El planeta de los corresponsales anónimos de Ummo

Descripción

El planeta de los corresponsales anónimos

 

De identidades secretas, engaños y asedio digital

 

Por Guido J. Paul . 8 páginas.

Archivo   Alejandro C. Agostinelli

Los filatelistas añoran a un trabajador de la comunicación, muy popular durante el pasado milenio, a quien una empresa estatal o privada le encargaba entregar (en buzones particulares, debajo de las puertas o, idealmente, en mano) unos sobres hechos en papel rubricados con pintorescas imágenes selladas.

A menudo, el cartero (como se le llamaba) era portador de noticias sorprendentes. Pero ninguna carta seguramente fue tan increíble como la que recibió, en febrero de 1966, don Fernando Sesma Manzano. Este señor solía convocar, todas las semanas, a una entusiasta cofradía de fanáticos de lo oculto en los sótanos del café Lyon en Madrid. Allí, discutían apasionadamente sobre platillos voladores, profecías apocalípticas y esoterismo duro. Un sábado, Sesma asistió a la tertulia con una extraña carta entre sus manos. Había llegado por correo normal, iba encabezada con un membrete con el símbolo )+( y en ella se leía un inquietante ruego: “Por favor, no nos crean”. También incluía un sobrio informe técnico que revelaba, con profusión de detalles, todo sobre la historia, el sistema de gobierno y la vida cotidiana de los habitantes de UMMO, un planeta en órbita alrededor de la estrella Wolf 424 del cual aseguraban proceder (www.multimania.org/ummo/menusp.htm).

La misteriosa correspondencia se mantuvo a lo largo de 25 años, totalizando casi dos millares de folios. Los destinatarios terrestres de las cartas de UMMO se agruparon para estudiar los textos, surgieron cultos que adoraron su doctrina y hasta celebraron jornadas para conmemorar su desembarco en la Tierra. Los creyentes no sólo sucumbieron ante el contenido profético- tecnológico y el desdeñoso escepticismo que destilaba los informes; también se asombraron de que los sobres llegaran sellados de bases ummitas situadas en ciudades tan dispares como Sydney, Alemania Oriental o Nueva York. ¡Los visitantes estaban en todo el mundo!

El fenómeno UMMO surgió cuando todavía no existía la computadora personal. De hecho, los viajeros estelares debieron contratar a un mecanógrafo terrestre: la extraordinaria sensibilidad de las yemas de sus dedos les impedía tipiar una máquina de escribir. Por entonces, el ciberespacio no figuraba en los sueños de ningún profeta y se ve que tampoco había sido desarrollado por los ummitas. Si bien se jactaban de poseer una tecnología indistinguible de la magia, los ET ni siquiera conocían la fotocopiadora: sus cartas eran reproducidas mediante gelatinas o microfilmes.

Aunque ahora cause gracia, el mito de UMMO prosperó: se publicaron decenas de libros (varios de ellos escritos por un prestigioso físico del CNES francés), trastocó la vida de miles de creyentes en los ovnis y en España surgió al menos un culto pederasta que actuó en nombre de su doctrina. En los ’70, la Argentina tuvo el privilegio de contar con la primera clínica ummita, montada por un tal Carlos Jeréz en la localidad de Cañuelas, y la revista 2001, periodismo de anticipación le seguía la pista del misterio.

Cuando en 1993 don José Luis Jordán, un psicólogo escéptico de lo paranormal, se confesó único autor del increíble fraude, explicó, entre otras cosas, que aprovechaba viajes para despachar los sobres ummitas o se los hacía enviar por amigos desde distintas ciudades para que el estampillado extranjero aumentara el desconcierto, potenciando la credibilidad de la historia.

Tecnologías al servicio del engaño

¿Qué no sería capaz de conseguir un Jordán del siglo XXI, cuando el ciberespacio ofrece tecnologías millones de veces más poderosas que las disponibles en tiempos del generalísimo Franco? Desde hace años, cualquiera puede subir a Internet páginas web de organizaciones fantasma, valerse de dispositivos que garantizan el anonimato y hacer circular información falsa capaz de convencer a miles sobre las historias más inverosímiles, en tiempo récord. Lo mejor de Internet (la coronación de la libertad de expresión) habilita lo peor, pues también es tierra de promisión para psicópatas, tramposos y manipuladores. La Red, además, ofrece infinitos recursos que facilitan el acceso a los datos necesarios para captar candidatos a ser burlados por fiascos similares.

