre su área pensante y su área abstracta, esta última llamada «sobremente» en algunos libros clásicos de filosofía espiritual.

En el alma, o yo superior, ahora brillaban expansiones de luz de los niveles supramentales.

En la vida externa, el servicio se ampliaría, y ése era el hecho central que más me tocaba, en mi actual temperamento.

Para las personas, la convivencia conmigo en aquellos días era un entrenamiento en la observación de hechos subjetivos mani­festados en el plano físico. Yo, por otro lado, pasaba por pruebas, al adaptarme a estados de ánimo y a modos de ver completamente inéditos. Nuevas energías se tomaban más intensas en mi consciencia, y la síntesis de mi pasado lemuriano llegaba a mi conocimiento humano. En ella encontraba muchas claves liberadoras para la épo­ca actual. Vi, durante esos estudios, cuán vanos fueron los análisis psicológicos efectuados anteriormente.

Lo que ocurrió en las noches siguientes no corresponde que sea narrado de manera cronológica. La descripción de los tiempos, del ritmo de los días, de los estados de consciencia seguirá un movi­miento interno y no una secuencia mental. Es importante, ahora, que el lector tenga en cuenta algunos estadios de la ley de la purifica­ción, la protagonista de todo el proceso por el cual pasé. Teniendo presente esa ley le dije al pléyade, durante uno de nuestros viajes en automóvil rumbo al Valle de Erks: «No sé explicar cómo, mas que viviré una gran transformación». «Sí», afirmó él rápidamente, «no pasará mucho tiempo antes que eso ocurra».

Íbamos en automóvil por el camino de tierra, mientras una nave espacial nos acompañaba en el cielo, a mi derecha. La miré, la saludé, y le dije al pléyade: «Si tuviera que acontecer, estoy listo». «Sí, va a acontecer», repitió él, y se puso a cantar mantras, mientras conducía.

Llegamos a lo alto de la montaña, descendimos del auto, vestí un manto que me había dado el pléyade para que lo usara allí y du­rante cualquier otra vigilia que hiciese. Todo estaba en orden en el plano físico. En los planos internos, yo sentía un desapego que nun­ca antes había experimentado. Normalmente se acostumbra a pensar que, llegado el momento de la transmutación[19], tenemos muchas difi­cultades para desapegamos de las cosas de esta Tierra. Conmigo es­to no ocurrió. Ante la clara constatación de que mi ser interior vivi­ría la experiencia de la transmigración hacia otros planos, hacia otros mundos más allá de este sistema solar, ninguna parte mía ofre­cía resistencia. Estaba flojo, relajado, sin signo de incomodidad de ninguna clase. Así fue: el ser interior partió, sin que la consciencia humana siquiera lo percibiese. Me encontraba de pié, ora hablando con el pléyade, ora oyendo lo que él decía o cantaba. Observaba las naves que estaban ayudando en ese proceso, mas nunca pensaba en mí, en lo que podría acontecer, ó en lo que ya debería estar aconte­ciendo conmigo. La seguridad y la paz eran totales.

De repente, me di cuenta de que una gran distancia separaba a mi consciencia humana de aquél que siempre había habitado mi cuerpo o los cuerpos que mi ego conocía. Sí, había una distancia fí­sica de años luz entre el individuo que observaba y aquél que, sin hacerse notar, había partido hacia un gran viaje. Permanecí por un momento muy quieto interiormente, no obstante, jamás sentí que había quedado solo, abandonado a mí mismo.

El pléyade reveló, entonces, que el ser interior que acababa de transmigrar había cumplido sus tareas aquí en la Tierra y estaba, por ende, liberado. Mientras él pronunciaba la palabra «liberado» yo sentía un gran júbilo. Participaba de la alegría de aquel esta­do incorpóreo en el cual se encontraba ahora aquél que había habi­tado estos cuerpos. Así, vi que las distancias físicas no cuentan de­masiado.

No sabía hacia dónde había ido el ser interior que conocí co­mo la parte principal de mí mismo durante toda mi vida; sin embar­go, no sentía separaciones. «Quien está en ti ahora tiene la cons­ciencia más amplia. Esto ayuda a que tu lado humano consciente vea más ampliamente.» Sí, ningún mérito había en mi aspecto mate­rial, en mi personalidad —esto era evidente para mí; toda corría por cuenta de niveles suprafísicos, míos o de los seres cósmicos que es­taban dando señales de su presencia allí alrededor.

«Todo está totalmente bajo control», decía el pléyade. «¿Sien­tes alguna incomodidad?» «Ninguna», le respondí: «un pequeño pun­to en la parte derecha del cuello parece un poco sensible, nada más». El pléyade repetía: «Todo está bajo control» —y miraba las naves.

Así ocurrió la transmigración del ser interior que habitó este traje físico-emocional-mental por cierto período, y la transmutación del ser interior que lo habitará hasta que cierta tarea se cumpla. Du­rante la transmutación, el cuerpo físico y el yo consciente no sintie­ron nada, manteniéndose siempre lúcidos. Cuando, después de lo ocurrido, concentré mi mente humana de manera más intensa en el centro del ser, noté que allí había otra energía. «Vas a percibirla más claramente con el correr de los días», dijo el pléyade sonriendo. «De a poco, irás conociéndolo mejor.» Aunque era como si ya lo conociese muy bien. Era como si lo hubiese conocido antes. Vi, entonces, que el misterio está siempre presente. Tal era nuestra unión, que casi llegaba a olvidarme de que mi ser interior había partido ha­cia otra experiencia. Consciente de esto, percibía sólo como crecía en mí la gratitud. Mas, era una gratitud que venía no sólo de mi in­terior —venía también de «lejos», venía de años luz de distancia.

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Entre el ser interior que se había ido, el ser interior que estaba aquí y el ser consciente (o personalidad), no había separación. Aun­que supiese, dentro y fuera de mí, que quien se había ido estaba, ahora, viviendo otra vida —liberado— mi consciencia humana esta­ba lista para continuar su ciclo terrestre y para asumir las tareas que el nuevo ser traía muy claramente consigo.

Con el tiempo, como dijo el pléyade que seguía todo aquel proceso, conocería mejor al nuevo ser. «Este nuevo ser» —señalán­dome a mí— «no descendía al estado corpóreo hace cerca de dos mil años. Pasó mucho tiempo en planetas de vida incorpórea». Yo percibía que una plena armonía se apoderaba de mí. No tuve difi­cultades.

Observaba las naves a nuestro alrededor y sentía profunda­mente la ayuda que había recibido. Mis ojos físicos veían aquel cie­lo nocturno, todo cubierto de estrellas y de naves, a años luz de dis­tancia… ¿Qué son las distancias? ¿Qué significan? Todo estaba bien, y la paz reinaba dentro y fuera de mi ser.

Lo que siempre fue llamado «liberar el espíritu» no tuvo mar­cas dramáticas para mí. El cuerpo físico y los demás niveles de la personalidad se mantuvieron calmos mientras el ser interior se ale­jaba, y no dieron la menor señal de desarmonía con la llegada del nuevo ser. La vida siempre estuvo presente, y la consciencia de es­tar vivo en ningún momento se alejó. Advertí, entonces, la ayuda que representaban la presencia de naves-laboratorio y de seres que habían transcendido la ley del nacimiento y de la muerte.

Recordé que, en tiempos pretéritos, todo esto habría ocurrido mezclado con estados de trance, o con pruebas consideradas sofo­cantes para el traje humano. Miré en aquel momento hacia el cielo y vi tantas naves como cuentas tenía el collar que el pléyade me había dado una de las noches anteriores. Todo estaba perfectamente interrelacionado y no había ninguna casualidad presente allí.

«La transmutación fue fácil porque hubo una correcta prepa­ración», dijo el pléyade, prosiguiendo su tarea de instruirme.

Existen seres que van hacia el mundo suprafísico sin sufrir apegos ni ansiedades; otros llegan hacia el mundo físico igualmente libres de problemas y de dolores. «Son transmutados», dijo el pléya­de. «No hay dolores de parto, ni los estertores del desprendimiento. Con el proceso de transmutación, no hay muerte ni nacimiento.» Fuera de esta Tierra, existen mundos y estados de consciencia en los cuales la procreación, tal como se conoce, no es necesaria; el naci­miento consiste simplemente en una materialización que parte de los propios cuerpos sutiles del individuo espiritual. Tampoco existe «muerte», o «desencamación», en esos casos. Los seres transmutan, cambian de plano, así como sucedió con el ser interior que estuvo en este cuerpo que ahora escribe.

«El hombre puede quedar liberado de la ley del nacimiento y de la muerte», reafirmó el pléyade.

Aunque todo estuviese presentado tan simplemente, sabía que había plegarias nocturnas alrededor mío. Se trataba de plegarias de luz, no de ruegos ni de pedidos: eran irradiaciones de quienes, en las naves espaciales, estaban en permanente vigilia. La unión que yo sentía con ellos no puede expresarse en palabras.

Siempre había sabido que la muerte no pasaba de ser una apariencia, mas ahora, comprendía también la inutilidad de esa apa­riencia. Allí estaba un traje listo para actuar, sentir y pensar, en el cual la transmutación se había dado imperceptiblemente. Sí, la muer­te es una creación del hombre que aún está sometido a las leyes materiales más densas.

