Otros casos ummitas por J.J. Benitez

Descripción

5. OTROS CASOS «UMMITAS»
Dinamarca, 27 de abril de 1960

El testigo, cuya identidad no ha sido revelada, viajaba en su automóvil por la carretera que une las ciudades danesas de Slagelse y Naestved. A eso de las tres de la madrugada, cuan­do se encontraba a unos once kilómetros al sur de Slagelse, tuvo una extraña sensación: «Parecía como si alguien me vigilase.» El tiempo era bueno, aunque, en la zona, había algo de niebla y una ligera brisa.

< ¿Signo «ummita» en los trajes de los tripulantes observados en Dinamarca? (Dibujo de J.J. Benítez.)

Al dejar atrás el bosque que rodea el edificio principal de la hacienda «Gyldenholm», el conductor vio hacia el suroeste un círculo blanco muy brillante. «Se aproximó a gran velocidad y, en cuestión de tres o cuatro segundos, se colocó delante del automóvil. Entonces, luces y motor se apagaron. Me situé como pude a la derecha de la carretera y estacioné a cosa de seis metros del objeto. Tenía la típica forma de «platillo volante»: dos bols unidos por la parte abierta, con una franja luminosa en el centro y una especie de «torreta» en lo más alto. En total, unos nueve metros de ancho por seis de altura. La nave era de un color verde grisáceo luminoso con tres ojos de buey en la «torreta».

    »Me quedé observando, perplejo, y vi cómo aparecían tres patas por la zona inferior. El ovni podía estar a tres o cuatro metros del suelo. Las patas se deslizaron hacia la tierra pero, antes de que la alcanzaran, surgió un gran cilindro, también por la panza del objeto. En el tramo final del cilindro descubrí una abertura cuadrada, como una puerta. En ese momento vi a cuatro personas que salían por dicha abertura. No tuve miedo. Pensé en salir del coche pero, prudentemente, permanecí en el interior, observando. Aquellos seres eran como niños. Ninguno medía más de un metro de altura. Avanzaron hacia el automóvil con movimientos lentos y elegantes, como los submarinistas bajo el agua. Yo estaba muy confuso. Los cuatro vestían igual: buzos de una sola pieza y de color verde brillante. En el pecho lucían tres franjas oscuras verticales; la del centro, más larga…»

Según el testigo, en esos instantes, mientras los pequeños seres se acercaban al coche, por la puerta del cilindro surgió un largo y grueso cable. Reptó hasta el automóvil y se detuvo a unos dos metros de la ventanilla derecha.

«El cable (?) terminaba en una pantalla cuadrada, con una lente blanca, redonda e iluminada. El cable sostenía la pantalla a un metro del suelo. Los «hombrecitos» rodearon el coche y fueron colocando algo extraño, parecido a linternas, en diferentes puntos del vehículo. Los rostros eran como los nuestros, aunque algo más achatados. Las bocas se movían, pero no oí ningún sonido, a excepción de un zumbido, similar al que producen los sistemas de alto voltaje. Después regresaron a la nave. Cable y patas desaparecieron, y el objeto se elevó a gran velocidad y desapareció hacia el suroeste.»

México, verano de 1964

Manuel Garza Rodarte y un compañero se encontraban cazando en las proximidades de Poza Rica de Hidalgo (estado mexicano de Veracruz). A eso de las seis y media de la tarde, cuando caminaban por un cerro, los perros regresaron asustados. Al levantar la vista, tratando de averiguar qué ocurría, descubrieron un disco plateado a unos ochenta metros de distancia y a escasa altura del suelo. La observación fue breve: escasos segundos. En la parte inferior, el objeto lucía una especie de «emblema» en forma de «H». Al cabo de ese tiempo, el ovni se alejó en horizontal. La «H» era grande y oscura, y destacaba sobre el plateado del disco. Según los testigos, ocupaba la totalidad de la panza. 

Isla de Andros (Bahamas), 21 de mayo de 1966

La presente información me fue facilitada inicialmente por mis buenos amigos Willy Smith y Virgilio Sánchez-Ocejo, veteranos investigadores.

Todo empezó hacia las tres de la madrugada en la isla de Andros, una base norteamericana de seguimiento de misiles situada a 250 kilómetros al este de Florida; un lugar de máximo secreto en aquel tiempo. De pronto, uno de los operadores de radar, cuya identidad no ha sido desvelada, observó una extraña luminosidad en el cielo nocturno. Al poco descubrió muy cerca, casi sobre su cabeza, una enorme nave con un símbolo en la parte inferior. Era como una «H». El ovni se encontraba inmóvil sobre un pequeño muelle y proyectaba un haz de luz cónico sobre un perro. El operador consiguió filmar el objeto y también otros dos aparatos que se aproximaron al lugar y que evolucionaron en torno al primero. El técnico llegó a filmar durante ocho minutos. Poco después, los militares confiscaron la película y se llevaron al perro. Dos operadores de una isla cercana declararon que, a esas horas, entre las tres y las cuatro de la madrugada, y durante ocho minutos, las pantallas de radar «quedaron en blanco», y no se registró ninguna imagen. Ambos técnicos fueron trasladados a otra base.

> El operador tomó 350 pies (106 metros) de película. La Marina de Estados Unidos la confiscó ese mismo día 21 de mayo de 1966. Las imágenes, según el técnico, eran perfectas. (Dibujo de J.J. Benítez.)

Años más tarde, por una de esas singulares «casualidades» (?) de la vida, el caso de la isla de Andros terminó por llegar a conocimiento de los investigadores y, finalmente, de la opinión pública. Fue en un programa de televisión, en Florida, cuando el matrimonio Ralph y Judy Blum mostraron en pantalla algunas de las fotografías del ovni captado en San José de Valderas (Madrid). Dichas imágenes habían sido incluidas en un libro de Blum (Beyond Earth: Man’s Contact with UFOS, pp. 122-123), publicado en 1974. En tales fotografías, como se recordará, se observa un objeto con la ya familiar «H» en la panza. Pues bien, como consecuencia de este programa de televisión se recibió una llamada telefónica. El comunicante, que no quiso proporcionar su nombre, solicitó una entrevista con Ralph Blum. Cuando ambos se vieron, el desconocido exclamó: «¡Veo que, por fin, se han publicado mis imágenes!» Blum le hizo ver que aquellas fotos fueron tomadas en 1967 y en España. Fue entonces cuando el informador procedió a contar la historia que acabo de exponer y algo más…

     «… Ese día, 21 de mayo de 1966, teníamos previsto un gran lanzamiento. Allí, en la isla, estaban todos los «jefazos» de Alemania, Inglaterra, etc. Debían asistir a un AZROC, es decir, al lanzamiento de un cohete desde un submarino… Yo me encontraba en la cúpula por pura casualidad. Soy muy metódico, y me gusta preparar las cosas con antelación. Así que me fui para el observatorio y preparé la cámara… El lugar es conocido como Golden Cay, pero, para nosotros, en aquel tiempo, era únicamente el «emplazamiento número cuatro». Había siete emplazamientos… En esos momentos, entre las tres y las cuatro de la madrugada, yo estaba arrodillado, en la cúpula, tratando de organizarme. Había luz lunar. La cúpula se hallaba abierta y yo intentaba aprovechar la escasa claridad y la pequeña luminosidad de las luces laterales. Pero, de pronto, todo se iluminó como si fuera de día. Me asomé a la cúpula y, perplejo, vi aquella cosa… Estaba en posición horizontal, paralela a la cúpula y a cosa de nueve o diez metros, en el extremo del muelle. Allí estaba también Squib, nuestra mascota. Era un perrito muy torpe…

