Batalla Covadonga año 722
- Descripción
Descripción
Batalla Covadonga año 722
La batalla de Covadonga y el origen del reino asturiano
por Daniel Valledor
Introducción
Este proyecto sobre el principio de la Reconquista esta centrado en el Reino de Asturias. La escasez de información que existe sobre este periodo de nuestra historia ha dado lugar a que algunos de los hechos contados tengan varias perspectivas y versiones. He intentado comparar y contrastar la mayor cantidad de información posible para dar la versión más cercana a la realidad. Sólo en los casos en los que la información sea totalmente opuesta o muy confusa escribiré las dos o más versiones de la historia.
Acerca de la batalla de Covadonga se puede decir que reina una gran confusión. Antes se tendía a mitificar los hechos ocurridos en la batalla; esto se llevaba a cabo por los cronistas cristianos. Hoy en día hay una tendencia a desmitificar la batalla basándose en los cronistas musulmanes (1). He intentado ser lo más objetivo posible con la información de la batalla. Estos dos puntos de vista son totalmente distintos: por un lado los musulmanes llegaron a hablar de una batalla contra los cobradores de tributos, y por el otro lado los cristianos llegaron a hablar de 187.000 soldados musulmanes.
El Héroe
De don Pelayo, Hijo del duque Favila, vástago del rey Rodrigo, no se conoce el lugar de procedencia. De él se ha dicho que es astur, vasco, toledano, gallego, leonés… etc, (2) lo que sí está claro es que es de origen visigodo. Sí se conocen otros datos desde su lucha en Guadalete hasta la llegada a la reunión en Cangas de Onís: Luchó en la batalla de Guadalete, de la que escapó con vida hacia Toledo. De allí salió hacia Asturias junto con Urbano, arzobispo de Toledo, y las reliquias cristianas. Se ve que como descendiente de duque visigodo, ocupó un puesto significativo relacionado con la antigua administración del territorio que seguía vigente desde los visigodos. Al parecer Munuza, valí de Gijón (3), le envió a Córdoba como un jaray, o impuesto territorial (2). Aprovechando la ausencia de Pelayo, Munuza se casó con la hermana de Pelayo ya que este se oponía a la unión. Hasta ahora Pelayo había cooperado con las nuevas autoridades. De Córdoba se fugó al cabo de un año, entre Marzo y Agosto del 717. Tras él fueron algunos perseguidores con intención de prenderle. Se conoce que cruzó por Brece (pequeño pueblo leonés en la antigüedad) y cruzó como pudo el Piloña, que desemboca en el Sella. Una vez pasado esto llegó a Cangas de Onís donde se estaba celebrando una reunión de mandatarios visigodos.
La reunión de Onís
Don Pelayo llegó a la ciudad después de escapar de Córdoba. Después de lo sucedido con su hermana y de que Witiza matara a su padre estaba dispuesto a levantar un foco de resistencia a la invasión musulmana (3). La oportunidad se le presentó cuando vio que en Cangas de Onís se celebraba una reunión de duques y mandatarios visigodos. En esta reunión Pelayo habló de sublevación y mencionó a sus antepasados. Al parecer persuadió a los demás dirigentes con la idea de que el sur de España era una propiedad suya que les habían robado los invasores y por lo tanto tenían que recuperar. El término de “Reconquista” es muy posterior a Pelayo. También habló de aprovechar el alto en la campaña musulmana del norte ya que tenían otros enemigos más importantes (4).
Allí se dice que fue elegido rey, lo cual es improbable. La teoría más apoyada es que simplemente fue elegido jefe militar de sus tropas en el año 718. Como dijo Sánchez-Albornoz, “No hubo allí corte, gobierno ni monarca, sino un caudillo y sus guerreros” (5).
En esta misma reunión se dio el primer paso, no heroico, pero sí decisivo. Se acordó el dejar de pagar el jaray y el yizia, o los impuestos territoriales. Esto suponía que Asturias, y en especial Cangas de Onís, se sublevaba contra Al-Andalus. Hay pequeñas escaramuzas militares por todo el reino y Munuza se ve obligado a pedir ayuda a Córdoba. Los generales musulmanes aprovechan esto para conseguir una victoria fácil que les suba la moral, especialmente necesaria después de las sucesivas derrotas en Septimania.
Covadonga, el sitio idóneo
Pelayo se había enterado de que hacia Asturias se dirigían tropas musulmanas y era hora de preparar una estrategia. Primero debería reunir un ejército. Todas las fuentes coinciden en que Pelayo estaba al mando de unos 300 hombres armados. El camino que deberían seguir las tropas musulmanas era a través de los Picos de Europa. La Cova Dominica, ahora Covadonga, dedicada a la Virgen María era el lugar perfecto para la defensa.
“Se ahonda y profundiza el valle, los cerros se convierten en montañas y al cabo se cierra por completo la garganta” (2). Los abruptos cerros, los caminos entre muros y precipicios junto con los senderos que obligan a dar la vuelta son un buen lugar para una batalla si se conoce el terreno. Si además del amparo de los Picos de Europa encuentras una cueva en la cual esconderte, encima de un camino por el que hay cerros alrededor, has hallado el sitio idóneo. Así es Covadonga y así es el lugar que eligió Pelayo para enfrentarse a su enemigo. Los “asnos salvajes”–así llamaban los musulmanes a los rebeldes del norte– tenían la ventaja de conocer el terreno en el que se desarrolla todo como la palma de su mano, atacar desde arriba y tener la agilidad de trepar o descender por esas paredes. Los musulmanes, al mando de Alqama (2), conocían el terreno abrupto de las montañas de Marruecos pero iban a ciegas por los inexplorados senderos que se crean en los Picos de Europa. Otra desventaja es que Alqama a pesar de tener experiencia no había demostrado ser un gran capitán en cuanto a estrategia se trataba (2).
