Aparición en Mons Bélgica 1914 IWW

Descripción

Aparición en Mons Bélgica 1914 IWW

 

Los Arqueros
(The Bowmen-1914)

Arthur Machen
Traducción: Darío Lavia
A todos los webmasters que copien este relato para sus colecciones, no olviden conservar este crédito


Introducción

La Batalla de Agincourt fue librada el 25 de octubre de 1415, entre Enrique V de Inglaterra y Carlos VI de Francia. El ejército británico estaba compuesto por 900 soldados de infantería y 5.000 arqueros, en cambio la tropa francesa estaba constituída por 25.000 soldados. La actuación del elevado número de arqueros fue preponderante, ya que logró derribar a la gran mayoría de los 10.000 soldados de caballería franceses. La inexistencia de un mando unificado en el bando francés y las características del terreno (estaba embarrado por las lluvias de la noche anterior) sumado a la dificultad de avance de la infantería francesa (las pesadas armaduras no permitían los movimientos ágiles y rápidos que los arqueros podían lograr gracias a sus ligeras indumentarias) permitió la victoria de Enrique de Inglaterra, sentando precedente en la historia militar de los ataques en posición defensiva.

Según se tejió posteriormente, los espectros de estos arqueros aparecieron por primera vez durante la batalla de Mons, en Bélgica, en el curso de la Primera Guerra Mundial, el 26 de agosto de 1914. Esta aparición consternó seriamente a las trincheras alemanas. Permitió que las fuerzas expedicionarias británicas se pudiran reagrupar luego de la batalla. A fines de septiembre siguiente Arthur Machen escribió un cuento titulado Los Arqueros que se publicó en el Evening News de Londres. En esa historia narraba la aparición de una «banda de ángeles» que salvaba a las tropas británicas de un fuerte ataque alemán. Poco después, en vista de la polémica creada, Machen publicó una aclaración en que afirmaba categóricamente que la historia era fruto de su invención.

Pero ya era tarde para aclaraciones, puesto que se había creado una suerte de «leyenda urbana». Un oficial de Bristol decía que su grupo había caído presa de una unidad de caballería alemana, pero fueron salvados por la interposición de un grupo de ángeles, que aterraron a los caballos. Un brigadier general y otros dos oficiales narraron una historia similar a su capellán. En tanto un teniente coronel dijo que en la retirada, su unidad de combate fue escoltada por jinetes espectrales que los acompañaban a ambos lados del camino. Luego de finalizada la contienda, se difundieron también versiones entre los militares franceses y alemanes sobre la intervención de ángeles a favor de los británicos. En cualquier caso si fueron ángeles o solo la genial imaginación de Machen, en cualquier caso esta historia sirvió para elevar la moral de las tropas en épocas adversas en el terreno militar.

Darío Lavia

Introducción de Arthur Machen

He sido invitado a escribir una introducción al cuento LOS ARQUEROS, para su publicación en forma de libro. Y he dudado. Este asunto de LOS ARQUEROS ha sido raro desde principio a fin, a causa de diversas complicaciones y de varios rumores y especulaciones concernientes al mismo, que honestamente no se por donde comenzar. Propongo, entonces, resolver la dificultad pidiendo disculpas antes de comenzar.

Usualmente, ante la presencia de una introducción se tiene a suponer que se va a presentar algo de importancia o consecuencia. Por ejemplo, si un hombre realiza una antología de grandes poetas, bien podría escribir una introducción justificando sus principios de selección, señalando una y otra causa, como su espíritu se conmovió, las supremas excelencias y altas bellezas, discurriendo acerca de los señores y príncipes de la literatura, para quienes él sirve como mera compañía. Las introducciones pertenecen, por lo tanto, al mundo de las obras maestras y los clásicos, a las grandes y antiguas cosas aceptadas; y yo vengo aquí a introducir un cuento, una pequeña historia mía aparecida en THE EVENING NEWS hace cosa de diez meses atrás (septiembre de 1914).