       »Al principio no vi esas marcas que usted me ha mostrado en las fotografías de Valderas, en Madrid. Sólo vi un disco… Puse el teodolito en manual y me preparé para los lanzamientos de las siete de la mañana. El teodolito, como sabe, es un instrumento de seguimiento con una cámara de 35 milímetros. Solamente seguimos misiles y torpedos… Al día siguiente repitieron la prueba y seguimos al SKIPJACK (el submarino atómico) durante dieciséis horas. ¡Dieciséis horas sentado, siguiendo su antena!… Todo se iluminó. Levanté la vista y, como les digo, aquella cosa estaba allí, enfrente de mí. El muelle era de cemento blanco, pero todo aparecía iluminado, incluido el interior de la cúpula y yo mismo. Yo no tenía ni idea de lo que ocurría… Al mirar, vi al perro. Caminaba hacia el extremo del muelle. Al llegar al final quedó como paralizado. No se movía. Fue entonces cuando me decidí a girar la cámara y la puse en manual, filmando. En total rodé unos 106 metros, de los 150 de que constaba la película. Durante ocho minutos el perro siguió inmóvil y sentado. Subía y bajaba la lengua al compás de la respiración. Después se quedó con la lengua colgando… Era muy extraño. El objeto siguió quieto, como clavado en el sitio, y sin prestarme la menor importancia. Sólo les interesaba el perrito. A mí debieron de verme. Tenía las luces encendidas y se oía perfectamente el zumbido del teodolito, al funcionar… Entonces decidí llamar al «emplazamiento uno». Los de comunicaciones me pasaron con seguridad. Yo les dije lo que estaba viendo, pero, prácticamente, me mandaron a paseo. Imagino que me tomaron por un juerguista. Yo, entonces, insistí sobre lo que estaba viendo y lo juré por Dios… Al decides que tenía una película, la cosa cambió. Me dijeron que subiera de nuevo a la torreta y que esperase su llamada por los auriculares. Entonces Rainbow 1 (Arco Iris 1) se comunicó con Rainbow 4 y volvieron a llamarme, anunciándome que enviaban un helicóptero. Debía tener la película preparada…

Un haz de luz partió del objeto principal e incidió sobre el perro. Squib quedó paralizado. A los tres días se lo llevaron en una jaula. (Dibujo de J.J. Benítez.)
»Para cuando se registró esta última llamada, los objetos ya no estaban. Fue al cabo de esos ocho minutos cuando, de pronto, oí un zumbido muy intenso. Entonces llegaron otros dos objetos, algo más pequeños. Se pusieron a los lados del grande y desaparecieron… No me dio tiempo a filmar a estos últimos… Squib echó a correr por el muelle, en dirección a la cúpula, y los tres aparatos se esfumaron. Todos tenían la misma marca en la base: una «H» como la de las fotos de Valderas… Los tres eran exactamente iguales. Del primero, del que permaneció quieto, salió una especie de haz luminoso que fue a incidir directamente sobre el perro. El pobre Squib no se movió. Recuerdo que bajé la cámara y lo filmé también. Era una luz blanca, como la de los faros de aterrizaje de los aviones, pero más potente…

»Hacia las 4.30 horas llegó el helicóptero. El piloto, un tal Dave, estaba muy enfadado por el madrugón. Bajó, recogió la película y se fue. Una hora después, hacia las 5.30, llegó un segundo helicóptero. Preguntaron por mí, me hicieron subir y me trasladaron al «emplazamiento uno». Allí me esperaba otra sorpresa: una reunión con almirantes y jefazos de la aviación, algo que me extrañó mucho, porque Andros era una base exclusivamente de la Armada… Me hicieron toda clase de preguntas y, finalmente, el jefe de la base me dio una orden: «Tienes que olvidar lo que has visto…» La siguiente orden fue que preparase mis cosas. Al cabo de una hora estaría en mi casa… Yo no entendía nada de nada. Me fui directamente a la sala de proyecciones e intenté ver la película. Otras veces, la gente que trabajaba en aquel departamento me habían mostrado las películas sin ningún problema. Pues bien, en esta ocasión no me permitieron ni entrar en la sala…

Hidalgo e isla de Andros, dos avistamientos ovni con la «H» en la panza, anteriores al 1 de junio de 1967.

       »Yo regresé a mi puesto, en el «emplazamiento cuatro», y llamé al «emplazamiento seis». Así supe que el radar del seis también había dejado de funcionar, como le ocurrió al nuestro. Todo sucedió durante la presencia de los tres objetos. Naturalmente, el lanzamiento fue suspendido. Tres días después llegaron los de la Marina y se llevaron al perro y a la totalidad de los animales… Dijeron que tenían enfermedades peligrosas, en especial las cabras… Al pobre Squib lo metieron en una jaula. Nunca más volvimos a verlo. El perro se pasó tres días sin querer comer. Yo, junto con el piloto del helicóptero y los expertos en radar, así como el jefe de la base, fui despedido…

Madrid, 1 de junio de 1967

< Situación de Cuatro Vientos, a escasa distancia del palacio del Marqués de Valderas.

¿De nuevo la «casualidad»? No lo creo. En abril de 1996, las pesquisas sobre los supuestos «ummitas» me llevaron hasta Manuel Rubio, un excelente pintor. Él vivió el famoso avistamiento de San José de Valderas, pero a las 11.15 de la mañana. Ésta es la primera vez que su testimonio sale a la luz pública (casi cuarenta años después). Esto fue lo que me contó: «Por aquel entonces yo trabajaba como delineante en Aeronáutica Industrial, S.A., en Cuatro Vientos, muy cerca de San José de Valderas. Era un jueves. Hacia las once, siguiendo la costumbre, salí de la oficina para tomar un bocadillo. Al regresar, poco más o menos a los quince minutos, lo vi inmóvil, a unos cincuenta o sesenta metros sobre el campo de vuelo. Como puedes imaginar, me quedé perplejo. Era un objeto redondo, de unos diez o doce metros de diámetro, de un color plomizo. Se hallaba inclinado, ofreciendo la panza. Y así se mantuvo todo el tiempo. Esa panza -supongo- se presentaba más oscura, de color plomo, al quedar en la sombra. El perímetro del objeto, en cambio, era brillante. La verdad es que lo contemplé a placer. Calculo que podía estar a medio centenar de metros, aproximadamente, de donde me encontraba. No hacía el menor ruido. Eso me impresionó. Y allí continuó un largo rato. Como mínimo, un cuarto de hora. Después, siempre en silencio, se alejó a una velocidad incalculable. Y lo hizo hacia el poblado de San José de Valderas. Fue visto y no visto. Ningún aparato humano podría desarrollar una velocidad semejante. La base o la panza era lisa. En ningún momento llegué a ver la parte superior, y tampoco la «H» que aparecía en las fotos de la prensa. Al día siguiente, el periódico recogía una información sobre un ovni que había sido visto y fotografiado en las cercanías del castillo de Valderas. En mi opinión, el objeto fotografiado y el que yo vi eran casi idénticos. Lo único que no acerté a observar, como te decía, fue ese extraño símbolo en la panza. Y me alegré de que otros también lo hubieran visto. Como puedes imaginar, cuando lo comenté en la oficina, nadie me creyó. Nunca supe si otros compañeros lo habían visto. Imagino que sí, porque allí trabajaban dos mil personas. Si te digo la verdad, tuve una extraña sensación. Mientras contemplaba el objeto me sentí observado…

»Aquello, sin la menor duda, era algo de otro mundo e inteligentemente manejado.»