El objetivo de los rituales en los templos antiguos era el de mostrar al estudiante que «la muerte no existe». Se le proporcionaba de manera práctica esa enseñanza, llevándolo a experimentar todo lo que un moribundo experimenta, para conducirlo a continuación al otro lado del velo de la existencia. Para esto, se usaban ataúdes o sarcófagos. Las montañas del Valle de Erks fueron mi sarcófago sagrado (el que nada tenía de fúnebre) y la bóveda celeste, mostran­do en el horizonte las luces de la ciudad de Erks, fue el otro lado del velo. La experiencia consistió en un gran resplandor de luz inmate­rial y un traje humano como observador tranquilo e imperturbable.

Dicen los imciados que los sumos sacerdotes antiguos tenían el poder de mantener la mente del estudiante despierta, mientras su cuerpo permanecía en trance; así, él podía tener la experiencia suprafísica, o supraterrestre, y recordarla al retomar a su estado nor­mal. Casi siempre se usaba para ello el hipnotismo, en aquellos tiempos pretéritos. Hoy se puede percibir la interpenetrabilidad de todos los mundos sin salir del estado consciente y sin presentar nin­gún síntoma de trance o de enajenación.

En el pasado, esos procesos servían para demostrar la reali­dad de que el ser interior es inmortal. Actualmente, el conocimiento de la inmortalidad está incorporado en parte, como idea, en los seres humanos de la superficie de la Tierra y, por eso, las ceremonias que las naves realizan al tratar con nosotros pueden ser muy simples.

El cuerpo de mi mónada puede vivir en niveles incorpóreos y es sólo mi traje el que lo ve como cuerpo. La mónada puede estar completamente libre, cuando termina su misión en la Tierra; mas al hacerlo, yo sé que la compasión la lleva a usar esa libertad para descender otra vez de plano y servir a los demás.

Antiguamente el iniciando necesitaba suplicar y someterse a pruebas angustiantes, porque la formación se daba en los nive­les concretos. En mi experiencia, las súplicas no fueron necesarias y las pruebas no las conocí. Sé que el ser cósmico, que todos so­mos, ve cuando las cosas deben suceder con nosotros, si tuvieran que suceder.

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Los tiempos cambiaron. Ahora, los sacerdotes del cosmos preparan a los candidatos desde los planos de consciencia sutiles: en los niveles suprafísicos; los entrenan para el uso de la fuerza y, en los niveles supramentales, para el uso de la voluntad. En cuanto al cuerpo físico, éste es preparado a través de la incorporación del nuevo código genético y de la implantación de nuevos microórganos, según las nuevas leyes planetarias.

Lo que antes se denominaba «gracia salvadora propiciada por los dioses» es hoy gracia permanente, que nunca nos abandona, in­cluso cuando no vemos las naves ni las Jerarquías presentes en ellas. Ashtar Asghran, frente a mí como luz, me daba la vivencia de normalidad.

A veces el pléyade, mientras entonaba mantras en Irdin du­rante la ceremonia, ponía la mano sobre mi cabeza; aunque lo hacía de modo casi imperceptible y sin la menor dramatización. Antes de dirigimos hacia aquellas noches en el Valle de Erks, yo acostum­braba alimentarme con frutas ese día y, a veces, sólo con líquidos (por sugerencia del pléyade), volviendo a casa, después de la medianoche, comíamos una merienda y hacíamos pequeños comenta­rios, reconstruyendo partes de la ceremonia. Sí, el pléyade era un antiguo conocido, que sabía cumplir muy bien el trabajo de sacer­dote. Como se sabe, un verdadero sacerdote no es un mero ritualis­ta, sino un ser que conoce la ley superior y que la vive. El verdade­ro sacerdote no es un miembro de alguna casta, sino un integrante de un nivel de consciencia. Existen muchos miembros de la casta sacerdotal en la Tierra, mas pocos son genuinos sacerdotes. Para ser sacerdote, en el sentido de ser la Ley, no es necesario pertenecer a las castas terrestres.

Mientras el pléyade oficiaba la ceremonia, el Sacerdote Ma­yor brillaba frente a nosotros. Su luz jamás será olvidada.

 

Fases de la purificación

 

En el camino espiritual, interior, el proceso de purificación pasa por diversas fases. Al comienzo transcurre en el nivel humano, a través de diversas vidas, mas aquí no trataremos esa experiencia puramente humana, sino las etapas siguientes. Sólo a partir del mo­mento que el hombre cambia el estado pensante transciende la pri­mera fase de ese proceso, superando el compromiso  con las fuerzas de la materia terrestre y con la propia parte humana y psicológica. Mientras permanece polarizado en la mente común, vive una mera lucha y alterna diferentes estados de desarmonía; sin embargo, cuan­do cambia la forma de pensar, descentrándose del propio ego y pa­sando a percibir necesidades reales y más amplias, de grupos o de la Humanidad, él entra finalmente en otra vibración energética. En este punto es que se torna verdaderamente útil al Plan Evolutivo, y no antes, cuando se encontraba involucrado en cuestiones personales y materiales.

En la primera etapa, la purificación incluye el sufrimiento. Tanto es así que la idea común respecto a ella está ligada a la priva­ción, al dolor, a la miseria y al castigo. No obstante, superándose ese primer estadio, se la comprende de otra manera.

Purificación, para quienes cambiaron el propio estado pen­sante, quiere decir liberación de todo tipo de vínculos con la Tierra y con la vibración material densa. Para que ocurra, se requiere de la actuación de la energía superior de la mónada, que es quien controla el yo superior y que encama según las etapas que necesita vivir. En los estadios de desarrollo de la personalidad humana, la orden es identificarse con la materia; luego sigue el principio de consciencia del yo superior, que lleva a un relativo compromiso a través de ser­vicios prestados a la materia; y ya en los estadios de contacto monádicos, la energía cambia y trata de liberarse, para participar de servicios más amplios.

Tengo consciencia de haber pasado por ese proceso liberador, y el trabajo realizado para vivirlo está relacionado, como pude per­cibir, con la experiencia de una tarea hercúlea que todos necesitan desempeñar antes de liberarse de los lazos más pesados con la mate­ria terrestre. En el mito de Hércules, esa experiencia está bien des­cripta en el décimo primer trabajo, en la historia titulada «Lim­piando establos». En él. Hércules ya tiene encendida la propia lám­para interior, que es la capacidad de ser conducido por las energías autoconscientes; así, por medio del servicio altruista y de la aspira­ción a alcanzar los niveles superiores de la consciencia, él percibe que debería llevar la paz a los demás seres. Se sabe que, en el esta­dio donde se está saliendo de las propias marañas individuales e in­gresando en un servicio altruista y grupal, es el momento a partir del cual la luz se enciende y deja de existir para el hombre la posi­bilidad de un retomo completo a las tinieblas que recientemente de­jó. Aunque esporádicamente él pueda encontrarse dentro de ellas, cuando la purificación prosigue él acaba alcanzando el completo despertar.

Un momento importante del proceso de purificación es el des­cubrimiento del altruismo. Este descubrimiento se hace escalona­damente y, en los primeros estadios, el individuo dona su tiempo li­bre para trabajar en beneficio de otros. Dona también, en este inicio, parte de los bienes que le sobran. Así pasa el tiempo, dando lo que resta de su presupuesto y distribuyendo lo que le es superfluo. Mas esto aún no es lo verdaderamente útil al plan evolutivo general, que necesita de todo el hombre para poder realizarse.

La energía del altruismo comienza a crecer en el hombre durante toda la primera fase de la purificación, y finalmente él acepta partir hacia áreas oscuras de la consciencia, a fin de regenerarlas. Allí comienza realmente su tarea de «limpiar establos», como des­cribe la historia del mito de Hércules y como vivió mi ser por largos años. Está claro que, al decidir cumplirla, el hombre no siempre es comprendido por sus hermanos de la superficie de la Tierra, que to­davía viven para sí mismos. Su actitud incluso es considerada extraña por ellos.

A pesar de la incredulidad de quienes lo rodean, el hombre que está siendo purificado parte hacia el mundo pestilente y lo libe­ra, sin esfuerzo, de la suciedad milenaria. Intuitivamente, descubre que, removiendo lo que obstaculiza la limpieza general, la obra se hará por sí sola. Entre tanto, para que ella sea una actitud verdadera y fructífera, él necesita estar desinteresado de los resultados que pueda obtener de sus trabajos en este mundo y debe procurar man­tenerse sintonizado con los propios niveles superiores de consciencia.

De este modo, descubre, en esta primera fase de la purifica­ción (que se desarrolla a lo largo de varias vidas sobre la Tierra), que eliminando obstáculos es como permitimos que algo verdadero se construya, posibilitando, así, la manifestación de la obra creativa —obra que no es personal, sino realizada por una inteligencia supe­rior. Para los lectores que sientan la necesidad de comprender mejor el punto evolutivo que representa el décimo primer trabajo de Hér­cules, lo transcribimos en el Apéndice de este libro[20] (a partir de la

obra HORA DE CRECER INTERIORMENTE, El Mito de Hércules, Hoy. Allí se describe la trayectoria del hombre que pasó de la puri­ficación personal hacia el servicio al mundo, la trayectoria del hom­bre que se tomó efectivamente útil al Plan Evolutivo. Es a partir de ahí que él ingresa en las fases siguientes de la purificación.

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La segunda etapa de la purificación espiritual conduce al co­nocimiento de las leyes cósmicas, lo que ocurre como consecuencia de la etapa anterior, descripta en el penúltimo trabajo de Hércules. El pléyade confirmó que el ser interior, que fue liberado y que se encuentra ahora en mundos suprafísicos, está realizando un apren­dizaje incomprensible para los que viven la vida terrestre. De mi parte siento reflejos de lo que ocurre «allá», y percibo que mis sen­timientos anteriores se han ampliado, sin que haya hecho nada para que ello suceda. Hay algo creciendo, a años luz de distancia.