Aprecio lo absurdo y la enormidad de la posición en todo su grosor. Y mi excusa para estas páginas es la siguiente: creo que la historia en sí, no es nada, y que solo reviste algún interés sus extrañas e imprevistas consecuencias. Hay cierta moraleja de matiz psicológico para extraer del tema de la narración y la secuela de rumores y discusiones no son, según creo, merecedoras de consecuencia; y recién estamos comenzando.

Esto pasó a fines de agosto, para ser más preciso, el último domingo de agosto. Había noticias terribles para leer en el periódico esa mañana. Fue en THE WEEKLY DISPATCH que leí el desagradable relato de la retirada de Mons. Ya no recuerdo bien los detalles; pero no olvidaré nunca la impresión que dejó en mi mente. Me pareció ver tormenta, muerte y agonía, y un terror infernal, y en el medio del fuego estaba el Ejército Británico. En el medio de las llamas, consumido y en forma de aureola, reducido a cenizas y aún triunfante, martirizado y por siempre glorioso. Así que vi a nuestros hombres con un resplandor encima de ellos, y fui a la iglesia con ese pensamiento, y, siento decirlo, pero estaba imaginando la historia en mi cabeza mientras el cura cantaba el Evangelio.

Ese no fue el relato LOS ARQUEROS, sino su primer boceto, EL DESCANSO DE LOS SOLDADOS. Solo desearía haber sido capaz de escribirlo tal y como lo concebí. Aquel relato, según creo, era una mejor obra de arte que LOS ARQUEROS, pero vino a mí como el incienso azulado que flotaba sobre el libro de las Sagradas Escrituras: era una historia noble, tal y como todas aquellas que nunca llegan a escribirse. Concebí que los hombres muertos se levantaban por entre el fuego, y eran recibidos en la Taberna de la Eternidad con canciones y copas de alabanza. Pero cada hombre es el niño de su edad, a pesar de lo mucho que puedan odiarlo; y nuestra propia religión ha determinado que la diversión es perversa. Hasta donde se, el moderno protestantismo cree que el Cielo es algo así como un salmo en una catedral inglesa, con un sacerdote predicando. Para aquellos opuestos a dogmas de cualquier especie (hasta los más suaves), supongo que esto les sonará como un Curso de Lecturas Éticas.

Bueno, durante mucho tiempo he mantenido que la iglesia común, considerada como lugar de predicamiento, es un lugar mucho más venenoso que la más corriente de las tabernas; sin embargo, la verdadera historia de LOS ARQUEROS, con su «sonus epulantium in æterno convivio», fue arruinada al momento de su nacimiento, y fue algún tiempo después que pude escribir la genuina idea del cuento. Y en el lapso, la trama de LOS ARQUEROS se me ocurrió. Ha sido murmurado y sugerido que antes de llevar al papel el relato yo ya había escuchado algo. La más decorativa de estas leyendas es también la más precisa: «Es un hecho que la historia completa le fue dada por una dama en espera.» Este no fue el caso; y todo tipo de reportes al respecto que yo había escuchado rumores o sugerencias son igualmente carentes de cualquier validez.

Nuevamente me disculpo por iniciar tan pomposamente el minutiæ de mi pequeño relato, como si se tratase de los poemas perdidos de Safo; pero parecería que el tema es de interés público y trato de cumplir con mi instrucción. Vamos ahora con el origen de la composición de LOS ARQUEROS. Primero de todo, todas las naciones han celebrado la idea que los seres espirituales puede acudir en auxilio de los seres humanos, que estos dioses, héroes y santos pueden descender desde sus inmortales hogares para luchar por sus devotos. Entonces me vino a la cabeza la historia de Kipling acerca del fantasmal regimiento indio y se mezcló con un latente medievalismo; y así se escribió LOS ARQUEROS. No me satisfizo, según recuerdo, y la consideré (tal como sigo haciéndolo) como una historia ordinaria. Sin embargo, he tratado de escribir a lo largo de estos largos treinta y cinco años, y como si nunca fuera hábil con las letras, me creo un maestro en la Posada de la Insatisfacción. Tal como fue, LOS ARQUEROS apareció publicado en THE EVENING NEWS el 29 de Septiembre de 1914.