                
Manuel Rubio, testigo de la presencia de un ovni el 1 de junio de 1967, pero a las 11.15 horas de la mañana y muy cerca de San José de Valderas (Foto: Blanca Rodríguez.)
«El ovni se mantuvo siempre inclinado y a unos treinta grados sobre el horizonte.» (Foto: Blanca Rodríguez.)
 

Posición del ovni sobre el complejo industrial próximo a Valderas. (Dibujo: Manuel Rubio.)

Cuenca, 1 de junio de 1967

Hacia las cuatro de la tarde, la totalidad del pueblo de Huete, en la provincia de Cuenca (España), pudo observar un objeto similar a un disco, muy brillante y silencioso. Parecía aluminio. Al día siguiente, la prensa de Madrid habló de un objeto que fue visto y fotografiado en San José de Valderas. El caso me fue relatado por el padre dominico Aureliano de la Fuente, testigo directo del avistamiento. Según los investigadores y periodistas, el objeto de Valderas fue visto hacia las 20.20 horas de ese jueves, 1 de junio de 1967; es decir, unas cuatro horas después de la observación desde Huete. El religioso guardó el asunto en secreto durante treinta y dos años.

El padre Aureliano, durante un encuentro, aparentemente casual, en América, con el investigador J.J. Benítez.

San José de Valderas, 1 de junio de 1967

> Emilia García Carrasco, testigo del ovni de San José de Valderas (Madrid).

Las primeras noticias sobre Emilia García Carrasco aparecieron en Un caso perfecto (p. 193 y ss.). En dicho libro (editado en 1969), Emilia hablaba de un objeto, observado hacia las ocho de la tarde y en las proximidades de uno de los castillos de la citada colonia de Valderas, al suroeste de Madrid. Se trataba, en efecto, del célebre 1 de junio, jueves. Posteriormente, que yo sepa, la mujer fue entrevistada por el doctor Jiménez del Oso y por Antonio Luis Moyano. En febrero de 2004 tuve la oportunidad de conversar con ella en su domicilio. Las pa­labras de Emilia fueron prácticamente idénticas a las pronunciadas hacía treinta y seis años. La mujer recordaba muy bien lo ocurrido aquella tarde: «Acababa de cumplir doce años. Los hago el 30 de mayo… Recuerdo que estaba en el colegio, haciendo gimnasia con unas compañeras. Yo, en aquella época, me sentía algo gordita y, por las tardes, aprovechaba para hacer ejercicio… Y a eso de las ocho, cuando oscurecía, salí hacia mi casa, en San José de Valderas. Mis amigas vivían en Alcorcón, y yo, como siempre, regresaba sola, a pie. Entonces vi aquella luz, por encima del pinar. Estaba quieta. Era anaranjada. No oí ningún ruido… Fue algo extraño. ¿Cómo podría explicarle? Yo caminaba decidida hacia mi casa cuando, de pronto, sentí algo raro. Era como si alguien me estuviera observando. Entonces me volví y vi la luz sobre el bosquecillo. Me quedé contemplando aquello durante unos minutos. Estaba asombrada. El objeto tenía una «cosa» como pintada. Parecía una letra china. Después me entró miedo y salí corriendo… Algún tiempo después se presentó en el colegio un señor, con una grabadora. Elena, la directora, fue clase por clase, preguntando si alguien había visto algo raro. Fue entonces cuando lo dije…»

       Al mostrarle una de las imágenes del ovni de Valderas, Emilia asintió. «Es el mismo, y la misma «H», aunque lo que yo vi tenía más luz.» Y me pregunto: si el ovni de San José de Valderas fue un montaje, como asegura Jordán, ¿por qué se molestó en buscar y entrevistar a personas como Emilia García Carrasco?

Camino seguido por Emilia García Carrasco a su salida del colegio de religiosas «Amor de Dios». El ovni se hallaba sobre un pequeño pinar, a unos quinientos metros de la testigo. «Fue como si alguien estuviera observándome.» (Cuaderno de campo de J.J. Benítez.)

San José de Valderas (Madrid), 2 de junio de 1967

      Tuve la fortuna de conocer a Paquita Jiménez en los primeros meses de 2004. Lo observado por esta mujer en la colonia de Valderas ha permanecido inédito durante treinta y siete años. Sólo ahora, y merced a las asombrosas piruetas del Destino, aparece a la luz pública.

     «Fue de madrugada. Entre las dos y las tres. Me encontraba en casa, en compañía de mis tres hijos pequeños. Mi marido se hallaba fuera de Madrid. Nosotros vivíamos entonces en San José de Valderas, en la calle Redondela. Recuerdo que hacía calor y me asomé a la ventana. Era un cuarto piso. Fátima, una de las niñas, estaba mal. Me encontraba haciendo tiempo para darle el antibiótico. Y en eso, acodada en la ventana, observé una luz que se aproximaba por la derecha. Me llamó la atención. Volaba muy bajo. Conforme fue acer­cándose, comprendí que se trataba de algo extraño. No era un avión, ni nada parecido. Mi marido es piloto y estoy acostumbrada a los aviones… Se situó frente a la casa y allí permaneció un tiempo. Era como una gran naranja, cortada por la mitad. Giraba sobre sí mismo y desprendía una luz dorada. También vi otras luces verdes o azuladas. Emitía un sonido sordo y apagado, como el zumbido de un motor. Al girar se distinguían unas líneas. Eran como divisiones verticales… Yo miraba a la calle, tratando de localizar a alguien que confirmara lo que veía. El lugar, sin embargo, estaba desierto. Y seguí observándolo durante algunos segundos. Podía estar a cincuenta metros, más o menos, y a cosa de dos metros del suelo. Pensé que había tomado tierra, aunque no lo puedo asegurar. Siempre lo vi por la parte superior. Siempre estuve por encima del objeto. Después, lentamente, se desplazó hacia la izquierda y desapareció por detrás del edificio. No sentí miedo, aunque hubo un momento en el que noté que estaba siendo observada. Recuerdo que hice un gesto instintivo, echándome un poco hacia atrás. Después me acosté y ya no recordé nada de lo ocurrido No consigo saber qué sucedió. ¿Por qué se me borró de la mente? Fue días más tarde cuando, súbitamente, me vino a la memoria y se lo conté a mi marido. Algún tiempo después, por otro compañero piloto, supimos lo sucedido en las proximidades del castillo del marqués de Valderas. Yo he visto esas fotografías y puedo asegurarle que lo que vi no era igual. Nunca pude ver la parte de abajo y, por tanto, no sé si llevaba ese emblema…»