El pléyade me confirmó también, lo que yo estaba percibien­do: el ser interior que ocupa el cuerpo que está escribiendo este libro «conoce» leyes que de a poco irá transmitiendo a mi cerebro físico. En momentos determinados cíclicamente, cuando las circunstancias estuvieran preparadas, y la necesidad fuera real, esas leyes se divul­garán. Mientras tanto, este traje debe vivir experiencias de purifica­ción en diferentes niveles, totalmente protegido, controlado y guia­do, sea interiormente, sea por las circunstancias que lo rodean. La obediencia es necesaria en esta etapa delicada, y las palabras que estoy usando, «totalmente protegido, controlado y guiado», son las exactas para expresar ese estado.

El pléyade afirma que la transmutación monádica, es decir, la substitución de un ser interior por otro, nada tiene que ver con el fe­nómeno de incorporación de una entidad. Como consciencia intergaláctica y como ser encargado de ayudar en el proceso de sutilización de la Tierra, él manifiesta que toda incorporación es considera­da un estadio superado en relación al Hombre Nuevo. Pude compro­bar esto en el contacto con Ashtar Asghran, descripto anteriormen­te; jamás tuve la consciencia de estar «incorporado» por ese ser de la forma como generalmente es descripta en los libros técnicos co­nocidos, mas sí de estar unido a él.

A propósito de esto, presencié momentos durante los cuales el pléyade estaba contactado con otras galaxias, recibiendo informa­ciones sobre la situación actual del planeta Tierra, mientras conver­saba conmigo. Percibía que aquello ocurría y que él era capaz de dar la misma atención a ambas áreas de la comunicación.

Por lo tanto, lo que los instructores más avanzados del ciclo pasado decían respecto a lo inadecuado de todo y cualquier apego a fenómenos, como el de la incorporación o de ciertas transmisiones que alteran el estado externo del hombre común, puede considerarse una enseñanza básica y precursora de la etapa evolutiva actual.

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La tercera etapa de la purificación comienza cuando el hom­bre se libera de la idea de la muerte. Supe que me había liberado de esa idea cuando vi que el ser interior que vivificó este traje por cin­cuenta y ocho años había partido sin dar siquiera una señal de lo que estaba haciendo. Esta, tal vez, haya sido la mayor alegría que este traje sintió en toda su vida: la de haber sabido que una esencia espiritual interior se liberara de la limitación de la materia densa, in­gresando en otras leyes, suprafísicas. Ahora este traje está ocupado por el ser que aquí está, otra mónada del único ser cósmico que soy;

y mientras dure la tarea de ese ser sobre la Tierra, este cuerpo esta­rá actuando, dentro de la ley del servicio. Si, cuando tal tarea termine, este traje aún puede ser útil, según la voluntad cósmica y dentro de un plan superior (que incluye el grupo de mis siete mónadas[21]) podrá eventualmente ser ocupado por otro ser interior, sin embargo esto no ocurre de forma indiscriminada, sino dentro de leyes supra­físicas y superiores que son conocidas por las mónadas incluidas en el proceso —leyes que estarán vigentes en el próximo ciclo de la Tierra. Así me instruía el pléyade dirigiéndose hacia mi figura ex­terna: «Podrá servir a la Jerarquía de los seres interiores mientras pueda ser un buen instrumento». Estando más purificado que ahora, este traje será más útil y habrá vivido bien, habrá servido y exigirá cada vez menos para su propia subsistencia. Esta es la educación por la cual pasa un cuerpo externo a medida que sirve de instru­mento a las mónadas que lo habitan.

Ahora yo podía comprender lo que Helena Blavatsky quería expresar cuando, en el volumen VI de LA DOCTRINA SECRETA[22], se refería a la «naturaleza múltiple y a los diversos aspectos de la mónada humana» y, para que no haya duda del tipo de transmuta­ción descripta aquí, debo agregar que los cuerpos físicos que se prestan para esos cambios de mónadas, son cuerpos ya bien dis­ciplinados, controlados y que pueden, por lo tanto, colaborar sin mayores resistencias con las tareas que el nuevo yo interno debe realizar.

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La cuarta etapa está ligada a la liberación del ser de la ley del nacimiento físico, de la manera como ella, hoy, se expresa en la su­perficie de la Tierra. La experiencia del nacimiento por el proceso común es dolorosa para el yo interior encarnante, y esa es una con­dición que deberá ser transcendida por el hombre en general.

El cambio que se dio en ese proceso es el mismo tanto en la liberación de la ley de la muerte como en la liberación de la ley del nacimiento; todo sucede sin dolor, con amor. Dentro de las nuevas leyes, existe pleno conocimiento de lo que ocurre, tanto en el acto de abandonar el cuerpo físico, en el caso del «ser que se retira», como en el acto de ingresar en este mismo cuerpo, en el caso del «ser aho­ra en servicio». El primero entra en el mundo sutil, y el segundo viene al mundo material; ambos están en pleno conocimiento de to­do lo que sucede, aprueban el cambio y trabajan juntos —uno lle­vando consigo el cuerpo interior, el otro tomando un cuerpo denso para cumplir la tarea que tiene ante sí.

El ser que dejó este cuerpo y se encuentra en niveles suprafísicos en un planeta que, según las leyes espaciales comunes es con­siderado distante, está en este momento, aprendiendo a liberarse pa­ra siempre de la ley del nacimiento físico. En otros mundos mate­riales y corpóreos, podría crear el propio vehículo de manifestación sin tener que pasar por el nacimiento como es conocido aquí; y, si un día volviera a la Tierra, no necesitaría más de este traje ni del átomo permanente[23] que esta vestidura material lleva consigo. Mi ser interior me deja percibir todo esto porque, desde los tiempos en que este traje era un cuerpo de niño, él sabía que toda esta experiencia de nacer y de morir estaba por terminar; sólo que, con su cerebro limitado, lo interpretaba de otra forma, influido como estaba por los mitos, por las supersticiones y por la imaginación humana. Ahora, sin embargo, este traje sabe que podrá tener diferentes destinos: ser cedido a otro ser interior que pueda y necesite ocuparlo; tener sus átomos físicos, emocionales y mentales restituidos al reservorio ge­neral de los átomos de este planeta; ser trasladado durante la próxi­ma operación global preparada por las naves espaciales en beneficio del planeta Tierra y de la humanidad rescatable de su superficie; o vivir en Erks, en Hermandad.

Esta personalidad fue entrenada a no crear expectativas. Cual­quier destino que tengan estos cuerpos, para ella estará bien. Con todas sus fuerzas el traje externo también dice «sí» a su Creador y acepta la voluntad mayor.

 

Tercera Parte

LA NOVA VIDA

 

«Para él, no existe más el reino de la muerte. «

 

Asumiendo los nuevos contactos

 

Mi yo consciente se preguntó cuál sería su próximo «trabajo de Hércules», ahora que se encontraba ocupado por un ser interior que había estado en nivel incorpóreo durante más de dos mil años. Estaba en condiciones de recibir la respuesta, ya que el traje externo estaba entregado a la voluntad superior y no vacilaría ante lo que le fuese revelado en ese sentido, sin importar lo que fuese.

La primera revelación puso a prueba los cuerpos emocional y mental y fue seguida de instrucciones que en un pasado muy re­ciente, el traje hubiera tenido dificultades para aceptar y realizar. Pasada esa prueba, se establecieron algunas etapas a ser cumplidas, y ellas serán presentadas aquí como referente para los estudiantes que buscan la transformación por medio de la ley de purificación, ley que estará muy activa en la Tierra en estos tiempos.

Las tareas a cumplir como servicio planetario en este ciclo (o en una próxima etapa de la Tierra) me fueron presentadas en cierto orden para facilitar la comprensión; mas al mismo tiempo que suce­sivas, ellas son concomitantes y siguen la ley de la necesidad. Helas aquí, según las recibí[24]:

 

Etapa de la Enseñanza Filosófico-Religiosa

 

Este ser interior deberá decir, a los que lo ignoran, cuál es el origen de los habitantes de la superficie de la Tierra. Que hay fases evolutivas y fases involutivas en la ley de la creación, y que los es­tudiantes receptivos a la transformación deben ser instruidos sobre ellas, para que puedan transitarlas armoniosamente y sin desvíos. El camino directo es recomendable sólo cuando se conoce la ley a ser cumplida y a ser vivida.

En esta etapa, está incluida la información sobre los cambios que ocurren en las Jerarquías que están en el gobierno de este plane­ta, para que el hombre de superficie pueda distinguir claramente las energías que lo rigen en cada período mundial.

La filosofía religiosa que debe brillar sobre la Tierra incluye el conocimiento de la existencia de los Jardineros del Espacio, seres encargados de la introducción del nuevo código genético en la raza de superficie[25]. Si el individuo estuviera en sintonía con ese trabajo, los Jardineros del Espacio podrán llevar sus cuerpos hacia los pla­nos inmateriales o hacia las naves, donde se pueden operar cambios (así como ocurrió conmigo), tanto desde el punto de vista de la puri­ficación y armonización de los cuerpos sutiles (conforme a lo que viví en las primeras noches en el Valle de Erks) cuanto desde el punto de vista de la transmutación (que experimenté posteriormente y que permitió al ser interior que, cumplida su misión, se liberase y transmigrase de esta Tierra hacia otro mundo).