El periodista, como regla, no alberga mucho prospecto de fama; y sus anticipaciones de inmortalidad están presas hasta las doce de la noche como máximo; esto puede ser como esos insectos que inician su vida en la mañana y caen muertos al atardecer, se crean a sí mismos inmortales. Luego de escribir mi historia, una vez que se imprimió y publicó, ciertamente no pensaba volver a escuchar comentarios o palabras sobre la misma. Mi colega THE LONDONER la alabó cálidamente; una de sus sugerencias técnicas fue sobre el lenguaje de los arqueros. «¿Por qué arqueros ingleses deberían utilizar términos en francés?» me preguntó. Repliqué que la única razón posible era esta: que un «monseigneur» aquí y otro allá, hacían más pintoresca la historia; y también le recordé que, como materia histórica, la mayoría de los arqueros de Agincourt eran mercenarios de Gwent (mi pueblo natal), que pudieron haber parecido como ángeles para los sajones (Teilo, Iltyd, Dewi, Cadwaladyr Vendigeid). Creí que esa sería la primera y última discusión sobre LOS ARQUEROS. Pero pocos días después de su publicación, el editor de THE OCCULT REVIEW me escribió. Quería saber si la historia tenía alguna fundación en la realidad. Le contesté que no tenía ningún asidero histórico; ya olvidé si le añadí que tampoco lo tenía en rumores, pero supongo que no lo hice, ya que tengo seguridad de que no hay rumores ni historias sobre intervenciones celestiales en aquella época. Ciertamente no había escuchado nada. Prontamente el editor de LIGHT me escribió con una pequeña pregunta, y le repliqué brevemente. Me pareció que había terminado con cualquier mito en torno a LOS ARQUEROS en la hora de su nacimiento.

Uno o dos meses después, recibí varias peticiones de editores de revistas parroquiales para reproducir el cuento. Yo, o mejor dicho, mi editor, rápidamente las permitió; y luego de otros dos meses, el director de una de estas revistas me escribió, diciéndome que el número de febrero, que contenía la historia, se había agotado, y aún seguía habiendo demanda por esa revista. ¿Permitiría una reimpresión de LOS ARQUEROS como panfleto, y le escribiría un corto prefacio dando las exactas fuentes de la historia? Repliqué que con todo mi corazón, podría reimprimirse la historia como panfleto, pero que no podría brindar las fuentes, ya que no había tales, dado que el relato era pura invención. El vicario me volvió a escribir con la sugerencia, para mi desconcierto, que debía estar equivocado, que los «hechos» referidos en LOS ARQUEROS debían ser ciertos, que mi parte en la tarea seguramente habría estado limitada a la elaboración y decoración de una histórica verídica. Parecía como si mi ficción hubiera sido aceptada por la congregación de esa iglesia particular como la más sólida de las verdades; y fue entonces que comenzó a tomar forma la idea de que habiendo fracasado en el campo de las letras, había logrado éxito, de manera involuntaria, en el campo del engaño. Esto sucedió, creería, en algún momento de abril, y la bola de nieve del rumor ha ido creciendo desde entonces, haciéndose cada vez más grande, hasta haberse hinchado a monstruosas proporciones.

Fue por esta época en que variantes de mi historia comenzaron a ser contadas como hecho auténtico. Al principio, esos relatos traicionaron su relación con el original. En varias versiones aparecía el restaurante vegetariano, y San Jorge era el personaje principal. En un caso un oficial (nombre y domicilio desconocido), dijo que había un cuadro de San Jorge en cierto restaurant de Londres, y que esa figura, tal como la pintura, se le apareció en el campo de combate, y fue invocada por él, con los más felices resultados. Otra variante, esta creo que nunca se llegó a imprimir, hablaba de prusianos muertos que habían sido hallados en el campo de batalla con sus cuerpos traspasados por flechas. Esta noción me divirtió, dado que imaginé una escena en que un general alemán aparecía frente al Kaiser para tratar de explicar su fracaso al tratar de aniquilar a los ingleses.