        

Trayectoria seguida por el ovni y punto de observación de la testigo, en la colonia de San José de Valderas (Madrid).
Paquita Jiménez, otro testigo inédito en el caso Valderas. (Foto: J.J. Benítez)
 

¿Ovni aterrizado en Valderas? El 12 de junio de 1967, la revista italiana Gente (número 28) publicó la siguiente noticia: «Madrid, junio. Un disco volante aterrizó en los alrededores de Madrid y, después de recoger a algunos hombres, volvió a partir a elevadísima velocidad. Así lo han declarado los hermanos Román y José Arribas, que asistieron a la escena ocultos en una espesura de arbustos.» La testigo, Paquita Jiménez, no vio hombres, pero sí una nave muy próxima al suelo. (Ilustración: J.J. Benítez.)

1 de junio de 1967. Varios objetos no identificados, prácticamente idénticos, fueron vistos al suroeste y este de Madrid entre las once de la mañana y las tres de la madrugada del día siguiente.
Canadá y Australia, 23 y 24 de agosto de 1967

Hacia las cuatro de la madrugada, Stanley Moxon conducía su vehículo por la carretera 15, en las cercanías de Joyceville, en Ontario (Canadá). Era el 23 de agosto de 1967. De pronto vio un objeto, «tan grande como una casa», que apareció en el cielo nocturno y se dirigía al campo. «Era muy brillante -aseguró-, con una luz tan intensa que todo, a mi alrededor, se hizo de día.» La nave tomó tierra cerca del automóvil y el joven Moxon vio a tres seres que salieron de la misma. «Me quedé quieto, en el interior del coche, con las luces apagadas, observando muy atento. Jamás había visto una cosa igual. La nave y los seres estaban a unos doscientos o trescientos metros. Eran unas personas pequeñas, de un metro de estatura, aproximadamente. Parecían blancos, con algo en las cabezas, como burbujas. Se dedicaron a recoger plantas y tierra.» Moxon encendió las luces para verlos mejor y, en ese instante, los tripulantes regresaron a la nave. Al poco, el objeto desapareció. Según el testigo, era similar a un bol boca abajo, sustentado por tres patas. Moxon sólo oyó un zumbido.

El hecho fue denunciado a la policía de Smiths Falls. Cuando los agentes acudieron al lugar, hallaron zonas quemadas y tres huellas que correspondían a una presión de cincuenta mil kilos. Moxon fue interrogado por las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos. Los militares le «recomendaron» que no hablara del incidente…

    Al día siguiente, 24, a las 17 horas, un hombre cuya identidad no ha sido revelada se dirigía en moto hacia la ciudad de Melbourne, en Australia, a miles de kilómetros de Canadá. Una luz azulada lo envolvió cuando circulaba a cien kilómetros por hora. El hombre detuvo la motocicleta, se quitó las gafas y, tras frotarse los ojos, descubrió a su izquierda un objeto en forma de disco. Se hallaba a treinta metros de distancia y a poco más de un metro sobre el terreno. Era como dos platos soperos unidos por los filos exteriores, con un diámetro aproximado de diez metros. La mitad superior era plateada, con una cúpula. La inferior era oscura, con un emblema o insignia en la panza, que no llegó a descifrar en su totalidad debido a la curvatura de la nave. Él cree que podría tratarse de una «H». En esos momentos pasó un automóvil pero no pudo detenerlo. Al mirar de nuevo hacia el objeto, descubrió dos figuras, de pie, por delante del disco. Eran humanos. Vestían sendos trajes, muy ajustados, de color plata, que les cubrían del cuello a los tobillos. Sobre las cabezas llevaban unos cascos similares a peceras. Los seres tenían entre 1,50 y 1,60 metros de altura.

       «Nos miramos durante un minuto. Después me decidí a dar un paso hacia ellos. Los dos seres hicieron lo mismo. Seguimos mirándonos en silencio, quizá otro minuto. Entonces, uno de ellos alzó la mano y me saludó. Sentí tanto miedo que salté sobre la moto y escapé. Iba a más de cien millas por hora cuando oí un zumbido. Tuvo que ser muy fuerte para oírlo, entre el ruido de la moto y del viento. Miré hacia atrás y vi de nuevo el objeto. Me seguía a unos treinta metros del suelo y a poco más de cinco o seis de la motocicleta. Aparecía rodeado de un color rosado. Comprendí que no podía escapar, así que me detuve y traté de hallar un lugar donde esconderme. La nave estaba inmóvil. El zumbido había desaparecido. Así permaneció medio minuto, más o menos. Entonces empezó a cambiar de color y pasó del rosa al rojo brillante. Después salió disparada a una enorme velocidad. Puedo asegurar que pasó de cero a cinco o seis mil kilómetros en un instante, sin aceleración… »

Galicia (España), 7 de agosto de 1968

Aunque el presente avistamiento se registró en la tarde-noche del 7 de agosto, la primera noticia apareció el día 12 en el diario Amanecer, de Asturias. Después se difundiría por el resto de España. He aquí un resumen de lo publicado en la prensa: «Un representante de artistas, residente en Barcelona y que recorre actualmente Asturias, afirma haber visto un misterioso objeto volante cuando, en unión de un conjun­to musical, hacía un recorrido entre las villas gallegas de Betanzos y Villalba. Don Pedro Pablo Barrios dice: «Ocurrió el pasado día 7, precisamente al entrar en un tramo de la carretera que no está asfaltado. Pude ver claramente cómo un objeto lleno de luz comenzaba a elevarse y a girar sobre nuestro vehículo para tomar la dirección que nosotros llevábamos.»

»El señor Barrios insiste en que estuvo a punto de no contar nada de esto porque estaba seguro de que muy pocos lo iban a creer. «Sin embargo a mí se me puede dar el mismo crédito que se da a todas esas gentes que en otras partes del mundo afirman haber visto platillos volantes.»

»Afirma el testigo que pudo ver perfectamente el vehículo y, para describirlo, dice que tenía la misma forma que tienen los platillos volantes, de los que ya se ha hablado en reiteradas ocasiones: «Pude distinguir -dice- perfectamente un signo que llevaba en la parte baja, muy parecido a una ‘H’ mayúscula. De la parte lateral salía una especie de antena que entraba y salía en el aparato. Iba rodeado de una luz vivísima y al cabo de unos segundos se elevó y desapareció.»