Antes del 8.8.88, los Jardineros del Espacio cuidaban de las razas en el sentido de controlar su comportamiento evolutivo en la superficie de la Tierra para que, por ejemplo, no fuesen sometidas a excesivos esfuerzos en los tiempos primitivos, y otros. Después del 8.8.88, esos seres cósmicos pasaron a trabajar junto a la raza de su­perficie cambiándole el código genético. El nuevo código trae los elementos que permitirán al hombre terrestre vivir en armonía, des­conociendo las leyes agresivas que él adoptó hasta ahora. De esta manera, el planeta Tierra integrará los Consejos Intergalácticos.

 

Etapa Cultural

La nueva cultura que se manifestará en la Tierra después de la purificación global, traerá conocimientos inéditos sobre leyes su­periores de la astronomía y de la física. Es necesario transcender el punto en el que esas ciencias se encuentran actualmente, en el cual aún no se distingue la diferencia entre una estrella y una nave, o en­tre un planeta y un satélite creado por civilizaciones suprafísicas. En esta etapa cultural tendrá lugar una preparación para dominar todas las leyes que se le revelarán al hombre de superficie.

 

Etapa Científica

Esta etapa es la que establecerá los patrones de vida de los habitantes de la superficie de la Tierra, patrones que no serán crea­dos por la mente o por los hábitos, sino por el conocimiento de las nuevas leyes. Esas leyes deberán ser realmente aplicadas en la vida por los hombres, y a eso se dará el nombre de etapa científica. Se trata entonces de captar intuitivamente las leyes y de vivirlas, para que ya no sean necesarias experiencias científicas desgastantes y se evite la desarmonía entre el hombre y la Naturaleza, y entre los di­versos niveles del propio hombre.

 

Etapa del Conocimiento de las Leyes Naturales

En esta etapa, en principio no se agredirá a la Naturaleza. De este modo, comenzará a abrirse para el hombre el conocimiento de la leyes de la supranaturaleza, que son inmateriales. Conocidas es­tas leyes, él controlará las lluvias, los vientos, el clima en general y comandará, de manera inteligente (y no egoísta), las aguas y los movimientos telúricos.

 

Etapa del Conocimiento y de la Educación para la Vida Objetiva

Se tendrá en cuenta, en esta fase, que la educación no podrá basarse en el sincretismo o en experiencias de otros. La educación estará dirigida a la manifestación de una vida espiritual dentro de la ley cósmica no a la formación del hombre de acuerdo a los moldes actuales. Hoy, el ser humano es educado para que sea útil a la so­ciedad enferma y que está fuera de la ley universal, mientras que, en el futuro, lo que se presentará como educación es el despertar y la manifestación del ser interior según orientaciones transmitidas por la mónada, aspecto cósmico de su vida.

Para trabajar con educación y para expresar las leyes regen­tes de este sector, es necesario el máximo respeto por lo que es ex­presado por los semejantes, y la ausencia de expectativas y de es­quemas previamente conocidos. El ser se renueva continuamente y, por lo tanto, la escuela para la vida no podrá basarse más en la transmisión de experiencias anteriores, por mejores que hayan sido. La educación será siempre nueva, como siempre es nueva la mani­festación de un ser que no está condicionado por el deseo.

 

Etapas de los Cambios de los Patrones Estructurales

Para que esta etapa se desarrolle, será necesario que se im­plante, en el plano físico, un centro de vida creativa, de armoniza­ción con el ambiente externo, de vida espiritual y de purificación. Así, podrán ser cambiados los patrones de la vida terrena, aunque eso sólo pueda ser hecho hasta cierto punto en el nivel material an­tes de la purificación planetaria. Todas las semillas que puedan ser lanzadas hoy en el mundo interior de los hombres brotarán en un ci­clo próximo, cuando la superficie de la Tierra ya esté transformada.

 

Etapa de la Integración Armoniosa con la Vida Única

 

Esta séptima etapa se deriva de la vivencia de las anteriores. Ella se concretizará debido a la presencia en la Tierra de seres y en­tidades provenientes de pléyades en que fueron superadas todas las fases aquí descriptas. Esos seres que estarán entre los hombres de superficie, irradiarán su energía y demostrarán, por medio del pro­pio testimonio, lo que es posible que manifieste la raza humana te­rrestre sin que haya un dispendio de energía en experiencias que, transcendido el libre albedrío, son consideradas superfluas. Se vivi­rá la unidad con seres cósmicos después del cambio en la constitu­ción material y sutil del hombre. La experiencia de la unidad mental será un hecho entre los hombres en el ciclo futuro de este planeta.

El grado de densidad de toda la Tierra tendrá grandes cam­bios, posibilitando la expresión de una vida espiritual menos influi­da por la ilusión del mundo, como es hoy. El nuevo código genético traerá una transformación en el estado pensante y la cantidad de lí­quido del cuerpo físico será considerablemente disminuida. Nuevas especies vegetales y minerales posibilitarán una alimentación física adecuada, desprovista de productos sólidos, y la agresividad hoy normal, estará completamente alejada de la vida humana.

El hombre de la superficie de la Tierra tiene un yo inferior y un yo superior, aunque mentalmente no siempre se dé cuenta de ello. El yo inferior es la parte del ser que normalmente utiliza el cons­ciente izquierdo[26] para expresarse y que manifiesta violencia y posesividad; el yo superior actúa por intermedio del consciente derecho, teniendo a su alcance la ley evolutiva de las razas y una filosofía que lo lleva a lo desconocido, sin miedos ni resistencias.

Además de esto, el hombre es también una mónada, en el pla­no cósmico. De modo general, por tener consciencia de su vida so­lamente en determinado planeta, algunos exponentes de la raza pu­dieron conocer sólo una mónada de su «ser total». Aunque, en ver­dad, el hombre se constituye de siete mónadas, cada una de ellas destinada a la experiencia en diferentes mundos. La consciencia de ese hecho podrá, en el futuro, ser dada al hombre, cuando él entre en el proceso de unificación con su núcleo más profundo[27]. Sin em­bargo, por encima de esas siete mónadas existe, en la constitución del ser, lo que llamamos de Hombre Cósmico[28], que no se envuelve con las experiencias en el universo material, sino que sólo ve, de forma perfecta, el Plan del cual participa. No es posible describir tal realidad con el lenguaje común. Incluso la lengua Irdin, usada por los seres intergalácticos cuando se expresan por sonidos, es incapaz de expresar ciertos estados superiores.

«Que así sea. Elegiste. Por tu propia decisión no puedes re­troceder más», decían los sacerdotes de las sociedades secretas de otrora. Hoy los seres intergalácticos nada dicen y no buscamos ex­plicaciones intelectuales para el Misterio. Este, entonces se toma tan próximo, que:

 

«Sin haber jamás mirado a través de la ventana, podemos ver el Camino del Cielo».

 

Todo el proceso de evolución ya se refleja como meta de la humanidad en el alma del hombre. Así, él está en condiciones de re­cibir conscientemente la Enseñanza, mientras en el pasado necesita­ba tener su naturaleza física completamente paralizada para que eso sucediera, como lo relatan las crónicas de las antiguas Escuelas de Misterios. Hoy, la Enseñanza le es transmitida estando él despierto y en perfecta armonía.

Así se dio la experiencia que pude vivir en el Valle de Erks.

 

 

Los tres pedidos

 

Parecía que la experiencia había terminado cuando el pléya­de, recibiendo una comunicación interna de las naves espaciales que estaban allí visiblemente presentes, me dijo que yo podía hacer tres pedidos —mas que no fuesen cosas materiales. En aquel momento tuve la confirmación de que tales cosas no cuentan para el genuino proceso de ascesis, que nos conduce a los mundos incorpóreos. Com­prendí el «estar en el mundo sin ser del mundo», descripto por Jesús, el Cristo, y vi con mucha claridad que la integración de un individuo al plano inmaterial debería ser lo más íntima y completa posible.

Aunque tuviese el hábito de no pedir nada a las energías su­periores, porque siempre tuve la certeza de que Dios conoce las ne­cesidades mejor que nosotros, vi que el ofrecimiento de aquellos «dioses» que se encontraban en aquel momento en las naves espa­ciales era una oportunidad, una gracia más que estaba fluyendo. Hice, entonces, estos tres pedidos: el primero, que yo no dejase de ser aceptado para el servicio al Plan Evolutivo; el segundo, que to­dos los que hacen el Camino conmigo evolucionasen juntos; y el ter­cero, que la luz y el amor de los seres cósmicos estuviesen siempre presentes cuando me encontrase trabajando por el Plan.

Como añadidura, el pléyade confirmó que el ser interior que está dentro de este traje humano es una de las mónadas del Hombre Cósmico que soy, aquel Hombre Cósmico que está por encima de todas las subdivisiones de la constitución humana. Me informó tam­bién que el ser interior que se retiró hace poco de este traje es otra mónada de esa misma Esencia. Según el pléyade, la enseñanza so­bre la existencia de las siete mónadas regidas por el Hombre Cós­mico es hoy básica para la comprensión correcta de la constitución del ser humano y de sus experiencias de transmigración. Hasta aho­ra, esa constitución había sido presentada a la humanidad de super­ficie de modo simplificado, debido a su limitado coeficiente intelec­tual; sin embargo, con el nuevo código genético, el ser humano pa­sará a otra fase de su aprendizaje.