«Su Excelencia,» tenía que decir el general, «es verdad, no es posible negarlo. Los hombres fueron muertos por flechas; fueron hallados así por las partidas de rescate de cuerpos.»

Rechacé la idea como muy precipitada, hasta para una mera fantasía. Pero me divertí cuando supe que lo que había rechazado como muy fantástico incluso para una fantasía, era aceptado en ciertos círculos ocultos como hecho verdadero.

Otras versiones de la historia citaban una nube que se interponía entre los alemanes atacantes y los defensores británicos. En algunos ejemplos, la nube servía para cubrir a nuestros hombres de los avances del enemigo; en otras, adoptaba formas extrañas que asustaba a los caballos alemanes. San Jorge ha desaparecido (aunque persiste en algunas versiones católicas romanas) y ya no hay arqueros, no más flechas. Pero los ángeles siempre están listos para aparecer, y creo haber detectado la maquinaria que los inserta en la historia.

En LOS ARQUEROS mi imaginario soldado veía una «larga línea de formas, como con un resplandor encima de ellas.» Y Mr. A.P. Sinnett, escribiendo en el número de mayo de THE OCCULT REVIEW, reportaba que había escuchado a «quienes decían haber visto ‘una columna de seres resplandecientes’ entre los dos ejércitos.» Yo conjeturo que la palabra «resplandor» es el vínculo entre mi cuento y la forma derivada del mismo. En la visión popular, resplandores y seres sobrenaturales de carácter benevolente son ángeles, y según creo, los arqueros de mi cuento se han convertido en «los Ángeles de Mons.» En esta forma han sido recibidos en la creencia de las personas de todas partes.

Y aquí, conjeturo, tenemos la clave de la larga popularidad de la ficción (como yo la considero). Hace tiempo que ha cesado en Inglaterra el excesivo interés en los santos, y en el reciente renacimiento del culto por San Jorge, el santo es casi una figura patriótica. Y el atractivo hacia los santos no es ciertamente una práctica inglesa; creo que ha sido sostenido por las autoridades papales. Pero los ángeles, con ciertas reservas, han mantenido su popularidad y, de esta manera, cuando se estableció que el ejército británico había sido librado de un peligro calamitoso por intervención celestial, fue claro tanto para la creencia general y para los entusiastas de la religión como del hombre común. Y pronto surgió la leyenda de «los Ángeles de Mons» y ya fue imposible de evitarlo. Y llegó a la prensa: no podría ser negado; apareció en las más disímiles publicaciones (en TRUTH y TOWN TOPICS, THE NEW CHURCH WEEKLY – de tendencias swedenborgianas – y JOHN BULL). El editor de THE CHURCH TIMES, que ejerció una amplia reserva, esperó a que la evidencia estuviera lejana; pero en un número de su publicación, noté que la historia estaba equipando uno de los sermones, era sujeto de una carta y materia de un artículo. La gente me enviaba cartas de periódicos provinciales conteniendos fuertes controversias sobre la exacta naturaleza de las apariciones; el «Office Window» del THE DAILY CHRONICLE sugiere explicaciones científicas de una alucinación; el PALL MALL en una nota sobre San Jaime, señala que él pertenecía a la hermandad de los Arqueros de Mons. Los púlpitos de ambos bandos, la Iglesia y los no conformistas, han estado ocupados: el obispo Welldon, el canónigo Hensley Henson (un incrédulo), el obispo Taylor Smith (el capellán general), y muchos otros clérigos se ocuparon del tema. El Dr. Horton predicó acerca de los ángeles en Manchester; Sir Joseph Compton Rickett (presidente de la Federación Nacional de los Consejos de la Iglesia Libre) declaró que los soldados en el frente habían visto visiones, y que habían testimoniado de poderes y principados luchando a su favor o en su contra. Desde todos los confines de la Tierra llegaron cartas al editor del THE EVENING NEWS con teorías, creencias, explicaciones, sugerencias. Todo eso es maravilloso; uno puede decir que el asunto entero es un fenómeno psicológico de considerable interés, tal vez comparable a la gran ilusión rusa de agosto y septiembre últimos.