La Batalla
El 28 de Mayo del año 722 fue la fecha en que sucedió. El número de tropas musulmanas es incierto, se ha dicho que fue una pequeña escaramuza y también que fueron 187,000. Tanto Sánchez Albornoz (2) como Juan Antonio Cebrián (3) coinciden en que fueron unos cuantos miles, diciendo el segundo, que fueron 20,000. Pelayo contaba con trescientos hombres que distribuyó de la siguiente manera: dos tercios fueron a los cerros de alrededor y unos cien hombres junto con Pelayo se quedaron escondidos en la cueva (3).
Cuando las tropas musulmanas estaban al alcance, los Astures colocados en los cerros empezaron a disparar flechas y a arrojar piedras. Los musulmanes se defendieron con saetas pero sin que surtieran ningún efecto. Las tropas musulmanas no pudieron organizarse debido a lo estrecho del camino y a lo abrupto del terreno. Ni recibían órdenes ni tenían capacidad de movimiento debido a su gran número. A la vez que los soldados escondidos salían de la cueva que para los musulmanes había sido invisible hasta el momento, los “asnos salvajes” saltaron de los cerros sobre los soldados musulmanes dividiéndolos en dos grupos. El pánico se apoderó de ellos y huyeron como pudieron. Alqama murió en la batalla y Oppos, el cristiano traidor, fue capturado. Todas las fuentes coinciden en la estrategia seguida, aunque Sánchez Albornoz (2) es el que lo explica con más detalle.
El Mito
Cuenta la historia que durante la batalla de Covadonga, se abrieron los cielos y se distinguió una figura. Era una cruz la que estaba plasmada. Don Pelayo entonces juntó dos palos de roble en forma de cruz. Los alzó sobre el campo de batalla en el que se situaban los musulmanes y llovieron piedras sobre ellos. Así, los cristianos derrotaron a los ejércitos herejes a base de piedras desde la cueva de Covadonga donde se encontraba la Virgen María. Otra versión de la historia dice que cuando Don Pelayo alzó la cruz en el campo de batalla, el general musulmán (Alqama), falleció y los musulmanes al ver esto se retiraron y huyeron de la batalla. Una vez vencidos los musulmanes, la corona de la Virgen María brillaba con esplendor dentro de la cueva (3) (6).
La Trascendencia de la Victoria
Cuando Munuza recibió la noticia de que el rebelde “asno salvaje” había derrotado al ejército enviado por Córdoba se retiró de Gijón y Asturias quedó como un gran foco de resistencia. Pelayo entonces instaló la capital en Cangas de Onís, y desde allí gobernó el reino rebelde. Las noticias de la victoria de Pelayo pronto llegaron a todos los rincones de los territorios cristianos y pronto Pelayo dispuso de 150 caballos y 8.000 infantes (3). Con estas tropas se dispuso a la conquista de León, donde estaban fortificados los muchos soldados que habían escapado de Covadonga. No se sabe qué pasó con el ataque, y tampoco parece que tenga mucho soporte. La victoria de Pelayo dio moral y esperanza a los cristianos que se habían refugiado en el norte. Era la primera vez que se venció a los musulmanes y se puede decir que fue la primera batalla de “La Reconquista”, el término aún no se utilizaba.
Cuando Pelayo murió por enfermedad en el 737 dejó el trono a su hijo, que murió a los dos años por el ataque de un oso cuando estaba de caza.
Pelayo fue enterrado en Santa Eulalia, cerca de Covadonga y más tarde sus restos fueron llevados a la propia cueva.
La Cruz que forjó Pelayo según la leyenda en la batalla, ha permanecido hasta nuestros días en el escudo oficial de la bandera de Asturias y en la cruz que mandó forjar Alfonso III el Magno y que hoy se encuentra en la Santa Catedral Basílica.
«Trae de azur la Cruz de la Victoria, también llamada de Pelayo, revestida de oro y piedras preciosas por Alfonso III el Magno en el Castillo de Gauzón, trasladada después al relicario de la Santa Catedral Basílica donde se resguarda; penden de sus brazos las letras A (Alpha) y ? (Omega), primera y última del abecedario griego, simbolizando a Cristo, principio y fin de todo lo creado; y por orla, alrededor del escudo, las palabras «Hoc signo teutur pius» a la diestra, y «Hoc signo vincitur inimicus» a la siniestra de oro» (6).
(Ciriaco Miguel Vigil, «Heráldica Asturiana». Oviedo 1892)
El Término Reconquista
Esta expresión apareció más tarde, en tiempos de Alfonso III, para dar moral a las tropas cristianas en la conquista de la Península. Puso en boca de Don Pelayo las siguientes palabras:
“En Cristo esperamos que por este cerro que aquí veis vuelva la salvación en España y la restauración en el ejército del pueblo Godo… Esperemos que su misericordia venga a recuperar la Iglesia, o sea, el pueblo y el reino” (4).