Esa esencia interna profunda, el Hombre Cósmico que so­mos, se manifiesta por intermedio de siete mónadas, como ya diji­mos. Cada una de ellas se ofrece a determinado tipo de experiencia, en diversos planetas o en distintos niveles de manifestación. En el plano cósmico esa esencia es quien decide todo, siguiendo y cum­pliendo la ley evolutiva. Esa esencia tiene un «nombre cósmico», que le es dado en el momento de la creación, en el principio de los tiempos. Fue el que oí en mi experiencia, y es para mí una energía en movimiento.

El Hombre Cósmico es quien proyecta, en diferentes planos, las siete mónadas, pues, es por intermedio de esas prolongaciones que podrá contactar planos concretos y sutiles y hacer así sus expe­riencias. El octavo núcleo, el de la propia esencia, está más allá de esas necesidades. Existen millones de planetas, en los más diversos niveles, que son mundos habitables. Cada mónada, dentro de la ley evolutiva, tiene un plazo para tomarse un individuo perfecto. La Octava Mónada —o Esencia Cósmica u Hombre Cósmico— fue también llamada Padre, a través de los tiempos.[29]

Tanto el cuerpo físico, como el emocional y el mental nece­sitan evolucionar durante los ciclos de manifestación de la mónada que los habita. Cuando alcanzan el máximo progreso posible en de­terminada etapa, su esencia es absorbida en núcleos superiores del ser. La mónada, entonces, vive en su propio cuerpo, que es infini­tamente más sutil que los cuerpos terrestres e incomprensible para la mente común de hoy.

La vida de esos cuerpos terrestres transcurre en el mundo de las apariencias, mientras que la vida de las mónadas se encuentra en niveles más allá de las ilusiones. El Padre o Esencia Cósmica, im­prime en ellas sus características, repletas de la vibración cósmica y de ritmos universales. Las encarnaciones ocurren dentro de la ley evolutiva, ya que ésta se presenta en diferentes grados —desde el de la ley kármica material hasta otras circunvoluciones, más libres y conscientes, de planos mayores. Las siete mónadas del mismo Padre viven sus experiencias concomitantemente, en diferentes planetas, y puede ocurrir también que alguna entre, cíclicamente, en una vida más plena de divinidad.

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El hombre puede tener consciencia de esas mónadas a medida que ellas van cumpliendo sus ciclos y evolucionando por medio del servicio. En este momento, por ejemplo, sé que dos de las siete mó­nadas que yo soy están viviendo cada una en un plano, aunque co­mo evolución esté próxima una de la otra. Una está en este traje hu­mano que escribe y la otra, en un mundo incorpóreo, como ya lo mencioné. Acerca de las otras cinco aún no tengo comprensión consciente.

La Esencia Cósmica, también denominada Octava Mónada (llamada también «octavo chakra» en determinadas órdenes hermé­ticas orientales del pasado), aguarda su tiempo cíclico para caminar libremente como Avatar. La Octava Mónada de todos los hombres es el Avatar. Cuando un Avatar está entre nosotros, en el plano físi­co o en los sutiles, eso significa que aquella Octava Mónada está consumando su tiempo de creación. Por eso un Avatar es sagrado. El no es siete mónadas, cada una cumpliendo su tarea, sino una úni­ca Octava Mónada en su proceso final y en preparación para algo que la mente humana no puede concebir.

En esa misma noche supe que este traje humano que llevo había sido preparado durante veinticinco años para aquellas expe­riencias en el Valle de Erks y para las nuevas tareas que le están siendo asignadas. Comprendí de un vistazo, lo que mera la vida de este traje en todos esos años del calendario terrestre. Los ritmos, los ciclos por los cuales pasó, fueron perfectamente controlados y una nueva etapa se inicia ahora. Los conceptos que este traje tenia, que traía impresos en sí sobre los movimientos internos, dejan de ser válidos hoy. Comienzo, entonces, a percibir la presencia de otro «control», al cual me entrego de la mejor manera posible.

Lo que, como mónada, me espera en los próximos tiempos, en la superficie de este planeta o en mundos intraterrenos, comienza a quedarme claro, así como la posibilidad de que ocurran ciertas situaciones optativas. Cuando el pléyade me daba estas informacio­nes y veíamos, juntos, los libros que aún debemos escribir («si hu­biera tiempo», agregaba siempre él), constaté que no hay otro senti­do para nuestra vida a no ser el servicio, dado que los hombres de la superficie de la Tierra tienen poco tiempo para recibir las informaciones básicas que tanto necesitan durante esta época de purifica­ción.

Como el planeta Tierra vivirá leyes de carácter universal, la humanidad de superficie debe enterarse dentro de lo posible, de las nuevas coyunturas que se aproximan, a fin de que el proceso de transición sea armonioso y cada hombre pueda transformarse en un cooperador del Gran Plan. Su actitud armónica delante de los acontecimientos que vendrán será de gran valor para la Tierra, para el sistema solar y para todos los mundos vinculados a él. Cada uno de nosotros es, por lo tanto, en potencia, una pieza importante dentro de un trabajo mayor.

Hasta hace poco tiempo, preparábamos de un modo a la hu­manidad y al planeta para la gran transición prevista en el Plan Evo­lutivo. En aquellos períodos, la enseñanza espiritual estaba dirigida hacia la construcción del carácter, el alineamiento de la personali­dad con el yo superior y el fortalecimiento psicológico de los indivi­duos, teniendo en vista los cambios que estaban ocurriendo en ritmo acelerado. Esta etapa de preparación, no obstante, ya fue transcen­dida; estamos ahora en pleno cambio. Esta nueva fase en la que en­tramos implica profundas transformaciones, purificaciones y prepa­ración para la construcción de estructuras y de patrones totalmente diferentes de los conocidos, compatibles exclusivamente con el pró­ximo ciclo del hombre y del planeta. Por lo tanto, de aquí en adelan­te nuestro servicio será, principalmente, el de suministrar informa­ciones prácticas, necesarias y adecuadas para los nuevos tiempos. El trabajo es el mismo, aunque entró en una nueva fase. En otras palabras, fue actualizado.

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Está ocurriendo una transformación de las leyes en todos los planos de la esfera terrestre, como si se estuviese consumando un perfeccionamiento de cada una de ellas. Los movimientos de trasla­ción y de rotación planetarios, por ejemplo, así como la presión at­mosférica, se alteran en armonía con los cambios de los demás as­tros, cada uno dentro de sus propias leyes y de acuerdo con leyes mayores. La Tierra se toma menos densa, y esto influye sobre todo lo que existe en ella. Parte de la humanidad que eligió participar de este cambio está viviendo transformaciones que se reflejan incluso en su cuerpo físico.

Así las personas que intuitivamente perciben que hay microórganos implantados dentro de ciertos órganos de su cuerpo ven claramente por qué pasan por curas imprevistas y gozan de buena salud. Las que necesitan de tratamiento pueden inclusive ser lleva­das hacia otros planos de vida, donde son ayudadas por operaciones quirúrgicas, con resultados perceptibles en el cuerpo físico denso[30]

A medida que la Tierra se vaya tomando menos sólida, las le­yes inmateriales comenzarán a regir la vida del hombre de superfi­cie. En los seres encamados existe un impulso transformador que está incidiendo en el área cardíaca, pues es la que se encuentra su­jeta de modo más directo a cambios de la presión atmosférica. Otra área del cuerpo físico, que es prioritaria en este proceso de trans­formación, es la renal, para que los individuos estén en mejores condiciones de purificarse y de eliminar las toxinas acumuladas du­rante ciclos de ignorancia y de ceguera. Finalmente, es también prioritaria el área digestiva, para que la aceptación, la asimilación y la transformación de los alimentos se produzcan según las nuevas orientaciones alimenticias, no basadas sólo en productos materiales y en sus propiedades físicas.

Con los cambios que comienzan a producirse en el hombre y con la purificación global de la superficie de la Tierra, surgirán nue­vas especies vegetales. Por otro lado, los minerales que contribuirán en la actual destrucción de la vida planetaria, como el uranio, por ejemplo, y los vegetales que contribuirán al caos, como las plantas de tabaco y las que dan origen a las drogas, serán retirados de la ór­bita terrestre. Los animales sanguinarios también terminarán su ci­clo de vida en la Tierra. Permanecerán, o serán reubicados aquí, los que estuviesen en condiciones de colaborar con el nuevo hombre y de evolucionar con él. Como ya vimos, en este nuevo hombre no ha­brá agresividad. Convivirá, sin embrago, con algunos animales, ayu­dándolos a progresar; no actuará como ahora, que los utiliza sin in­tención de prestarles servicio alguno.

Surgirá una nueva alimentación, libre de los hábitos de hoy. No incluirá productos sólidos que requieran de los dientes caninos, premolares y molares; toda la dentición estará compuesta de dientes incisivos, pues los frutos y los cereales serán diferentes, después de la purificación de la superficie del planeta. El hombre contará tam­bién con medios de subsistencia inmateriales proporcionados por la energía Ono-Zone, presente en todo el universo.

En los individuos que sienten la necesidad de un nuevo mun­do y de una nueva vida, se está produciendo ya esa transformación; ellos tendrán la ayuda externa e interna que necesiten para pasar por esa transición. Vivir aislado no es más un requisito para que se dé la unión con la vida espiritual. Y, aunque, estén rodeados de una espe­cie de psicosis colectiva (como la que caracteriza la vida actual de la humanidad) y en contacto directo con asuntos de nivel humano, tal unión puede darse, pues los obstáculos para la realización inte­rior no están fuera, sino dentro de nosotros mismos.