Es posible que algunas personas, a juzgar por el tono de estas remarcaciones, puedan aunar la impresión que soy un profundo ateo a la posibilidad de cualquier intervención de fuerzas de orden supra-físicas en lo concerniente al órden físico. Estarían errados si razonaran de esta manera; se equivocarán si suponen que yo creo los milagros ocurridos en Judea pero no doy crédito a los milagros producidos en Flandes o Francia. No sostengo cosas tan absurdas. Pero confieso con franqueza, que no brindo la mínima credibilidad a la leyenda de estos «ángeles de Mons», debido en parte a que se, o creo saber, que derivan de mi propia ficción y también porque no tuve un ápice de evidencia que me dispusiera a creerla. Sin embargo, es inválido y estúpido el razonamiento de que «creo que esta historia es una mentira, debido a que incluye un elemento sobrenatural;» aquí, en cambio, tenemos el gusano retorciéndose en el medio de los despojos corruptos, negando la existencia del sol. Pero si esta persona es estúpida, igualmente lo es quien afirma: «si el relato no posee nada sobrenatural, es verdadero, y la menor evidencia es confiable;» y me temo que esta es la actitud a la que tienden la mayoría de quienes se denominan ocultistas. Espero nunca llegar a ese estado mental. Así que digo, no que las intervenciones sobrenaturales sean imposibles, no que no hayan tenido lugar durante esta guerra (desconozco otros relatos al respecto), solo que no hay un átomo de evidencia para apoyar las actuales historias acerca de los ángeles de Mons. Por lo tanto, debemos remarcar, estas historias son tan solo historias. Todas se basan en relatos de segunda, tercera, cuarta y quinta mano, contados por «un soldado», por «un oficial», por «un corresponsal católico», por «una enfermera», y por otras personas anónimas. Sin embargo, han sido mencionados algunos nombres. Una de las supuestas «testigos», nombrada en uno de los casos, se ha convertido en objeto de molestia y fastidio, y escribió al editor de THE EVENING NEWS para negar todo conocimiento del supuesto milagro. Una de las representantes de la Sociedad de Investigación Psíquica confesó que no hubo evidencias reales enviadas a su sociedad. Y entonces, para mi sorpresa, ella dio por sentado que algunos hombres en el campo de batalla habían sufrido una «alucinación» y luego dio la teoría de la alucinación sensorial. Olvidó que, al momento presente, no hay razón para suponer que nadie hubiera alucinado nada. Alguien (desconocido) conoció a una enfermera (sin nombre) que había hablado con un soldado (anónimo) quien había visto ángeles. Pero ESO no es evidencia; y ni siquiera Sam Weller en su estado de mayor alegría, se atrevería a sostenerlo en la Corte de Declaraciones Comunes. Así que ninguna prueba remótamente aproximada ha sido ofrecida de una intervención sobrenatural durante la retirada de Mons. Empero, las pruebas pueden llegar, y si así fuera, sería más que interesante.

Pero tomando el asunto al momento presente, ¿cómo es que una nación firmemente anclada en el materialismo más ordinario haya aceptado vagos rumores y chismes de lo sobrenatural como verdad absoluta? La respuesta está contenida en la pregunta: es precisamente por nuestra entera atmósfera materialista, la que nos predispone para dar crédito a cualquier cosa salvo la verdad.

Separe a un hombre de la buena bebida, y comenzará a ingerir espíritu metílico con alegría. El Hombre ha sido creado para estar sobrio; para ser «noble, no loco.» Sufrir las. Sufra las Profecías de Cocoa y su compañía le seducirá en cuerpo y alma, y el individuo se convertirá en «innoble y muy loco».Y resulta que hombres prácticos, hombres de negocios, pensadores avanzados, librepensadores, creen en Madame Blavatsky, Mahatmas varios y en el famoso mensaje de la Golden Shore. «El plan del Juez es correcto; síguelo bien recto.»