          

Pedro Pablo Barrios, en 1968. (Cortesía de las familias Barrios-Montes.)
Trece meses después del célebre ovni de San José de Valderas, otros testigos vieron un disco con un «H» en la base cuando circulaban por Galicia. (Cuaderno de campo de J.J. Benítez)
      »El señor Barrios afirma también que muy próximo al lugar de donde salió el «ovni» había un labrador con un carro de bueyes, y unos metros más allá, unas mujeres que al ver el artefacto volante se arrojaron al suelo. «Durante esos kilómetros en que fue volando a baja altura, fue mucha gente la que pudo darse cuenta de su presencia. Digo todo esto para que sirva de aval a mi declaración» (Cifra).»

Treinta y cinco años después de aquel encuentro, Pedro Pablo Barrios me concedió una entrevista, rememorando lo sucedido. Sus palabras, como en el caso de los anteriores testigos, fueron similares a las pronunciadas en 1968. Barrios recordaba la nave y, en especial, la «H con tres patas», como él la describe. El objeto se aproximó al automóvil en dos ocasiones. Por uno de los costados se apreciaba algo parecido a una antena. También vio dos pilotos luminosos en los extremos del disco. Durante unos minutos detuvo el coche en el filo de la carretera, observando el objeto. Era totalmente silencioso. «Fueron unos momentos terribles. La sensación fue de impo­tencia. Después, al alejarse, otros vehículos pararon y comentaron lo que habían visto…»

Al mostrarle las fotografías del ovni de Valderas, Pedro Pablo Barrios reconoció que era el mismo objeto y la misma «marca» o símbolo en la «panza». «No sabría decirle si estaba pintada, aunque destacaba con claridad.»

A raíz de este avistamiento, el señor Barrios fue testigo también de otros «acontecimientos» a los que me referiré en su momento (espero). 

San Vicente del Raspeig (Alicante), 27 de mayo de 1977

El protagonista principal de la presente historia fue Luis Jiménez Marhuenda, escritor, guionista, técnico de programación de radio y televisión y ex director de Radio Santa Isabel de Fernando Póo y de Radio Ecuatorial Bata. Luis fue otro de los receptores de los supuestos escritos «ummitas». En la fecha señalada (mayo de 1977), Jiménez Marhuenda dirigía y presentaba en La Voz de Alicante un programa sobre ovnis y misterios en general: «A media voz.»

El día 25 de mayo del citado año, Luis recibió en su domicilio, en la calle San Juan, en San Vicente, una carta matasellada en Correos de Alicante. No presentaba remitente. Estaba escrita a máquina y decía textualmente:

Señor Jiménez: Le ordenamos que deje de interferir en nuestras relaciones con los habitantes de su planeta, no sabemos si usted es consciente del daño que está haciendo.

Como prueba de nuestra presencia, le ofreceremos una señal luminosa en el cielo, que podrá comprobar desde su propio domicilio en la medianoche del próximo 27 de mayo.

    Si posteriormente no se retracta de sus declaraciones, nos veremos obligados a estudiar «su caso».

    10.0100.10

< Luis Jiménez Marhuenda (izquierda), junto a Rafael Farriols, en el congreso sobre «Ummo», celebrado en Alicante en marzo de 1980. (Foto: J.J. Benítez)

Como es natural, el periodista lo consideró una broma. Tuve la fortuna de conocer a Luis, y creo no equivocarme cuando afirmo que era una persona respetuosa con todo y con todos. Difícilmente podía haber lastimado a nadie, y mucho menos públicamente. Aun así, Jiménez Marhuenda revisó sus programas de radio, tratando de averiguar dónde había estado el fallo. «Algo, quizá, molestó al anónimo remitente de la carta.» Efectivamente, Luis no encontró nada ofensivo. Como única y remota posibilidad aparecía el hecho de comentar y difundir en las ondas el fenómeno de los «no identificados». Como es bien sabido, hay mentes obtusas que, amén de negar por negar, cocean cuando alguien plantea la realidad extraterrestre. «Recuerdo que, semanas antes de ese 25 de mayo, en una de las emisiones de mi programa, sugerí una nueva alerta ovni, tal y como habíamos llevado a cabo en noviembre de 1975. ¿Fue esta idea la que pudo molestar al anónimo comunicante?» En aquella oportunidad, como insinuaba Luis, el programa «A media voz» llevó a cabo una experiencia de intento de contacto con ovnis que resultó un éxito indiscutible. Pues bien, al poco de comentar en la radio la posibilidad de este segundo intento de conexión con los tripulantes de los ovnis, Jiménez Marhuenda recibió la mencionada carta.

Sea como fuere, y aunque la misiva de marras no parecía trigo limpio, el periodista puso el asunto en conocimiento de algunos de sus amigos más íntimos. Todos estimaron que no se perdía nada por estar atentos esa noche del 27 de mayo, viernes. Y así fue. Un total de once personas se reunieron en el domicilio de Jiménez Marhuenda, en San Vicente del Raspeig. En mi poder se encuentran las identidades de todos ellos, aunque no considero oportuno darlas a conocer, de momento. Y a las doce de la noche apareció en el cielo un objeto color fuego que cruzó el firmamento de este a oeste. El ovni, totalmente silencioso, permaneció a la vista de los asombrados testigos por espacio de cuarenta segundos, aproximadamente. Había luna y algunas nubes, que se desplazaban de norte a sur. Al día siguiente, el diario Información de Alicante informaba sobre un extraño objeto que fue visto por numerosos testigos, justamente en la zona de San Vicente. Uno de ellos, encargado de una gasolinera, declaró haber observado una intensa luz cerca del suelo. Cuando los investigadores llegaron a la zona se encontraron con un círculo de tierra quemada, de unos seis metros de diámetro. Aunque en la hierba y la tierra no se detectó radiactividad, los dedos de Luis, con los que había tomado las muestras, sufrieron una alteración dermatológica, similar a una quemadura.

Primera página del diario Información de Alicante, con la noticia del ovni sobre San Vicente del Raspeig.
Sevilla (España), noviembre o diciembre de 1977

A finales del mes de noviembre o principios de diciembre (fecha no determinada) del año 1977, cuatro estudiantes universitarios, cuyas identidades no han sido reveladas, vivieron la siguiente experiencia: hacia las doce de la noche se reunieron en un paraje que recibe el nombre de «El Gandul», a diez kilómetros, aproximadamente, de la ciudad de Sevilla. Como tenían por costumbre (así venían haciéndolo desde el verano anterior), los jóvenes echaron mano del «tablero» o güija (1) e intentaron establecer comunicación con algún tipo de entidad no humana. Según Juan Trigo, el investigador que interrogó a los universitarios por primera vez, fue esa noche cuando, al parecer, el contacto tuvo «éxito» (?). De pronto, en una de las concentraciones, observaron cómo un objeto luminoso se acercaba hasta el grupo y se detenía a unos veinte metros por encima de sus cabezas. El objeto tenía forma de plato invertido, con un dibujo o emblema en la parte inferior: una especie de «X» (ninguno de los testigos tenía relación con el asunto «Ummo»). El ovni dirigió hacia ellos un potente haz luminoso, al tiempo que se incrementaba la temperatura ambiente. Los cuatro estudiantes, aterrorizados, regresaron al automóvil y trataron de huir de la zona. Fruto del nerviosismo, el coche se les caló, y los asustados testigos optaron por permanecer en el interior del vehículo, contemplando la nave durante algunos minutos. Al observar que no se movía, los muchachos salieron del coche y comenzaron a interpelar al ovni con grandes voces. El resultado fue negativo: el objeto siguió inmóvil sobre el lugar. Cansados de gritar, recurrieron de nuevo a la güija y preguntaron por la identidad y las intenciones de los posibles tripulantes de aquella nave. Entre otras, al parecer, recibieron las siguientes respuestas: «… No tengáis miedo… No os haremos daño… Nuestro origen no es terrestre… Operamos en una base cercana… La nave que hemos situado sobre vosotros no está tripulada, sino teledirigida… Nuestra estatura es de treinta centímetros… Tenemos una forma física que no os agradaría contemplar y que, tal vez, os repugnaría… Nuestro tiempo es distinto del vuestro… Si lo deseáis, podéis subir a nuestro aparato y realizar un viaje con él… Os damos toda clase de garantías físicas y morales de que no sufriréis daño alguno…»