De aquí y de la idea goda de que el Sur era suyo, que había que recuperar lo robado por los musulmanes, salió el término de “Reconquista”. Es muy curioso que los demás países no iniciaran algo semejante en situaciones parecidas. La resistencia que siempre ha tenido el norte de la península a las invasiones como la romana, es muy peculiar y puede que se deba al aislamiento que siempre ha sufrido debido a la situación geográfica (2).
Notas:
- Besga Marroquín, Armando “Los Orígenes de la Reconquista”, en Historia 16, 323, (2003) Págs. 29-35.
- Sánchez Albornoz, Claudio:Orígenes de la Nación Española, El reino de Asturias,Madrid, Sarpe, 1985
- Cebrián, Juan Antonio: La Cruzada del Sur, España, La Esfera de los Libros, 2003
- W. Lomax, Derek:La Reconquista, España, Crítica, 1984
- Benito Ruano, Eloy(Real Academia de la Historia) “La Monarquia Asturiana”, en Historia 16, (1989) págs 52-57
- Mis abuelos, me contaron la versión que les habían contado a ellos en el colegio; los dos son asturianos
- http://www.almargen.com.ar/sitio/seccion/cultura/himno2/
El nacimiento de una Nación. La batalla de Covadonga.A principios del siglo VIII, la España visigoda fue invadida por la tremenda fuerza arrolladora de un vigoroso pueblo guerrero: el musulmán. Miles de árabes y berberiscos dominaron en meses toda la península ibérica, poniendo en serio riesgo la integridad de la Europa cristiana, su tradición e instituciones. Sin embargo, en el escarpado norte español, de espaldas al mar y en una región que hoy conocemos como Asturias, un emigrado noble visigodo puso en pie de guerra a un aguerrido pueblo de montañeses que se negaron, como había pasado contra los romanos, los suevos e incluso los mismos visigodos, a vivir en la esclavitud. Fue el inicio de una asombrosa guerra de ocho siglos que marcaron a fuego el devenir histórico de España, su cultura y su gente.
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Durante la noche del 26 al 27 de abril del año 711 de la era cristiana, una escuadra de pequeños buques con un ejército a bordo y salida del norte del continente africano desembarcó bajo el mando de Tariq ibn Ziyad, gobernador de Tánger y subordinado de un tal Muza, en las costas que hoy podemos conocer como Gibraltar. No era la primera vez que esto sucedía por aquellas tierras ya que un año antes había acontecido un intento similar por parte de Tarif abu Zara quien había hecho lo propio con quinientos de los suyos en las playas que recuerdan su existencia: Tarifa. Nadie imaginó en aquella España de entonces, bajo la égida visigoda, que esas aceifas serían las primeras avanzadas de una brutal y magnífica invasión por parte de un joven y imponente imperio de gran empuje guerrero, movido por una nueva y sugerente creencia religiosa y que había aparecido de las arenas de Arabia: el musulmán. Pero menos aún se consideró que aquella ocupación, lejos de ser pasajera o temporal, representó la presencia de miles de monoteístas islámicos, adoradores de un solo Dios, en las tierras de aquellos politeístas cristianos, adoradores de la trilogía de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, a lo largo de ocho largos siglos de continuo batallar y que marcarían a fuego el perfil de los hombres que conformaron los pueblos de España. Lo que más sorprendería, especialmente para quienes aman la historia como fuente inagotable de ejemplos para las generaciones venideras y que desconocen este hecho singular del pasado peninsular, es que dicha invasión fue producto de una traición llevada a cabo por hombres que, faltando a su honor, a su patriotismo o carentes de una postura generosa para con sus pueblos, permitieron que con el pretexto de una colaboración en un enfrentamiento dinástico interno se ocupara con asombrosa rapidez toda la geografía de la península ibérica.
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Códice del Libro de los Testamentes, que identifica a la reina Jimena, al obispo de Oviedo y al rey Alfonso III, el Magno, artífice de los primeras crónicas de la historia asturiana, hacia finales del siglo IX. |
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Ocho siglos por una traición. Reinaba a la sazón en la España cristiana un noble visigodo llamado don Rodrigo, duque de la Bética, destacado hombre de armas que había sido ungido en su mando por el Senatus, organismo conformado por magnates de las familias visigodas más importantes, semejante al existente en Bizancio, y que debía poner en funciones a los nuevos soberanos. Había sido esta una decisión atrevida ya que los hijos del anterior rey Vitiza, muerto el año 710, habían considerado la posibilidad de la sucesión hereditaria del reino apoyados en un grupo de partidarios y fidelis afines, miembros del partido favorecido por Vitiza, contradiciendo así las tradicionales leyes de aceptación de la sucesión. De hecho, uno de sus hijos, Achilla, llegó a tomar el poder del antiguo territorio romano de Terraconense, realizando incluso la acuñación de su propia moneda en Narbona, Gerona y Tarragona. Sin duda que a don Rodrigo le asistían los derechos de sucesión por mandato del Senatus, ya sea por ausencia de vitizanos en su conformación o por la decisión soberana de no acceder a dicho remplazo hereditario. Era una realidad también que, don Rodrigo, al recibir el control del reino se encontrara con la ocupación concreta del Estado por parte de las facciones de los hijos de Vitiza. Era imperioso el desalojo de ellos, aunque fuera por la fuerza, hecho que realizó rápidamente a pedido del propio Senatus y que varias fuentes cristianas y musulmanas lo atestiguan a lo largo de sus crónicas. La guerra civil, como en otras circunstancias de la historia peninsular, hizo enfrentar a las facciones en pugna siendo don Rodrigo quien logró salir triunfante. Los vitizanos habían sido vencidos en batalla pero estaban lejos de considerarse derrotados y buscaron cualquier circunstancia que permitiese su revancha.