El nuevo ser, que tiene consciencia espiritual, se transmuta en su acción colectiva, donde se integran los demás seres y sus propias partes: una de ellas controlada por el consciente izquierdo y la otra por el consciente derecho, que ahora despierta.

 

La sabiduría antigua afirmaba:

«Este es el Camino del Cielo».

 

Y luego venía la pregunta:

«Cuando se abran o se cierren los portones del Cielo, ¿lograremos desempeñar el papel femenino?»

¿Qué papel será este? ¿No será que entraremos en una condi­ción más receptiva y, consecuentemente, que asumiremos funciones más creativas?

 

Para participar del viaje intergaláctíco

Por un ser de Erks

 

El Viaje iniciático será físico.

Los Guías y las mónadas os llevarán con sus recursos y con su ciencia, con amor y generosidad.

Para que tengáis conocimiento de cómo guiar a otros her­manos terrestres, se os entregará el esquema general luego de ini­ciadas las tareas. Antes pasaréis por un período de instrucción interna, desarrollado por intermedio de vuestro propio Guía o de vuestra propia mónada.

Los hermanos del espacio estarán junto a vosotros, en el corazón y en ese estado permaneceréis por mucho tiempo.

Llegarán los períodos de pruebas en la Tierra para todos los seres, de todos los reinos y de todas las razas. Dejad que el amor cósmico repose en vuestro corazón, en la luz que penetra en vosotros. Sin embargo, es necesario, que os desprendáis de los vínculos que hicisteis por medio del libre albedrío; desprendéos de la tentación, del odio, de la avaricia. El amor es la llave para que entréis en el Lugar Paterno.

Manifestaréis vuestro amor a Dios amando a todos, en re­cogimiento. La devoción está incluida, y su energía es la puerta ante la Omnipresencia. Debéis estar dispuestos a servir a todas las almas necesitadas, pues así serán formados los futuros hom­bres de la Tierra. Humildad y sabiduría serán adquiridas en otras esferas de consciencia, con la Presencia y en el silencio. En los planos cósmicos hay frutos maduros para los que así aman.

En Erks está la fuente que alimenta el despertar. Me encon­traréis a vuestro lado en todas las circunstancias, y sabréis de mí en el silencio; escucharéis mi voz en vuestro interior y veréis mi rostro, cuya imagen llegará hasta vosotros por medio de vuestro intelecto despierto.

Sabréis, entonces, conduciros sin mi ayuda, aunque, yo es­taré esperando hasta que lleguéis. No partiré sin vosotros, pues vine a buscaros. Para esto os conduje al encuentro, en silencio y con amor. No dejaré que andéis errantes, perdidos y sin amparo, por caminos que aún desconocéis. En el eterno amor cósmico yo os buscaré, sin una señal visible ni una voz audible. Mis enviados llegaron a vosotros por medio de diversas visitas y os reunieron a otros; después, yo reuní a todos y ahora os hablo directamente.Volveremos de esos contactos con nuevas experiencias, con mayor deseo de servir, y esperaremos el próximo despertar. En­tonces, vuestro corazón, ahora fatigado, soñará hasta fundirse con el hombre en mutación, pues hay un cambio interior que es­tamos buscando para todos.

En la nueva esfera de consciencia la energía-madre os ali­menta sin cesar, para que tengáis fuerzas suficientes para seguir­me. Conoceréis, entonces, el Hijo inmortal que se forjó en el amor. Así, como hacemos ahora con vosotros, haréis con otros.

Con todo el amor amaréis a los que no os aman, juntamente con los que os aman. Con amor, sin egoísmo, todas las almas lle­garán a vosotros. En el océano del amor contactaréis a los miem­bros de Nuestra Hermandad, y enseñaréis a las criaturas que el Padre ama por igual a todos vuestros hermanos.

Atenderé a vuestro llamado, fundiéndoos suavemente con la luz de mi vehículo; llevaréis sin embargo vuestras tristezas y sen­tiréis, entonces, cómo la luz mística os abraza en silencio y se fun­de con vuestro cuerpo. Cruzaréis todos los montes con mi luz y vendré a vuestro encuentro para siempre.

Contemplaréis, en silencio, en un espacio nocturno, hasta que llegue el día; entonces os acostumbraréis a esperarme, hasta que nos unamos en la misma armonía de amor.

Fijaréis vuestros ojos en vuestro interior y no necesitaréis buscarme más, porque yo llegaré a vosotros y viajaremos hasta las estrellas, que nos responden con su luz.

Enviadme la irradiación de vuestros pensamientos. Los Es­pejos os reflejarán y dirán lo que sóis, pues no existe espacio en­tre vuestra mente y la mía.

 

Apéndice

 

Ley de Transmutación

La expresión de patrones de conducta superiores a los habi­tuales, siempre involucra la ley de la transmutación —ley que actúa por el fluir de la corriente ígnea de vida-poder y también por el magnetismo de un núcleo superior que sirve de polo de atracción de substancias que deben ser elevadas. En muchos casos ella trabaja directamente la esencia de las partículas y de las consciencias de los seres vivientes, de modo de expulsar de ellos las fuerzas que puedan impedir la realización del Plan Evolutivo.

Ese término, transmutación, ha sido empleado en niveles muy distintos, entre los que se destacan de manera especial:

* la transmutación material (individual o grupal), que es la elevación de la energía de los planos etérico-físico o mental-emocional;

* la transmutación monádica, donde la mónada que ocupa determinado vehículo lo cede a otra, más evolucionada, pasando así la experiencia de liberación de la ley de la muerte;

* la transmutación logoica, que es el cambio del núcleo re­gente de un universo.

 

En todos esos casos, la transmutación es un importante movi­miento energético que, en la etapa actual de la humanidad y del pla­neta como una totalidad, requiere intensa actuación de las Jerar­quías.

 

Transmutación de energías o transmutación material[31]

 

Desde la Antigüedad la transmutación material ha sido objeto de gran atención por parte de los seres que buscan servir a la ley su­perior. Esa atención se intensifica en la Tierra porque los desechos de fuerzas de otros puntos del cosmos fueron recibidos en su órbita. Como todo el movimiento de fuerzas en el universo es generado por la ley de la atracción, esto se debió, incluso, al nivel vibratorio que este planeta y su humanidad presentaban. Los mismos se mantuvie­ron, entonces, apartados del cumplimiento del propósito divino. El estado de consciencia en que se encontraban ni siquiera les permitía tener un representante en los Consejos que dirigen la galaxia.

En varias ocasiones, la coyuntura energética terrestre llegó a tal punto de desarmonía, caos y conflicto, que el planeta estuvo ante la inminencia de su destrucción. Sin embargo, por el servicio que prestó al liberar a otros cuerpos celestes de la confrontación con si­tuaciones involutivas, siempre recibió una ayuda mayor, por parte de las Jerarquías, respecto a la transmutación de las fuerzas que lo llevaban a ese estado.

La transmutación es una ley que rige diversos planos y asume diferentes aspectos, dependiendo de la necesidad, así como existen

Jerarquías y Entidades que tienen como tarea básica aplicarla en los niveles planetarios. Algunas tratan directamente con la materia que compone esos niveles; otras tratan con las consciencias concentra­das en ellas, y otras, incluso, irradian emanaciones del fuego transmutador que, impregnando esos niveles, desencadenan una selección de las vibraciones allí presentes y canalizan las que estén descoloca­das hacia los niveles exactos que les corresponden. Por lo tanto, pa­ra que las capas psíquicas del planeta sean despejadas y el equili­brio magnético terrestre mantenido, es necesario un trabajo perma­nente, pues esas capas reciben continuamente las emanaciones de los niveles mental y emocional colectivos.

En lo que se refiere a un ser humano, la transmutación de energías se inicia cuando su mónada despierta a la realidad cósmica, realidad que corresponde a la vibración de su propio nivel de exis­tencia. Ese reconocimiento promueve en el consciente externo del ser una apertura a una vida más elevada, lo que va preparando la materia de sus cuerpos para la recepción de impulsos y corrientes energéticas que lo llevan a una expresión más sutil —se trata de una fase preliminar a la ascesis.

El cumplimiento de las sucesivas etapas de este proceso llevan al hombre a liberarse del grado semiprimitivo en que se en­cuentra y a expresar las facetas más sublimes de su ser. Tal proceso —representado, en la alquimia, por la transformación del plomo en oro— necesita de la intervención de un instrumento denominado «piedra filosofal». Entre los atributos que conducen al hombre al encuentro de ese instrumento, uno es básico: el control de las fuer­zas que, en deseos y pensamientos, lo esclavizan al mundo de las formas. Ese control está latente en el interior del propio ser, y la vi­vificación y dinamización de ese potencial adormecido cuenta con el auxilio de elevadas Jerarquías y Entidades que velan para que se conduzca por los caminos que se dirigen a la verdad.

Así, la purificación y la transformación de los aspectos infe­riores del individuo no ocurren sólo con el impulso monádico. Jerar­quías, curadores, consciencias y energías suprafísicas ayudan en ese proceso que, para ser completado, cuenta con el cambio de código genético de los seres que repoblarán la Tierra después del holo­causto que se aproxima.