    (1) La güija consiste en un juego, o supuesto juego, en el que los participantes pretenden conectar con espíritus o seres no humanos mediante el movimiento de un vaso sobre un tablero en el que aparece el abecedario.

   

> Los estudiantes sevillanos de medicina, biología, filosofía y filología vieron un objeto de unos nueve metros de diámetro con una especie de «X» en la base. En el lugar existen dólmenes prehistóricos y diferentes instalaciones militares.

Sevilla (España), febrero de 1978

El presente caso fue investigado, en su momento, por Joaquín Mateo Nogales y Manuel Filpo, de Gerena (Sevilla).

Ocurrió hacia febrero de 1978. Uno de los testigos -Fernando Peralías Vallejo- era pariente de mi buen amigo Joaquín Mateo. Peralías falleció el 13 de enero de 1997 a los setenta y cuatro años de edad. Tanto Joaquín Mateo como Manolo Filpo escucharon a Fernando en diferentes oportunidades. «Siempre lo contaba igual…»

Cuaderno de campo de J.J. Benítez, con anotaciones y dibujos sobre el caso de Sevilla (febrero de 1978.)

Sucedió hacia las diez de la mañana, cuando Peralías Vallejo trabajaba en Dragados y Construcciones, en la ciudad de Sevilla. Era la hora del desayuno. Peralías se hallaba en compañía de otros obreros. En esos instantes vieron en el cielo un disco iluminado que se precipitó hacia tierra a gran velocidad. De pronto, el objeto se quedó quieto, a cosa de sesenta u ochenta metros del suelo y a unos cien del lugar donde se encontraban los sorprendidos testigos. El disco permaneció inmóvil durante algunos segundos. Después ascendió a idén­tica velocidad. Según el testigo, el objeto lucía en la panza una especie de signo: dos uves unidas por el vértice, parecido al famoso «emblema» (?) de «Ummo».

> Fernando Peralías Vallejo, uno de los testigos del ovni con la «doble uve» en la panza.

     Este «emblema», que guarda una cierta semejanza con el del Gandul, me recuerda otros hechos registrados en la ciudad de Roma, aunque en años anteriores. El asunto fue investigado por el prestigioso diplomático Alberto Perego. He aquí una síntesis de lo ocurrido en aquel lejano 1954 sobre el Vaticano: «… Hasta agosto de 1954 -escribió Perego-, cuando oía historias de «platillos volantes», pensaba que eran naves de las grandes potencias y compartía la opinión de los astrónomos de que cualquier hipótesis sobre la posibilidad de vuelos interplanetarios era absurda. Durante agosto y setiembre de 1954, los periódicos italianos publicaron numerosas noticias sobre «visitas» masivas de ovnis a Francia, incluyendo relatos de muchos aterrizajes. El 17 de setiembre, un objeto en forma de puro apareció y permaneció estacionario durante unos minutos sobre Roma, y fue visto por miles de testigos. Ya en octubre, la «oleada» había pasado de Francia a Italia. En ese mes, la prensa italiana publicó no menos de doscientos avistamientos y unos diecinueve aterrizajes por todo el territorio italiano. Y el 11 de noviembre, la United Press dijo que se habían producido cuatrocientos informes sobre ovnis en Italia durante los últimos ochenta días. En Roma, miles de testigos discutían sobre lo que habían visto o acudían a los medios informativos con sus historias, pero los periódicos ya comenzaban a aburrirse y, finalmente, muchos testigos decidieron que era mejor quedarse callados. Pero el acontecimiento más asombroso estaba aún por suceder. A la una de la tarde del 30 de octubre, cuando iba conduciendo mi coche y pasaba por la iglesia de Santa Maria Maggiore de Roma, observé que había unas cien personas mirando hacia el cielo. Me detuve y miré, y vi dos pequeños puntos blancos moviéndose en dirección sur. Luego desaparecieron en direcciones contrarias, y luego éstos (u otros dos) volvieron a aparecer y comenzaron a moverse hacia el norte. Estos objetos me parecieron naves aéreas que volaban a unos dos mil metros de altura. El fenómeno me impresionó mucho, especialmente porque no hacían ruido alguno. ¿Era éste, acaso, un nuevo tipo de nave? En ese caso, ¿de dónde procedían y por qué volaban sobre Roma? Al día siguiente, los periódicos romanos publicaron la noticia (31 de octubre). Ahora voy a relatar los sucesos espectaculares que tuvieron lugar el 6 y el 7 de noviembre, y de los que la prensa no hizo mención alguna. El 6 de noviembre, a eso de las 10.45 de la mañana, yo estaba en el distrito Tuscolano, de Roma, cuando volví a ver los dos «puntos blancos». Muchas personas en torno a mí también los habían visto. Me subí a la azotea de una fábrica para tener una mejor vista del cielo, y permanecí allí, con muchas otras personas, hasta la una del mediodía, observando el espectáculo más sorprendente que había visto jamás. Cito mis notas: «Noviembre, 6 (1954). Hoy, entre las once de la mañana y la una del mediodía, sobre el cielo de Roma han sobrevolado docenas de vehículos aéreos a una altura de entre siete mil y ocho mil metros. Se movían a distintas velocidades, que a veces parecían alcanzar 1.200 o 1.400 kilómetros por hora. Los aparatos se veían como puntos blancos que, a veces, dejaban un rastro corto blanco. Primero calculé unos cincuenta, pero luego comprendí que eran, por lo menos, cien. A veces volaban por separado, en parejas o en grupos de tres, cuatro, siete o doce. Frecuentemente volaban en formaciones de cuatro, formando el contorno de un diamante, o en formaciones de siete, formando una ‘V’. A veces viajaban en fila o formando curvas, o avanzaban formando un gran ángulo obtuso. A mediodía, una formación de veinte aparatos apareció por el este, volando hacia Ostia, y casi inmediatamente después vi otra formación similar que venía de la dirección opuesta, esto es, desde Ostia. Los dos escuadrones, formados como una ‘V’, volaron uno hacia otro hasta que los vértices de sus ángulos se unieron, formando una cruz de San Andrés perfecta de cuarenta naves (diez en cada brazo). Esto ocurrió entre siete y ocho mil metros sobre el distrito Trastevere-Monte Mario de Roma y, posteriormente, sobre la propia Ciudad del Vaticano. A continuación, la ‘cruz’ entera hizo un giro sobre su eje y se convirtió en una ‘X’. La formación se mantuvo durante un minuto y luego se rompió formando dos curvas serpentinas que se alejaron en direcciones opuestas. Toda la operación duró unos tres minutos. Después vi una gran sombra azulada y comprendí que era otra concentración de objetos, en grupos de cuatro, siete y doce. Esta vez pude contarlos mejor: sumaban más de cien.