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Una supuesta representación del rey don Rodrigo, duque de la Bética, realizada por el Museo de Cera de Madrid. |
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Aparece allí la misteriosa figura de un tal Olbán, Urbán, Ulyán, Alyán o como la historia a elevado a rango de conde y reconocido con el nombre de don Julián, como sería recordado para la posteridad hispana. Se desconoce realmente el origen de este hombre a quien la historiografía consideró bizantino, bereber o tal vez godo, que dirigía los destinos de Ceuta en el norte africano y que, efectivamente, tenía lazos de fidelidad con el desaparecido rey Vitiza. Se ignora de donde provenía esta relación aunque probablemente los uniera el interés del anterior monarca para que este controlara, desde el borde africano, el increíble avance realizado por pueblos de origen árabe y que habían ocupado todo el norte del Magreb, no con pocos esfuerzos y reveses. Lo cierto es que, a la muerte de Vitiza, este conde don Julián entrega la ciudad de Ceuta a Tariq, quizás conservando su gobierno a modo de vasallaje, no tanto por voluntad propia, como lo recuerda la historia popular sino probablemente a modo de correo de las derrotadas facciones de antiguo rey fallecido. La situación era muy clara: don Julián contactó a los musulmanes atrayéndolos a participar en la disputa dinástica por el bando vitizano a cambio de dinero o riquezas, tal vez. Son muchas las fuentes que, de distintas y distantes crónicas, reconocen los acontecimientos de aquellos años, tanto musulmanes como cristianos. Ante esta circunstancia, Tariq consulta con su jefe Muza y éste a su vez al califa. Se tomó así la decisión de enviar aquellas primeras tropas comandada por Tarif y que detallamos al principio. La ausencia de una clara defensa movió a Tariq a iniciar un año mas tarde su propia invasión al frente de siete mil hombres, prácticamente en su totalidad berberiscos y dirigida por árabes, todos de a pié, tomando rápidamente la zona de Algeciras y rechazando el ataque de Bancho o Sancho, sobrino del monarca visigodo, de quien obtuvieron en su derrota la caballería faltante. No podía suceder esta invasión en peor momento. España no había superado una terrible guerra fratricida y don Rodrigo se encontraba a la sazón reprimiendo un nuevo levantamiento de los vascos paganos, en el norte de la península. Se desconoce como fue la reacción del monarca ante la llegada islamita, como se desarrolló la reunión de su ejército pero se supone que juntó a todos los clanes de las familias visigodas más importantes, incluidas las vitizanas, cuya traición demuestra haber desconocido y que atestiguan varias fuentes árabes y cristianas. Lo cierto fue que avanzó hacia el sur y el 19 de julio del 711 se encontró cerca de Wadilakka o Guadalete con el ejército sarraceno dirigido por Tarik. Durante dos días se tantearon los oponentes sin llegar mas allá de algunas escaramuzas pues ambos sabían que suerte correrían ante la derrota, especialmente Tarik, separado de sus bases por la presencia del Mediterráneo. Sin embargo contaba con la estructura de un ejército que rondaba ya desde los doce mil a diecisiete mil hombres, fanatizados en una creencia ciega en su Dios. Finalmente el combate se trabó con suma violencia, resistiendo bastante bien las huestes rodriguistas los embates enemigos. Es allí cuando se pone en evidencia la traición y jefes vitizanos empiezan a sembrar la discordia entre las filas cristianas, llegando a escucharse declaraciones recogidas por autores árabes: «Ese hijo de puta (sic) ha privado del reino a los hijos de nuestro señor Vitiza y a nosotros del poder. Podemos vengarnos pasándonos al enemigo. Estas gentes de enfrente no aspiran sino a hacer gran botín». No cabe duda que estos conjurados estaban absolutamente equivocados en esas apreciaciones. Efectivamente, ambas alas del ejercito cristiano empezaron a desbandarse al momento de ver con asombro como algunos nobles, juntos a sus clientelas de siervos y soldados, se iban pasando a las huestes de Tariq. El centro del ejército de Rodrigo resistió cuanto pudo pero finalmente fue diezmado y el mismo rey muerto en combate. Sin embargo su cuerpo no quedó abandonado en el campo expuesto a la venganza de los adversarios; sus mas fieles seguidores retiraron sus restos y lo depositaron en un lugar donde no fuera encontrado por sarracenos ni complotados. Siglos mas tarde, durante el reinado de Alfonso III, el Magno, aparecería su tumba en Viseo, en un monasterio del actual territorio portugués. Así, de la mano de una infame traición, finaliza en España la monarquía visigoda y la vida de su último rey, don Rodrigo, muerto en la batalla de Guadalete. Empezaba una era trágica pero increíble en la historia de los pueblos de España.