La transmutación material requiere un considerable grado de liberación de los lazos con la materia y, para realizarse plenamente, debería tener una mayor colaboración de la humanidad de superfi­cie; sin embargo, el compromiso que los hombres mantienen con los niveles ilusorios de la existencia no permite que se produzca libre­mente. Las fuerzas involutivas están impregnadas en las partículas de los planos materiales de la Tierra, y todo ser que habita este pla­neta recibe gran parte de ellas en sus cuerpos. El grado de compro­miso que un reino tenga con esas fuerzas determina el porcentaje con el que se infiltran en sus componentes. El reino humano es uno de los que las soporta en mayor cantidad y, así como el planeta, re­cibe también especial atención de energías curadoras, en el sentido de transmutar la materia de sus cuerpos, elevarlos en vibración y tomarlos capaces de reconocer el camino espiritual. Sin una firme conexión con esas energías no existe posibilidad de dejarse transfi­gurar en la faz del Supremo.

 

Transmutación monádica[32]

 

En la transmutación monádica, una mónada que ya haya cumplido su etapa evolutiva en una encarnación cede sus cuerpos

materiales para otra que, liberada de la ley del nacimiento físico y habiendo asumido la ley del sacrificio, viene a realizar alguna tarea en los planos terrestres. Mediante esa forma de servicio, ambas cre­cen en luz y consciencia. La transmutación puede ser el acceso a mundos inmateriales.

Este proceso estará ampliamente activo en el próximo ciclo planetario, cuando la humanidad estuviera más desvinculada de los planos concretos. Será uno de los mecanismos normales para la encarnación de los seres.

También en el momento del rescate y en el período de rees­tructuración de la Tierra, muchas mónadas, por medio de la trans­mutación, cederán sus cuerpos para seres superiores, que podrán trabajar así más directamente en las capas densas.

 

Transmutación logoica[33]

 

A la substitución de la consciencia regente de un universo, sea planetario, sea más amplio, se le da el nombre de transmutación logoica. Se conoce poco acerca de los detalles que envuelven esa substitución, debido a su profundidad; mientras tanto se puede decir que siempre es acompañada de grandes cambios en todos los niveles de la existencia del universo en cuestión.

 

La transmutación y los fuegos [34]

 

La sublimación ocurre en las capas externas de las partículas purificándolas; eleva lo volátil para luego recogerlo en un estado más sutil, libre de impurezas. En cuanto a la transmutación, por el contrario, se produce en la esencia, modifica la naturaleza de las partículas: ellas dejan de ser lo que eran para tomarse otra realidad, aunque puedan permanecer en el estado de solidez original. La su­blimación puede ser alcanzada por medio del fuego[35] fricativo, mien­tras que la transmutación requiere impulsos que sólo fuegos más potentes son capaces de conseguir.

Aunque las áreas de los cuerpos tengan diversos fuegos acti­vos en diferentes proporciones, los cuerpos como un todo emiten una vibración en una frecuencia específica, que depende del nivel energético alcanzado por la consciencia del ser, en otras palabras, depende de la posición del ser en la escalada iniciática.

En el comienzo de esa escalada, la sublimación y la transmu­tación de energías ocurren de modo indirecto y casi siempre durante el sueño. En fases más avanzadas, los procesos de sublimación se intensifican; además de tener mayor participación en ellos, la cons­ciencia del ser comienza a reconocer la acción transmutadora del fuego solar.

 

 

Así como el fuego fricativo es capaz de promover sublima­ciones, el fuego solar es capaz de realizar transmutaciones, Sin em­bargo, esto no significa que toda acción del fuego solar da como re­sultado una transmutación, ella puede estar llevando al ser también a sublimaciones. Por otro lado, en la esencia del fuego cósmico está el secreto de la materialización y de la desmaterialización. La ener­gía transmutadora engloba también el nivel donde existen las fuer­zas que permiten la cohesión de una partícula, pero no llega a neu­tralizar a todas ellas. Sólo el fuego cósmico alcanza ese grado de actuación. En las materializaciones y desmaterializaciones es nece­sario que la energía ígnea sea puesta en movimiento respetando los registros cósmicos, donde están los parámetros para la desintegra­ción y para la construcción de los cuerpos.

Estos procesos se están presentando de forma destacada, para que se los pueda comprender, aunque todos los fuegos tienen parti­cipación en todo lo que ocurre, variando la proporción con la que actúan en cada caso. Cuanto más unificada fuese la actuación de ellos, despertará más los centros sutiles de los cuerpos.

Estos centros sutiles son vórtices, casi siempre latentes, des­tinados al contacto supraluminar y a la manifestación de la vida en ritmos que transcienden los de la pulsación de la luz. La vibración de ellos se proyecta en un área por encima de la cabeza, en el aura energética que se extiende más allá de los límites del cuerpo físico del ser. En ellos están las semillas de la comunión cósmica —etapa de relaciones más amplias, que aguarda el hombre de hoy.

 

Limpiando establos

 

A propósito del proceso de purificación que estamos abor­dando, transcribimos un capítulo del libro HORA DE CRECER IN­TERIORMENTE (El Mito de Hércules, Hoy)[36]:

Hércules vive ahora una experiencia que determina un gran y definitivo cambio en su vida: habiendo encendido en sí mismo la lámpara por medio del servicio altruista y del alineamiento con los niveles superiores de su consciencia, él deberá llevar esa luz a los demás seres. Aquellos que acompañan su evolución están muy atentos a su desenvolvimiento, porque a partir del momento en que esa luz se enciende el hombre ya no tiene posibilidad de re­tomo a la ilusión total. De ahora en adelante, Hércules será co-creador consciente, y ya no podrá volver atrás en sus intenciones internas.

Por lo tanto, es convocado para ir al encuentro de un «fa­ro», y ya no de una luz incierta y pequeñita. Ese faro, que también está dentro de él, forma parte de la misma luz, aunque presenta muchos menos velos. Hércules necesita ahora cambiar el sentido de sus pasos; en vez de prestar tanta atención a sí mismo, debe dar la espalda a lo que construyó e ir al encuentro de los que ca­minan en las tinieblas, de los que aún no encendieron la propia lámpara.

Entonces, el Instructor le propone que se dirija al reino de Augías, territorio que necesita ser limpiado de un mal ancestral.

Un insoportable mal olor comienza a sentirse, a medida que Hércules se encamina hacia allá. La inmensa región donde Augías es rey simboliza el sentido de la propiedad, arraigado en el hom­bre desde tiempos inmemoriales.

Ese reino existe hace eras, y su mal olor proviene de excre­mentos acumulados por siglos y siglos. Durante todo ese tiempo, en que su ganado defecó en los establos, jamás se hizo limpie­za alguna. Los antiguos campos, originalmente destinados a la agricultura, también están completamente cubiertos de desechos, y allí ninguna vegetación es posible. Hay tanto estiércol amontona­do en esa inmensa propiedad de Augías, que una epidemia co­mienza a expandirse por todo el reino, diezmando centenas de vi­das humanas.

Hércules sigue hacia el palacio del rey. «Soy el dueño de todo «, le dice Augías apenas lo ve delante suyo. «Siempre fui el dueño, y en estas tierras sólo sucede lo que yo permito. » El héroe no le inspira confianza, principalmente porque no le está pidiendo ninguna recompensa por el trabajo que se propone realizar.

«Sólo un incompetente se dispondría a limpiar los establos de mi propiedad sin recibir recompensa alguna «, afirma. Sin preo­cuparse por lo que dice el soberano, Hércules serenamente insiste en realizar la tarea.

«Pues bien», dice el rey, «no tengo confianza en quien se dice desprendido. Tú debes tener un plan oculto, debes ser un astuto que pretende usurpar mi reino, mis tierras y mis bueyes. En el fondo lo que tú quieres es quedarte con mi trono. Es una cuestión de juego de poder. Mas, en fin, voy a hacerte una concesión y per­mitirte que trabajes aquí».

El rey nunca oyó hablar de hombres que procuran servir al mundo sin ningún interés. Esto para él, gran propietario, era una novedad, aunque la necesidad de limpieza era tan grande, que de­cide aceptar la presencia de cualquier idiota dispuesto a empren­derla.

Hace entonces un trato con Hércules, porque, según él, «se sentiría desmoralizado si no tomase alguna precaución contra tan excéntrico aventurero». Para no ser censurado por sus millones de subditos y para no ser considerado un rey imbécil, le propone al guerrero que limpie todos los establos en un solo día. «Si con­sigues hacerlo, recibirás la décima parte de mi inmenso rebaño, mas si fracasas, morirás», le afirma.

El guerrero acepta.

Deja al rey con su descreimiento y camina un poco por las tierras hediondas y pestilentes. Pasan carrozas cerca de él, car­gando pilas de cadáveres, víctimas de la epidemia y de la suciedad generalizada. Un poco más y todo el mundo estaría envuelto en ese ambiente de muerte. Es necesario, pues, impedirlo ya. Hércu­les cierra los ojos y procura concentrarse. Minutos después, cuan­do los abre, constata que allí cerca dos ríos corren tranquilamen­te. De pié en la orilla, ve pasar las aguas. Le viene entonces a la mente, oriunda de los niveles elevados de su consciencia, una idea clara y definida: desviar el curso de los ríos, lo que puede hacerse en pocas horas, y dejar así que las aguas corran por los establos. Los torrentes, al fluir, llevarán consigo toda la suciedad de las he­ces acumuladas durante siglos.

Y así lo hace: desvía el curso de las aguas y observa la lim­pieza de las tierras. En poco tiempo, el reino es lavado y en un úni­co día —conforme al trato hecho con el rey— la tarea está lista. Ahora, se respira otro aire. Las tierras, saneadas, comienzan a crear vida nueva. Hércules, viendo el resultado, vuelve a la pre­sencia del rey.