Decenas de ovnis formaron misteriosas figuras sobre la ciudad de Roma en 1954. Tres de ellas eran similares a la «H» o «X» de «Ummo.»

     »Me sentía fascinado, pero también con cierta angustia, consciente de estar presenciando algo realmente grandioso. Estos escuadrones de naves poseían claramente una potencia nueva y revolucionaria, muy superior a nuestras naves y armas convencionales. Pero ¿a quién pertenecían? En ese m­mento vi que del cielo descendía un material filamentoso, extraño y luminoso, que ahora se conoce como ‘cabello de ángel’. Pude coger un puñado del mismo. Se parecía, a los filamentos de los árboles de Navidad, pero más finos y mucho más largos. Era diferente de los filamentos usados en la última guerra por los bombarderos norteamericanos para obstruir el radar enemigo. No era material plateado, sino de una sustancia más bien ‘cristalina’ que se evaporó al cabo de unas horas.»

Sevilla, octubre de 1978

Un joven de esta ciudad, que responde a las iniciales F. C., regresaba a su domicilio después de haber dejado a su novia en el portal de la casa. Eran las 23.15 horas. El muchacho tomó el camino habitual, hacia La Barqueta, con el río Guadalquivir a su izquierda. Cuando había caminado unos diez o quince minutos, observó una luz, al parecer, en el interior del agua. Después vio un objeto de gran tamaño que salía del río. En la panza presentaba un «emblema»: algo similar a una «H». No sabe cómo llegó hasta su casa. Esa noche -según la familia-, F.C., muy alterado, empezó a hablar en sueños sobre «Ummo», algo que nadie comprendía.

Varsovia (Polonia), 22 de mayo de 1979

Hacia las diez de la noche, un ciudadano que prefiere permanecer en el anonimato y al que llamaremos W. R. se dirigía desde su domicilio hacia un parque próximo. Su intención era tomar un café en un bar situado en Piastow. La noche era limpia y fresca. W. R. caminaba rápido cuando, de pronto, a corta distancia, sobre el sendero, descubrió tres luces. Al instante se percató de que aquellas luces procedían, en realidad, de un objeto más grande, con forma de pastilla de hockey y de unos tres metros de diámetro. El singular objeto flotaba en silencio a pocos centímetros sobre el camino, emitiendo dos rayos de luz por la cara superior y un tercer haz luminoso de unos quince centímetros por la parte inferior.

La nave, según F.C., podía medir unos diez metros de diámetro.

Nave observada sobre el río Guadalquivir, en Sevilla, en 1978. Ovni dibujado por el testigo en el cuaderno de campo de J.J. Benítez.

Nunca se explicó por qué, pero W. R. continuó por el sendero, aproximándose al «disco de hockey». Al llegar a tres metros se detuvo. Entonces dio comienzo la extraña «secuencia». En el lateral aparecieron unas figuras geométricas de color verde, que emitían luz de forma intermitente: cuadrados, círculos, triángulos y trapecios. Después se presentaron otras luces rojas en la parte superior y se formó una «H» sobre la totalidad de dicha superficie. Acto seguido, el objeto emitió una luz blanco-azulada y el testigo experimentó una intensa sensación de calor, así como quemaduras en el rostro. Asustado, W. R. dio media vuelta y huyó del parque.

      A la mañana siguiente, cuando despertó, notó una fuerte presión en la cabeza. Días después tuvo que ser atendido de quemaduras en la cara y de pequeñas infecciones. Los médicos no supieron explicar el origen de las lesiones. W. R., según el investigador Krzysztof Piechota, sufrió tal conmoción con aquel suceso que se negó a volver a comentar lo ocurrido. Al mostrarle las fotografías del ovni de San José de Valderas, el testigo reconoció el «emblema» que aparece en la base de la nave como el mismo signo que vio en la cara superior del objeto que flotaba sobre el parque.

En la cara superior del disco apareció una «H», similar al «emblema» o signo del ovni de San José de Valderas, en Madrid.

Alicante (España), 26 de abril de 1980

A finales de marzo de 1980 tuve la oportunidad de asistir a un congreso nacional sobre el asunto «Ummo». Al acto, celebrado en el hotel Babieca, próximo a la ciudad de Alicante, acudieron estudiosos y seguidores del polémico tema. Se trataba de conmemorar el treinta aniversario de la llegada a la Tierra de los supuestos extraterrestres (1). A estas reuniones, como digo, llegaron decenas de curiosos y varios de los más destacados receptores de las célebres cartas «ummitas». Entre los primeros (simples interesados en el fenómeno «Ummo») se hallaba una mujer: María Antonia Segura. Meses antes, en su domicilio, en Barcelona, María Antonia había formulado una muy poco frecuente petición. Durante la noche, y en la soledad de su dormitorio, conocedora desde hacía tiempo de los informes «ummitas», pidió mentalmente que -si existían- se pusieran en contacto con ella. «No recuerdo bien si fue durante una concentración mental o mientras leía una de las cartas. La cuestión es que formulé la petición. Lo hice mentalmente. Y pedí que respondieran con el seudónimo MAS (iniciales de María Antonia Segura). De este asunto no dije nada a nadie.»

(1) Según reza en los informes mecanografiados, los «ummitas» procederian de un planeta llamado «Ummo», situado a unos catorce años luz de nuestro sistema solar. Su descenso a la Tierra, según dichas cartas, se produjo el 28 de marzo de 1950, en el Departamento de los Bajos Alpes, en Francia. Concretamente, a unos ocho kilómetros de la localidad de La Javie. A partir de ese día, los «ummitas» fueron estudiando a la raza humana, extendiéndose progresivamente por todos los continentes. En los citados informes, los «ummitas» describen sus peripecias a lo largo de esos años y cómo decidieron establecer comunicación con determinados ciudadanos (los receptores de las cartas).