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Otra supuesta representación de Tarik ibn Ziyad, realizada por el Museo de Cera de Madrid. |
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La ocupación. Fue sorprendente la velocidad que de allí en mas tuvieron las huestes islámicas para ocupar todo el territorio español, quizás por la sorpresa producida en la población y su monarquía a la llegada de tan violento y rápido adversario. Sin embargo, todo esto fue factible por la presencia de una «quinta columna» muy caracterizada y que sirvió de ayuda muy eficaz a la hora de la ocupación. En primer lugar encontramos a los vitizanos, visigodos complotados que no tuvieron la mínima duda en colaborar en los planes de invasión, grupo en el cual se incluían clérigos de alta jerarquía, como un tal obispo don Oppas, hermano de Vitiza. Y complementando a este grupo encontramos una cantidad significativa de miembros del pueblo judío, que residía en tierras hispanas desde hacía varias generaciones. Su colaboración era lógica ya que varias agresiones, persecuciones y apostasías forzadas habían soportado bajo la monarquía visigoda. Ya había iniciado el rey Recaredo una política de antijudaísmo muy fuerte, incluso otro rey, Sisebuto, en contra de la opinión del propio San Isidoro de Sevilla, había ordenado la conversión forzosa o la expulsión, fenómeno que se repetiría en el siglo XV bajo el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Se ha sabido de la fácil ocupación de varias plazas fuertes que eran dejadas bajo la custodia de una pequeña guarnición árabe y apoyados por la presencia de una comunidad judaica, sino grande al menos destacada. Ciudades como Granada, Toledo, Mérida, Málaga, Murcia fueron cayendo en forma similar, esta vez de la mano del propio Muza que, habiendo observado la facilidad de la conquista, se sumó a la campaña realizada por su segundo Tariq con una fuerza de alrededor de 18.000 hombres. Básicamente, Muza tomó el mando en la conquista de las plazas de las cuencas del Guadalquivir y del Guadiana y sus hijos lo hicieron sobre poblaciones del sur y del sudeste. Pocas fueron las ciudades que presentaron fuerte oposición, tal como lo hizo la antigua metrópolis romana de Mérida. La ausencia de una inicial resistencia hispana a esta invasión desde Africa se vería alimentada por varios factores: la falta de una autoridad central que agrupara a todos los esfuerzos de los pueblos peninsulares, las fuertes disputas palaciegas dentro de las instituciones visigodas, la participación de esta «quinta columna» de vitizanos y judíos y las medidas de liberalidad ofrecidas por los islamitas para con los ocupados. Se sabe de las condiciones muy favorables que recibió un conde godo llamado Teodomiro, en la zona de Murcia, luego de la conquista de la ciudad en abril del 713. En general se respetaron las vidas, las haciendas e incluso la libertad de culto, salvo los bienes y propiedades de aquellos que, escapando a los musulmanes, buscaron refugio en las tierras norteñas de Galicia, Asturias, Cantabria y Vasconia. Se sabe también del encuentro de Muza con su subordinado Tariq en Almaraz. Era evidente la envidia que tenía Muza por su inferior jerárquico, ya que sus campañas le había dado gran prestigio dentro de los musulmanes, especialmente a los ojos del califa de Damasco. No era extraño que le insultara, le despreciara e incluso golpeara. Le obligó a entregar el tesoro de la monarquía visigoda, capturado en Toledo, y es muy probable que Tariq no le perdonase la afrenta, esperando su oportunidad para vengarse. Lo cierto es que, una vez en la ex capital visigoda a orillas del Tajo, Muza no accedió a poner en el trono a los hijos de Vitiza, tal como se había pactado oportunamente, sino que proclamó con toda dignidad la soberanía del califa de Damasco sobre los territorios ocupados (a esa altura, prácticamente media península) e incluso se inició la acuñación de monedas. En esa circunstancia, tanto Muza como Tariq tomaron la decisión de invadir la mitad norte de España, aunque en esta oportunidad la violencia y el terror fueron aplicados conscientemente por los caudillos musulmanes, a fin de quebrar la moral de aquellos pueblos donde se iban refugiando visigodos escapados del sur y los autóctonos con una mayor decisión para resistir. Se siguieron presentando situaciones insólitas en esta segunda parte de la conquista, como en Aragón, un conde del distrito de Borja llamado Casius, se plegó a la fuerza invasora e incluso se convirtió al islamismo. Su participación en la conquista de esta región marcó el inicio de una dinastía llamada los Banu Qasi, y que por un par de siglos fueron la única autoridad musulmana aunque tenían origen hispano. A tal punto fue fuerte su presencia que, a la hora de la expulsión de los musulmanes en el siglo XV, casi ningún devoto de Mahoma en la zona de Aragón era de origen árabe o bereber. En el camino conquistador de Muza y sus lugartenientes, iniciado desde el valle del Ebro y subiendo por la antigua calzada romana de Cesaraugusta con rumbo a Asturica Augusta (Astorga), los feroces y orgullosos vascones se sometieron ante la fuerza sarracena sin mayor resistencia inicial, situación que expresan las crónicas árabes en forma no muy generosa para con estos pueblos. No cabe duda alguna que todo el norte de España, al que los musulmanes llamaban genéricamente Galicia, estuvo ocupado al menos unos cinco años, incluso que sus habitantes estuvieron sometidos a una situación que podríamos decir de vasallaje y al pago de impuestos de contribución territorial (jaray) y de capitalización personal (yizia), por supuesto, pagado a desgano. Algunas veces y con algún esfuerzo, los valíes de Córdoba enviaban cada tanto grupos armados que sometían rebeliones menores del lugar. Se sabe que no hubo ningún intento serio de parte de los exiliados visigodos ni los hispano-romanos venidos desde Al-Andalus (hoy Andalucía) para reponer la monarquía visigoda, menos aún teniendo en cuenta la poca influencia dejada por el antiguo Imperio Romano y las instituciones visigodas en aquel abrupto y inaccesible norte español.