Augías enfurecido y muy agresivo, le dice: «No fuiste tú quien limpió las tierras. Como impostor que eres, a fin de cumplir con la tarea que te correspondía, te valiste de un trueque utilizan­do las aguas de los ríos que por aquí corren». El rey, totalmente iracundo, vocifera: «Armaste un complot con todo esto para ser querido por mis subditos y robarme el trono. Sal de aquí cuanto antes, si no quieres que te corte la cabeza».

Sin responder nada, el guerrero se retira. Algo le dice que la tarea está cumplida y que debe rendir cuentas a los Seres que todo lo presiden y no al gobernante de aquellas tierras. Y así, se dirige hacia su Instructor, de quien oye esta frase: «Ahora te trans­formaste en un servidor del mundo «[37].

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En verdad, Hércules se había abierto a la intuición, o sea, había usado la propia luz para hacer brillar la luz de los otros. Un día esa luz resplandecerá en todos, porque Augías, «rey de la propiedad», no tiene vida eterna sobre la Tierra y las fuerzas re-

trógradas que él representa también son provisorias, pues llevan en sí mismas las semillas de la propia destrucción.

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 Algunas características marcan a un ser ya evolucionado, como el Hércules de este penúltimo Trabajo. El servicio desintere­sado es la primera de ellas, y se realiza cuando la consciencia no está más centrada en el ego humano, en sus aparentes necesidades y expectativas. Ahora, se trabaja yendo al encuentro de las reales necesidades de los otros. Sin embargo, esto se lleva a cabo sin sentir que se está perdiendo algo en beneficio de terceros. Ningún pensamiento o sentimiento de ese género pasa por Hércules; él simplemente sirve, sin sentirse perjudicado en nada. En esta entre­ga suya no hay esfuerzo alguno.

La segunda característica de un servidor del mundo es la capacidad de trabajar en grupo. No obstante, en esta historia, a primera vista parece que el héroe ejecuta solo la tarea. ¿Qué sig­nifica, entonces, trabajar en grupo en el punto evolutivo ya alcan­zado por él? Olvidado de sí mismo, ante la tarea en favor de la humanidad, se concentra en el centro de la propia consciencia;

queda internamente, de ese modo, unido a todos sus semejantes. formando un grupo, en realidad. De esa consciencia integrada a la humanidad como un todo fluye una energía especial, capaz de mover montañas.

La tercera característica es la pureza, que implica estar ya alineado con los propios niveles superiores de consciencia.

El trabajo de un ser al servicio no siempre parece impor­tante a los ojos de los otros. Generalmente tiene el mismo carácter de sencillez que tiene la tarea de limpiar establos, considerada por todos como de escasa importancia. Cualquiera sea la forma que asuma ese trabajo (lidiar con excrementos, promover la higie­ne de un lugar), ese servicio no está dirigido en beneficio de quien lo ejecuta, sino en beneficio general. Sea cual fuere su naturaleza, o el grado de evolución de quien lo realiza, lo que cuenta es la vi­da y el amor puestos en la tarea. Importa ejecutarla y, enseguida, retirarse de la escena, pues los resultados no pertenecen a quien sirve.

Iniciado ya en esas leyes básicas que rigen el cosmos, Hér­cules consiguió limpiar la milenaria suciedad derivada del sentido de propiedad, sin hacer grandes esfuerzos. Le corresponde, sí, romper algunas barreras, tales como superar las murallas del es­cepticismo, del apego y de la incomprensión, implícitos en el sím­bolo del rey Augías —y ejecutar serenamente su tarea, obedecien­do sólo a la propia luz interior.

Eliminando obstáculos, permitimos que algo se construya, posibilitando el surgimiento de la obra creativa. A partir de esa experiencia, Hércules pasa por una profunda reflexión. Ahora él está apto para servicios aún mayores a los ojos de Dios.

 

 

PAZ

 

 

Índice

 

Primera Parte LA LLEGADA AL VALLE

Lo que está incompleto será completado…………..    2

El aire libre: la pirámide de hoy………………………. 9

El salto en la oscuridad ………………………………….        12

Segunda Parte LAS NOCHES DE ERKS

La primera noche ………………………………………… 16

La noche del Bautismo………………………………….           19

Tres semanas después ………………………………….        21

Fases de la purificación ………………………………..          24

Tercera Parte LA NOVA VIDA

Asumiendo los nuevos contactos ……………………            26

Los tres pedidos…………………………………………..           29

Para participar del viaje intergaláctico ……………..         31

Apéndice

Ley de Transmutación …………………………………         32

Limpiando establos ………………………………………                     34

 

[1] Archivos científicos contienen relatos sobre tales accidentes.

[2] Del mismo autor. Editorial Kier. Véase también NISKALKAT (Un Mensaje para los Tiempos de Emergencia), ídem.

[3] Ono-Zone: energía creadora y sustentadora de la existencia en el cosmos, en sus diversos niveles de manifestación.

[4] Véase SECRETOS DESVELADOS (Iberah y Anu Tea), del mismo autor, Editorial Kier.

[5] Hombre-contacto: ser que mantiene una relación directa y consciente con ci­vilizaciones extraterrestres o intraterrenas evolucionadas, proceso que general­mente tiene la intermediación de naves espaciales y de las Jerarquías que existen en ellas.

[6] Del mismo autor. Editorial Kier. Véase también EL VISITANTE (El Camino hacia Anu Tea), ídem

[7] Del mismo autor, Editorial Kier.

[8] Irdin: idioma intergaláctico, fundamento de todas las lenguas habladas en la Tierra.

[9] Desde el 8 de agosto de 1988 se inició el proceso de transición en los niveles materiales de la Tierra, lo que incluye la preparación para el contacto con leyes superiores de la evolución.

[10] Gran Fraternidad: red de consciencias, unificadas por la ley del amor, que ac­túa en pro de la evolución de los universos.

 

[11] Véase también EL LIBRO DE LAS SEÑALES, del mismo autor, Editorial Kier

[12] Mónada: núcleo de consciencia del ser en nivel cósmico.

[13] Del mismo autor, Editorial Kier.

[14] En “LÉXICO ESOTÉRICO DE LA OBRA DE TRIGUEIRINHO, el autor aborda la actuación de otros Rayos y la interrelación  del ser humano con la vida inmaterial.

[15] Editorial Kier

[16] Editorial Kier.

[17] Involución se refiere aquí al proceso de disolución de la totalidad del cuerpo y de la restitución de sus átomos al ámbito planetario.

[18] ERKS – Mundo Interno, Editorial Kier

[19] Véase capítulo sobre la Ley de Transmutación, en el Apéndice de este libro

[20] Véase página 121

[21] El Regente-Avatar es el verdadero individuo, el núcleo más profundo de la consciencia del ser. Él se expresa por intermedio de siete mónadas. Para mayores aclaraciones, véase “SECRETOS DEVELADOS” (Iberah y Anu Tea) y “EL NACIMIENTO DE LA HUMANIDAD FUTURA”, del mismo autor, Editorial Kier

[22] Editorial Kier.

[23] En Psicología Esotérica, átomo permanente es el núcleo que sintetiza toda la experiencia pretérita del ser en determinado nivel material y actúa como semilla para la creación de nuevos cuerpos, en las sucesivas encarnaciones.

[24] Los libros de Trigueirinho publicados a partir de éste describen el desarrollo de esas etapas.

[25] Véase “LOS JARDINEROS DEL ESPACIO” y “EL NUEVO COMIENZO DEL MUNDO”, del mismo autor, Editorial Kier.

[26] El consciente izquierdo está relacionado con el análisis, la deducción y al lógica; por lo tanto, circunscripto a lo que le es conocido, al pasado individual y colectivo y el libre albedrío.

[27] Véase “EL NACIMIENTO DE LA HUMANIDAD FUTURA, del mismo autor, Editorial Kier.

[28] También denominado Regente Monádico u Octava Mónada.

[29] Sobre la evolución de las mónadas, véase SECRETOS DESVELADOS (Iberah y Anu Tea), del mismo autor. Editorial Kier

[30] Véase MIRNA JAD – Santuario Interior, del mismo autor, Editorial Kier.

[31] Para mayores informaciones, véase “HORA DE CURAR” (La Existencia Oculta) y “LA FORMACIÓN DE CURADORES, del mismo autor, Editorial Kier.

[32] Para mayores informaciones, véase “EL LIBRO DE LAS SEÑALES”, del mismo autor, Editorial Kier.

[33] Para mayores informaciones véase “SECRETOS DESVELADOS” (Iberah y Anu Tea) y “LA CREACIÓN” (En los Caminos de la Energía), del mismo autor, Editorial Kier.

[34] Basado en el libro “NUEVOS ORÁCULOS”, del mismo autor, Editorial Kier

[35] Los fuegos, energías que alientan los universos, tienen aspectos naturales y sobrenaturales. El, fuego por fricción, característico de la materia densa, es natu­ral e intrínseco a todo lo que existe en el mundo externo. Los fuegos eléctrico y cósmico, que también existen en todos los seres, son sobrenaturales y, para que puedan manifestarse, tiene que establecerse una sintonía con vibraciones trans­cendentes. El fuego fricativo ya se expresa en el hombre, mientras que los fuegos sobrenaturales existen como una promesa, y actúan en el mundo externo cuando, por amor, su consciencia se eleva a niveles espirituales.

[36] Del mismo autor, Editorial Kier.

[37] “THE LABOURS OF HERCULES”, Alice Bailey, Lucis Trust, Genebra – Londres – New York, 1974