La nota cándida que posee el mito ummita puede llevar a pensar que hoy pocos creerían en una patraña semejante. La génesis del exitoso Proyecto Blair Witch (un falso documental con objetivos artísticos, aunque con un rendimiento comercial millonario) prueba lo contrario: la estrategia de marketing que adoptaron los creadores de la mitología de los tres estudiantes de cine desaparecidos en el bosque de la bruja de Burkittsville fue tan simple como genial. Para cebar la expectativa, anexaron su página a buscadores paranormales, fomentaron la creación de sites no oficiales, infiltraron la Red con datos enigmáticos, e innundaron de e-mails a toda web relacionada con paraciencias y religiones ocultistas. Durante el estreno del filme, el sitio oficial (www.blairwitch.com) alcanzó el puesto 45 en la lista de los más visitdos, con 10,4 millones de páginas abiertas, mientras que su espejo en español (www.blairwitch.mx.com) alcanzó 143.000 visitas.

Pocos recuerdan que, cinco años antes, la compañía inglesa Merlin, de Ray Santilli, ya se había servido de Internet para adobar el misterio alrededor de la famosa autopsia del extraterrestre de Roswell: en la Red encontró a miles de entusiastas que se sumaron a la campaña para “denunciar el fin de la conspiración del silencio”, cooperando desinteresadamente para difundir el video inédito. Poco después, compañías de tevé y productoras de todo el mundo oblaron cifras millonarias por los derechos de emisión de un corto en el que sus productores habían invertido, apenas, 5.000 dólares. Santilli solamente pretendía convencer al mundo de que su producto era creíble para embolsar su primer millón (www.ctv.es/USERS/vader/). El productor no sabía que estrenaba un modelo de cibermanagment inédito hasta el momento.

El plan de estas innovaciones, donde se establece una curiosa alianza entre la venta de buzones y la tecnología de punta, bien puede ser salir a robar. Mientras tanto, como en el caso de UMMO, dejan una huella imborrable en la cultura popular: en Internet existen infinidad de sitios donde la famosa autopsia sigue siendo considerada la mejor prueba de que en Roswell cayó una nave alienígena (y no el sádico descuartizamiento de un muñeco de látex), al igual que muchos otros donde aún se afirma que los chicos del Proyecto Blair Witch fueron desollados por la bruja (en vez de estar preparándose para sus próximos filmes).

Cosas de la libertad

Sin entrar en las páginas dedicadas al tráfico de pornografía infantil, grupos neonazis o ciberterroristas que amenazan devorar nuestro disco rígido, el caso es que todavía no existen recetas seguras para impedir ser burlados por espejismos radicados en el ciberespacio. En Internet, como en el mundo real, pululan emporios fantasma, como las páginas que simulan a los sitios oficiales de compañías aéreas conocidas a fin de vender pasajes falsos.

Y el punto de anclaje donde el fraude acecha es, claro, el anonimato. Sobre este punto existe una polémica dificil de dirimir. ¿El riesgo del uso ilícito justifica desterrar sus beneficios como instrumento de denuncia? La posibilidad de expresar opiniones políticas sin miedo a represalias fue un factor fundamental en los orígenes de Internet: bien utilizado, el anonimato estuvo y sigue estando al servicio de difundir creencias, ideas políticas y opciones sexuales imposibles de difundir con nombre y apellido. No pocos se apoyan en este argumento para defender este derecho como la única manera de proteger las libertades personales en el ciberespacio.

Los peligros del uso irresponsable, obviamente, siempre están latentes. La posibilidad de acceder a cuentas de e-mails gratuitas que ofrecen muchos servidores de Internet, como el popular HotMail (www.hotmail.com), facilita inmensamente el envío abusivo de correspondencia anónima, y, con él, una de sus consecuencias indeseables: el acoso electrónico. Las casillas de correo provistas por los webmails no sólo permiten ocultar la identidad del remitente: también permite usurpar nombres ajenos con motivos que oscilan desde la seducción a la amenaza, desde el ajuste de cuentas a oscuros desahogos patológicos.