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Aquel «asno ignorante». Toda España estaba ocupada efectivamente por las huestes islámicas hacia la segunda década del siglo VIII. Y si no lo era toda, al menos no existía ya un foco de resistencia de serio riesgo para los invasores. En esta coyuntura histórica surge un hombre a quien el destino o la Providencia le asignó la misión de dar nacimiento a una resistencia que condujo a la creación de una nación y, tal vez, uno de los responsables de la distracción de fuertes contingentes y recursos musulmanes destinados a continuar su arrollador avance en tierras del Imperio Franco y el golpe final al corazón de la Europa cristiana. Entre los miles de refugiados llegados del sur se encontraba un hombre de la nobleza visigoda, perteneciente al grupo de los seguidores de don Rodrigo y que, junto a miembros de su familia entre los cuales estaba su hermana, se había establecido en el valle de Cangas, como otro mas de aquellos nobles escapados del sur. Nos referimos al don Pelayo, hijo del duque don Fáfila -se desconocen cuales eran sus territorios- quien había sido asesinado de un golpe en la cabeza por el propio Vitiza por causa de su esposa, en la ciudad gallega de Tuy. No se sabe de la participación de Pelayo en el nombramiento de Rodrigo ni su presencia en la batalla de Guadalete, la cual no se debe descartar. Quizás acompañó la suerte del grupo de fieles que llevaron los restos de su antiguo rey a Viseo. En lo que no hay duda es que don Pelayo emigró a la norteña región de Asturias, quizás resignado a la situación planteada y de la cual no vislumbraba solución alguna. Gobernaba el actual territorio conocido como Asturias un bereber, compañero de Tariq, llamado Munuza, desde alguna plaza fortificada del actual reino de León, quizás Asturica Augusta (Astorga). Su misión era mantener el orden en su región, cobrar los impuestos a los que sometían a los pueblos vencidos y tomar rehenes destacados o notables quienes, utilizados a modo de garantía, obligaba a sus familiares a realizar los pagos mencionados. Sucedió en esas circunstancias un hecho que es recordado por la tradición popular y realmente fantástico, el cual no podemos considerar ni exagerado ni falso, digno de una novela o algún film épico para Hollywood. El mencionado Munuza se enamoró perdidamente de la hermana de nuestro futuro héroe Pelayo, pretendiendo casarse con ella. No era el primer romance que sucedía entre invasores y españolas: el primer valí de Córdoba, ´Abd al- ´Aziz, hijo de Muza, se había ya casado con Egilona, viuda de don Rodrigo y otros casos mas son contados por los cronistas. Lo diferente de aquella situación era que Manuza le tocó en suerte enamorarse de la hermana de aquel «asno ignorante» de Pelayo, como lo recuerdan los cronistas musulmanes con sumo desprecio. Al enamorado musulmán no se le ocurrió nada mejor que, ante el pedido de sus superiores desde Córdoba del envío rehenes como garantes para el pago de impuestos, remitirles al mismo Pelayo entre la partida de prisioneros, tal vez para aprovechar y sacarse de encima a quien interfería en su destino amoroso…
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Puente romano sobre el rio Sella, en medio de la abrupta tierra asturiana. |
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Lo cierto que nuestro protagonista apareció como rehén en tierras del valí cordobés Al-Hurr hasta mediados del año 717 en que logró fugarse con rumbo al norte donde había quedado su familia. Al llegar, para su sorpresa, descubre que el noble musulmán había cumplido en parte su cometido y pretendía casarse con su hermana. Su oposición debió ser grande, como su resistencia a la sumisión y provocó la ira de Munuza, al igual que la inquietud de Al-Hurr, quien no dudó en enviar tropas selectas de su ejército para capturar al rebelde. Pelayo, enterado por un amigo de su orden de apresamiento, logra escapar sigilosamente a sus captores cruzando el río Piloña y perdiéndose en el violento y escarpado territorio montañoso de Asturias, mientras sus perseguidores perdían el camino. Comenzó allí la historia épica de un héroe que, con todos los factores políticos, militares y económicos en contra, enfrentaría con un grupo de montañeses asturianos los embates militares sarracenos. Vieron estos feroces astures en este visigodo extranjero, ajeno a sus tradiciones y costumbres, el símbolo de la resistencia de un pueblo que lucharía largos siglos por su liberación. Covadonga, el principio de la Reconquista. Don Pelayo, escapado de sus perseguidores y convertido ya en un fugitivo muy buscado, se encaminó muy probablemente al valle de Cangas. Se celebraba por esos días, o estaba próximo a celebrarse, una asamblea a donde los hombres de la comarca acudían a tomar decisiones y, en el camino, Pelayo inició su campaña