Y la principal responsabilidad para este triste estado de cosas recae indudablemente en los hombros de la mayoría de la clerecía de la Iglesia de Inglaterra. El Cristianismo, como el Sr. W.L. Courtney admirablemente señaló, es una gran religión de misterios; es la Religión Misteriosa. Sus sacerdotes son llamados a convertirse en un puente entre el mundo de los sentidos y el espiritual. Y, de hecho, pasan su tiempo predicando, no los eternos misterios, sino la moral de dos peniques, cambiando el Vino de los Ángeles y el Pan del Cielo en cerveza y gin y bizcochitos surtidos: una lamentable transustanciación, una triste alquimia, tal como me parece a mí.

Arthur Machen

Los Arqueros

Pasó durante la Retirada de los 80 mil, y la autoridad de la censura es suficiente excusa para no ser más explícito. Pero pasó durante el más terrible día de aquella terrible época, el día en que la ruina y el desastre llegó tan cerca que su sombra cayó sobre Londres; y, sin ninguna noticia certera, los corazones de los hombres se angustiaron; como si la agonía de los ejércitos en el campo de batalla hubiera ingresado en sus almas.

En este amargo día, cuando trescientos mil soldados con sus artillerías se desbordaron como una inundación contra la pequeña compañía inglesa, había un punto específico en nuestra línea de batalla que estaba en peligro atroz, no de mera derrota, sino de suprema aniquilación. Con el permiso de la Censura y de los expertos militares, esa posición podía ser descripta como una saliente, y si esa unidad que la defendía era aplastada y quebrada, entonces, todas las fuerzas británicas serían despedazadas, y los Aliados deberían retroceder y se perdería inevitablemente el Sedán.

Durante toda la mañana los cañones alemanes habían tronado y desgarrado el área, y a los cientos o más de hombres que la defendían. Los hombres bromeaban sobre los cañonazos y encontraban nombres graciosos para estos, hacían apuestas y los recibían con pequeñas canciones. Pero las balas seguían explotando y desgarrando las extremidades de buenos ingleses, y a medida que las horas del día avanzaban, también lo hacían los terribles cañonazos. Parecía que no había auxilio. La artillería inglesa era buena, pero no había suficientes unidades cerca y las que quedaban, habían sido rápidamente reducidas a chatarra por las explosiones.

Hay momentos en una tormenta en el mar en que la gente se dice entre sí, «esto es lo peor; no puede ser más duro.» y entonces hay un trueno diez veces más fiero que todos los anteriores. Así estaban en esa trinchera los británicos.

No había corazones más fuertes en el mundo entero que los de aquellos hombres; pero igualmente se veían espantados por esos mortíferos cañonazos alemanes que les caían encima y los aplastaban. Y en un momento pudieron divisar desde sus cubrimientos, que una tremenda muchedumbre se estaba movilizando hacia sus líneas. Los quinientos superviventes que aún resistían pudiero divisar a lo lejos a la infantería alemana que venía a presionarlos, columna tras columna, una hueste de hombres grises, diez mil de ellos.

No había mucha esperanza. Algunos de ellos se chocaron las manos. Un hombre improvisó una nueva versión del canto de batalla, «Adiós, adiós a Tipperary,» terminando con «y no volveremos más». Todos se comenzaron a despedir con rapidez. Los oficiales creían que esta sería una buena oportunidad de ascenso; en tanto los alemanes avanzaban línea tras línea. El humorista de Tipperary preguntó: «¿qué precio tiene en Sidney Street?» Y un par de ametralladoras hicieron lo mejor posible. Pero todos sabían que era inútil. Los cuerpos grises seguían su avance en compañías y batallones, y otros se les unían, y se expandían y avanzaban más y más.