Un par de ejemplos: a fines del año pasado, la conductora de un programa de cable comenzó a recibir una avalancha de mensajes de un shark (tiburón, en la jerga) enmascarado con el seudónimo Nemo.76, quien inició su plan seduciéndola con poesías, dulzura y promesas de amor eterno. “Cuando ya la había vuelto suficientemente loquita –confesó-, le propuse un encuentro a ciegas”. El cortejante faltó a la cita. Al otro día, ella encontró un e-mail donde Nemo.76 le decía: “Antes de estar con vos, prefiero pasar una noche con el gordo Casero”. Sólo hubo que lamentar el corazón destrozado de una joven periodista. Otro caso: RH, autodiagnosticado ciberpsicópata compulsivo, comenzó a enviar e-mails agraviantes al animador Raúl Portal, conocido por su prédica contra gurúes, brujos y videntes. En un programa de radio, el periodista denunció que “estaba recibiendo amenazas de un manochanta”. Menos mal que no dijo su nombre, porque RH había utilizado las señas de un conocido parapsicólogo (víctima indirecta del ciberataque), tras registrarse con los datos personales de aquel en el HotMail.

Lo cierto es que en Internet nadie es completamente invisible: cada vez que un usuario accede a un servidor en la web, éste detecta ipso facto nuestra dirección de IP (Internet Protocol), que no sólo identifica a la máquina desde la que se establece la conexión sino la hora, el nombre o firma de la empresa desde la que se usa el IP y, en algunos casos, hasta la dirección electrónica. Aún así, existen dispositivos que permiten burlar esta invasión de la privacidad del usuario (ver recuadro).

Si bien es técnicamente sencillo localizar la computadora de origen del mensaje, no existe ley sin trampa: incluso cuando el internauta interesado en proteger su identidad no resulte un hacker experto, siempre puede operar su cuenta de webmail desde un cibercafé que no le obligue dejar sus datos personales.

El vacío legal mantiene la tensión en suspenso. En Alemania, Holanda y Canadá, por ejemplo, se están aplicando técnicas cada vez más seguras para garantizar el envío de correo anónimo. Otros países, en cambio, impulsan medidas para exigir la identificación del usuario, intentando crear leyes que prohibirían navegar a quienes no revelen su identidad.

En la Red se reciclan viejas leyendas urbanas, emergen cadenas de apoyo a moribundos inexistentes y se lanzan falsas encuestas dedicadas a acopiar datos personales para mutarlos en mercancía. Psicópatas sin nombre matan el tiempo buscando presas interesantes en la impunidad y bromistas de mal gusto envían mensajes con golpes bajos, amenazas o chantajes en nombre de otros. Por cierto, todavía no surgió ningún gran fraude a lo UMMO. Pero el día en que esto suceda, nadie debería sorprenderse.

Las cuentas de webmail, devenidas en guaridas electrónicas de corresponsales clandestinos, pueden constituir una pesadilla para la ingenua legión de corazones vulnerables. Por suerte, en los procelosos mares de la aldea virtual los espíritus solidarios gana por mayoría y las estocadas arteras de los nuevos oportunistas son, por ahora, manotazos en la oscuridad.

RECUADRO

Nunca sabrás quién soy

Si soy un ciudadano normal, respetuoso de las leyes, ¿para qué necesito el anonimato? “A veces es importante expresar ciertos puntos de vista sin que todo el mundo sepa quién sos”, indica Julf Helsingius, administrador de un remailer anónimo finlandés. Así, un empleado puede denunciar ilícitos en la empresa donde trabaja sin arriesgar su puesto, o acceder a ciertas páginas web que recogen información personal sin perder privacidad. Una manera de evitar que el nombre, los intereses y los movimientos del usuario sean detectados por el westmaster de la paginas visitada (y proteger la identidad durante la navegación) son conocidos como anonimizadores y funcionan como un filtro de seguridad entre el navegador y el sitio que se desea visitar. Este servicio es provisto por www.anonymizer.com. Para navegar en forma anónima sin necesidad de ir directamente a la página, hay que escribir www.anonymizer.com:8080/http://<dirección>, donde <dirección> es la página web que se desea visitar sin ser identificado. Private Idaho también ofrece un site en español que permite navegar cualquier página sin dejar rastros en www.arnal.es/free/cripto/anon/privida.htm. Los ciberparanoicos con poca paciencia deberán considerar que los anonimizadores tornan la comunicación más lenta, no funciona en todos los sitios y añaden a las páginas visitadas banners publicitarios.

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