de discordia y enfrentamiento contra los valíes cordobeses. Les echó en cara su falta de decisión para defender sus vidas, sus tierras y sus familias y tal vez los incitaría a revelarse contra el invasor e iniciar la ofensiva para recuperar las tierras y las libertades perdidas. Fue una situación insólita que aquellos hombres rudos, de montañas tan abruptas, donde la vida era tan severa, que habían históricamente enfrentado diversas invasiones precélticas, célticas, romanas, suevas y visigodas -algunas de mejor u otras de peor grado, incorporando con el tiempo pocas o muchas de las características de sus invasores- justamente un extranjero, un hombre perteneciente a las castas militares de un pueblo que oportunamente había invadido sus territorios, se convertía por azar en su líder indiscutido para iniciar una lucha absolutamente desigual contra el invasor africano. Muchos factores conspiraron para que aquel grupo inicial de rebeldes, que empezaron por no pagar tributos y a atacar a los invasores con suma violencia, creciera en forma considerable. En primer lugar, la desorganización política y económica de los territorios conquistados por los súbditos del califa y, en segundo lugar, la voluntad de continuar con la invasión de las Galias y todo el resto del continente europeo cristiano, desatendiendo imprudentemente ese inicial foco de insurrección. Para resolver estos problemas, el califa ´Umar nombró valí de Al-Andalus a Al-Samah, hombre sumamente ilustrado y decente, de su entera confianza, quien realizó una tarea magnífica en la efectiva cobranza de los tributos y en el reparto de las tierras conquistadas entre los hombres de Muza y Tariq. Su actividad permitió el afianzamiento de la conquista y la organización política y económica, mientras se organizó a la par una fuerza considerable que avanzó sobre territorio franco. Al-Samah conquistó así Narbona e intentó tomar por asalto a Tolosa. Sin embargo, el duque de Aquitania, Eudón, terminó venciéndolo frente a esta ciudad el 9 de julio del 721, muriendo el valiente e inteligente valí en el mismo combate. Sin embargo, la historia demostró que sus dos años de tareas en España fueron determinantes en la consolidación de los reinos musulmanes hacia el futuro. Un fuerte golpe en la moral de los conquistadores representó la pérdida de Al-Samah. Las tropas invasoras eligieron entonces como jefe a ´Abd-al-Rahman-al-Gafiqui, quién dirigió los destinos de la España sarracena hasta la llegada del nuevo emir ´Anbasa ibn Suhaym-al-Kilbi en agosto del 721. Inmediatamente se puso a trabajar en la reorganización de un nuevo ejército para volver a tomar la iniciativa en la conquista. Para ello necesitaba un enfrentamiento donde, con una victoria segura, levantara la caída moral de las tropas. No cabía duda respecto de donde se debía golpear al enemigo cristiano, dados los informes enviados desde León por Munuza: al grupo de rebeldes dirigidos por aquel renegado de Pelayo.
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´Anbasa envió entónces una respetable fuerza hacia el territorio de Asturias al frente de un bereber llamado ´Alqama. Su ataque debió de ser certero pues todos los pueblos fueron cayendo en sus manos, la autoridad de Munuza era restaurada e, incluso, este último terminó instalando su residencia en Gijón. Pelayo y los suyos se retiraron de los valles de Cangas ya que su resistencia en aquellos espacios medianamente llanos era imposible ante tal invasor, decidiendo la retirada hacia las zonas mas montañosas donde, al resguardo de profundos acantilados y filosas gargantas, la suerte les fuera menos esquiva. En su búsqueda salió ´Alqama, quizás muy confiado en sus organizadas tropas, su superioridad y la experiencia de haber visto como, una tras otra cayeron las aldeas en sus manos, casi sin combatir. Don Pelayo y sus astures terminaron refugiándose en un angosto valle, delimitado por abruptas colinas, cubierta de frondosa vegetación y lo suficientemente estrecho como para impedir rápidas maniobras de cualquier ejército que decidiese arriesgar suerte en el ataque. Al fondo de este pequeño valle, a medida que va convirtiéndose en un embudo, aparecía una colina o monte que la crónica de Alfonso III, el Magno, llamaría Auseva y que conocemos como Covadonga. Al pié, se escondía una cueva que hoy es objeto de culto a la Virgen María y que muy probablemente ya tenía aquella finalidad de culto mariano desde hacía tiempo. No era muy grande esa cueva, quizás algo mas de trescientos hombres podrían ocultarse en ella. Era imposible haber elegido un lugar mas privilegiado para la resistencia pues la facilidad para defenderla era equiparable a su comodidad para el abandono en caso de derrota, rumbo al tremendo macizo de los Picos de Europa, lugar al que musulmanes no hubiesen arriesgado jamás empresa militar alguna.