«Mundo sin fin. Amen,» dijo uno de los soldados con cierta irrelevancia, mientras apuntaba y disparaba. Y luego recordó, no podía saber el porque, un extraño restaurant vegetariano en Londres, donde había ido una o dos veces a comer excéntricos platos de coteletas hechas de lentejas y nueces que pretendían ser bistecs. Todos los platos de ese restaurant tenían impresos una figura azulada de San Jorge, con la consigna Adsit Anglis Sanctus Geogius, que San Jorge ayude a los ingleses. Este soldado resultó que sabía latín y otras cosas inútiles, y en ese momento, mientras disparaba a su hombre en la masa que avanzaba, a 300 yardas de distancia, vociferó aquella pía frase vegetariana. Y siguió disparando hasta el fin, y al final Bill, a su derecha, tuvo que abofetearlo alegremente para obligarlo a detenerse, diciéndole que si seguía así, malgastaría las municiones de Su Majestad y no podía desperdiciarlas en horadar pequeños parches de alemanes muertos.

El estudiante de latín, luego de pronunciar su invocación, sintió algo así como una sensación de entre estremecimiento y shock eléctrico. El rugido de la batalla se acalló en sus oídos y se trocó en un apacible murmullo, y en vez de tal sonido, escuchó, según dijo luego, una gran voz, que resonaba como el trueno: «¡Formación, formación, formación!»

Su corazón comenzó a arder como una brasa y luego se enfrió como el hielo, ya que le pareció escuchar como un tumulto de voces respondía al llamamiento. Escuchó, o creyó escuchar, a cientos que gritaban: «¡San Jorge, San Jorge!»

«¡Ha! Señor; ¡ha! ¡dulce Santo, sálvanos!»

«¡San Jorge por la feliz Inglaterra!»

«¡Salve! ¡Salve! Monseigneur San Jorge, socórrenos.»

«¡Ha! ¡San Jorge! ¡Ha! ¡San Jorge! Un fuerte y enorme arco.»

«¡Caballero del Cielo, ayúdanos!»

Y mientras el soldado escuchaba esas voces, vio frente a sí mismo, más allá de la trinchera, una larga línea de formas, con aureólas resplandescientes a su alrededor. Eran como hombres que llevaban arcos, y luego de un grito, lanzaron su nube de flechas, silbando y zumbando a través del aire, hacia la masa de alemanes.

Los otros hombres en la trinchera seguían disparando. No tenían esperanza; pero seguían apuntando como si estuvieran disparando en Bisley. De pronto uno de ellos elevó su voz en inglés, «¡Dios nos ayuda!» gritó al hombre que estaba a su lado, «¡esto es maravilloso! ¡Mira a aquellos hombres, míralos! ¿Los ves? No están cayendo por docenas, ni por cientos; caen por miles. ¡Mira, mira, mira! Mientras te digo esto, ha caído un regimiento.»

«¡Cállate!» dijo el otro soldado, tomando un blanco, «¡que estamos por ser gaseados!»

Pero luego de hablar tragó saliva del asombro, ya que era verdad que los hombres grises estaban cayendo por miles. Los ingleses podían escuchar los gritos guturales de los oficiales alemanes, el crepitar de sus revólveres al disparar a los renuentes; y como línea tras línea, caían todos por tierra.

En todo momento el soldado cultivado en el latín escuchaba el grito: «¡Salve, salve! ¡Monseigneur, santo, rápido en nuestra ayuda! ¡San Jorge, ayúdanos!»

«¡Sumo Caballero, defiéndenos!»

Las zumbantes flechas volaban tan rápido y en espesas nubes que oscurecían el cielo; la masa pagana se iba disolviendo frente a los soldados.

«¡Más ametralladoras!» gritó Bill a Tom.

«No los escuches,» respondió Tom. «Pero, gracias a Dios, de todas maneras; hemos triunfado.»

De hecho, hubo diez mil soldados alemanes muertos antes de llegar a esa saliente de la tropa inglesa, y consecuentemente no alcanzaron Sedán. En Alemania, un país regido por los principios científicos, el Alto Mando General decidió que los indignos ingleses habían utilizado tanques que contenían un gas venenoso de naturaleza desconocida, y no hallaron heridas reconocibles en los cuerpos de los soldados muertos. Pero el hombre que había probado nueces que sabían como bistec, supo que San Jorge había traído esos arqueros de Agincourt a auxiliar a sus pares.

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