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Vista de la geografía imperante en la zona circundante al histórico sitio de Covadonga. |
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Hasta allí se adentraron ´Alqama y sus huestes. Los acompañaba un cristiano comprometido al bando invasor, tal vez un vitizano que muchos identifican en nuestro recordado don Oppas, quien intentó convencer al caudillo de lo inútil de la resistencia. Pelayo no lo escuchó e inmediatamente se trabó en combate. Las selectas tropas sarracenas avanzaron al fondo del pequeño valle de Covadonga, siendo atacado desde las laderas laterales por infinidad de furiosos montañeses astures. Se sabe que los musulmanes intentaron utilizar sus flechas y piedras contra los atacantes pero su lanzamiento hacia arriba, contra enemigos que venían en bajada, no era lo que podemos suponer muy eficiente. En lo mas reñido de la batalla, don Pelayo y un grupo de los suyos salieron de la cueva donde se escondían, con tal violencia que hicieron una masacre entre las huestes enemigas que no atinaron a maniobrar. La matanza fue impresionante, a tal punto que ´Alqama cayó en el combate y don Oppas, o el traidor que fuere, cayó prisionero de los astures. Gran parte de aquellos musulmanes intentaron escapar por el mismo camino en que venían, otros tomaron caminos de cornisa que los llevaron a otros recónditos y abruptas gargantas donde, uno a uno fueron eliminados por los rebeldes de Pelayo. Sorpresa hubo de causar a Munuza en Gijón la noticia de la terrible derrota de sus subordinados y la muerte de ´Alqama. Rápidamente reunió sus hombres e inició la huida hacia el sur, a tierra leonesa, pero él mismo fue atacado por los cristianos rebeldes a lo largo de su huida. Finalmente, el valle de Olalíes, hoy valle de Proaza, fue testigo de una nueva masacre para aquellos aterrados árabes y berberiscos dirigidos por Munuza quien también cayó en combate. Pocos de aquellos prófugos llegaron a la meseta leonesa donde, en presencia de tropas amigas y la protección de un territorio menos abrupto y afín a su estrategia y habilidad, pudieron salvar las vidas.
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Vista del actual conjunto del Santuario de Santa María de Covadonga, en el mismo lugar del histórico combate. |
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Las consecuencias. No representó Covadonga y Olalíes la recuperación definitiva de aquella norteña Asturias para la cristiandad. Muchos ataques mas sufrirían aquellos astures en los próximos años, algunos de inusitada violencia, pero marcó el inicio de la resistencia a los invasores africanos en las próximas décadas. Pelayo, muerto hacia 737, jamás fue instituido como Rey, ni su hijo Fáfila. Sin embargo fue el guía indiscutido de aquellos montañeses a los que se sumaron rápidamente el resto de los visigodos que, inicialmente, no se había aventurado con la suerte de Pelayo. Ni siquiera consiguió este héroe fundar una familia reinante pues Fáfila desapareció rápidamente, presumiblemente en una cacería y atacado por un oso. Junto a aquellas primeras huestes se sumaron rápidamente las del pueblo cántabro, entre las que figuraban un hijo del Conde de Cantabria, un tal Alfonso, que estuvo entre los primeros en acompañar el destino de don Pelayo y quien casara con su nieta, la hija de Fáfila. Fue este quien, por votación de astures y cántabros, fue ungido como rey con el nombre de Alfonso I e inició una línea dinástica que se enfrentaría, con suerte diversa, a las huestes de los emires cordobeses. Muchas batallas, avances y retrocesos sucederían de allí en mas a las armas cristianas. Batallas perdidas con miles de muertos, con sus cabezas cortadas levantando siniestras y macabras montañas, forjarían el temple y el espíritu de aquellos pueblos. Su carácter se amoldaría en la lucha continua, en el avance y retroceso de territorios que debían ser repoblados y defendidos, a costa de no poca sangre. Definiría una forma de vida y se iniciaría una cultura, una idiosincrasia tan característica de aquellas gentes. Empezarían, con el tiempo, a recibir los aportes de mozárabes, cristianos hispano-romanos escapados de las persecuciones de Al-Andalus, y que trajeron consigo las viejas instituciones y cultura romanas, las tradiciones isidorianas y en parte pinceladas de la cultura musulmana, no tan impregnada aún como las anteriores, a una región que se destacó por su escaso nivel de romanización, como lo había sidio Asturias y Cantabria. Se sumarían inmediatamente a la revuelta pueblos como el gallego y el vascón, lo cual haría cada vez mas complicada la situación de los valíes de Córdoba, los cuales ya sufrían fuertes rebeliones dentro de su propias filas, iniciando un proceso de degradación del mundo musulmán español y culminaría en el siglo XV con sus expulsión definitiva de la península ibérica. ¿Qué representó en aquellas circunstancias la suerte corrida por Pelayo y sus astures por el combate de Covadonga? No hay duda que varias situaciones que determinaron acontecimientos de desenlace muy trascendental:
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Santa María del Naranco, obra del románico asturiano, del siglo IX. |
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Varios libros, de diversas fuentes, fueron utilizados para esta nota de la historia de España. Entre la bibliografía consultada es de lectura obligatoria aquellas que corresponden a uno de los mayores medievalistas españoles, me refiero a don Claudio Sánchez Albornoz, último presidente de la República Española en el exilio, profesor de Historia Medieval de varias Universidades en todo el mundo, cuya labor en la Argentina ha sido de carácter único. Mi recuerdo a don Claudio a quien, cuando apenas adolescente, tuve la oportunidad de estrechar su mano y ver su impresionante biblioteca, gracias a un amigo, don Braulio Díaz Sal, a quien debo parte de mi pasión por la historia, la cultura y el arte hispanos.
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