            

María Antonia Segura («MAS»).
P. José María Pilón. Merced a su investigación, fue posible averiguar quién era María Antonia Más. (Foto: J.J. Benítez.)
Un mes después del congreso, con fecha 26 de abril, mi buen amigo Luis Jiménez Marhuenda recibía otra carta firmada por los «ummitas». En total, casi nueve folios. Al final, como despedida, los supuestos extraterrestres formulaban un saludo a varios ciudadanos españoles entre los que se encontraba una tal María Antonia Más…

Durante algún tiempo, los expertos en «Ummo» se rompieron la cabeza, tratando de averiguar quién era aquella mujer. Nadie la conocía. Era la primera vez que los «ummitas» la mencionaban. Y así hubieran continuado las cosas de no haber sido por la oportuna intervención de José María Pilón, jesuita, también mencionado en esa misma carta. «Me hallaba en el hospital Clínico, acompañando a María Antonia. Creo recordar que habían operado a un tío suyo. Le mencioné el asunto de Más y se quedó lívida. Escuchó una grabación de Rafael Farriols en la que daba lectura a la referida carta y, como digo, palideció. Entonces me contó su petición, meses atrás. Nunca hemos podido explicarlo. María Antonia lo hizo mentalmente…»

   

Principio y final de la carta «ummita» enviada a Luis Jiménez Marhuenda. Entre las personas citadas aparece María Antonia Más.
Así empieza la carta «ummita» recibida por Farriols. (Archivo de Rafael Farriols.)
Algo similar le sucedió a Rafael Farriols, uno de los ciudadanos españoles que ha reunido mayor documentación sobre el misterio de «Ummo». Así me lo ha contado en diferentes oportunidades: «En agosto de 1996 recibí una nueva carta «ummita». En ella, entre otras cosas, me comunicaban algo que, en un primer momento, no acerté a entender. Pedían que hablara en un tono superior a los diecisiete decibelios… Después caí en la cuenta. En una carta anterior, los «ummitas» me anunciaban que podía plantearles -de viva voz- cuantas preguntas considerase oportuno. Y así lo hice. Me encerré en mi estudio y susurré algunas cuestiones. Lo hice hacia las dos de la madrugada y mientras caminaba en círculos. Como puedes suponer, me hallaba solo. Yo pensaba las preguntas y, acto seguido, las susurraba…»

Pues bien, con fecha 26 de agosto (1996), Farriols recibió la mencionada misiva en la que le advertían que elevara el tono de voz por encima de los diecisiete decibelios. ¿Cómo era posible?

Rafael Farriols (izquierda) y J.J. Benítez durante el congreso homenaje a la memoria del desaparecido Andreas Faber Kaiser, en Barcelona.
     Fue en este congreso nacional sobre «Ummo», en Alicante, donde conocí otro caso que me llamó la atención. El testigo principal, cuya identidad no estoy autorizado a desvelar, me contó lo siguiente: ocurrió en Algeciras, hacía tiempo (no recordaba la fecha con precisión). Se hallaba en su domicilio y, de pronto, se produjo un corte en el suministro eléctrico. Al asomarse a la ventana comprobó que el apagón había sido g­neral, toda Algeciras estaba a oscuras. Al otro lado de la calle vio un objeto posado en tierra y, por delante del disco, una criatura de pequeña estatura que avanzaba hacia el domicilio del testigo. Un vehículo que acertó a cruzar por el lugar en esos instantes se quedó sin luces. El ser vestía un uniforme de color verde con un símbolo en el pecho. Algo parecido a una «H». La cabeza resplandecía. Era como si llevara un casco (una especie de pecera), pero no pudo asegurado. No tenía o no vio cabello. Los ojos eran grandes y alargados, del tamaño de sardinas. En un primer momento creyó que llevaba gafas oscuras. El «hombrecito», de un metro, aproximadamente, portaba botas altas de color blanco. Caminaba como si flotase, aunque tocaba el suelo; un movimiento similar a los astronautas en el espacio. El testigo observó también un cinturón ancho con dos luces rojas en la parte de atrás (a la altura de los riñones). Parecían pilotos. Por delante, en la zona de la hebilla, salía un haz de luz blanca. La observación se prolongó durante diez o quince minutos. Después, el ser regresó al objeto y la ciudad recobró la normalidad.

El ser lucía un símbolo -una especie de «H»- sobre el pecho. (Dibujo: J.J. Benítez, según las indicaciones del testigo.)

«El hombrecito cruzó la calle como si flotase. Toda Algeciras se quedó sin luz», declaró el testigo. (Foto: J.J. Benítez.)

Algeciras (España), 20 de diciembre de 1980

El presente caso fue descubierto por el veterano investigador Andrés Gómez Serrano. Yo me limité a interrogar a los policías por segunda vez. He aquí una síntesis de lo ocurrido aquel 20 de diciembre de 1980: «Nos hallábamos de servicio en el interior del vehículo, aparcado frente al colegio nacional Puerta del Mar. Serían las 23.50 horas. Estábamos escuchando «Hora 25», de la Cadena Ser, cuando, de pronto, vimos aparecer un objeto circular por la parte superior del parabrisas. Era un disco de un color amarillo brillante, muy grande. Se desplazaba de oeste a este, en dirección a Gibraltar. Detrás se movían otros objetos más pequeños que terminaron incorporándose al grande. Cuando se alejaron, hicimos ademán de salir del coche, pero, al intentar abrir las puertas, aquel disco regresó y se colocó sobre nuestra vertical. Era grande y silencioso. Entonces distinguimos «aquello» en la panza: una especie de símbolo, que nos recordó el distintivo del cambio de marchas en las palancas de los vehículos. Se clareaba perfectamente sobre el fondo naranja de la base. Por último, ante nuestra sorpresa, volvió a alejarse a gran velocidad y en la misma dirección: hacia Gibraltar. Minutos más tarde, la radio anunció otros avistamientos ovni en La Coruña y en Córdoba. A las 23.30 horas, un vecino de San Fernando, en Cádiz, vio lo mismo que habíamos observado nosotros a las 23.50…»

      Los testigos redactaron un parte oficial.

El extraño símbolo que presentaba en la panza el ovni observado en Algeciras en la noche del 20 de diciembre de 1980.

Algeciras (España), 24 de diciembre de 1980

Cuatro días después -a las 22.00 horas del 24 de diciembre-­ se registraba en las afueras de la mencionada ciudad de Algeciras un segundo caso ovni. Los testigos fueron otros tres policías y numerosos vecinos de El Cobre. Esto fue lo recogido por Gómez Serrano en aquella ocasión: «El tiempo era bueno. Cielo despejado, viento de poniente y la luna en fase creciente. De pronto, sobre la vertical del quemadero del Cobre-Botafuegos, apareció un objeto. Se hallaba quieto y no hacía ruido. En la parte inferior -en la panza- se distinguía algo luminoso, en forma de «H», Tenía un color rojo-anaranjado muy intenso. Lo vimos muchas personas y durante mucho tiempo: más de cuarenta minutos. Después salió disparado hacia Málaga, también sin ruido. Al alejarse dejó una estela, igual que la de los reactores, pero de un color amarillento, parecido al oro viejo. El «humo», o lo que fuera, tardó más de veinte minutos en disiparse.»

El ovni observado en las afueras de Algeciras el 24 de diciembre de 1980 lucía una «H» en su base. (Dibujo: Andrés Gómez Serrano, según las indicaciones de los testigos.)
Vitoria (España), 29 de mayo de 1983

Éste, probablemente, fue uno de los primeros casos ovni investigados por Iker Jiménez. Iker, entonces, era un niño, y también los testigos. Esto fue lo publicado en su momento: «Entre la multitud de colegiales que acababan su jornada diaria en el colegio Marianistas de la capital alavesa se encontraban Héctor Arana y Sebastián Izquierdo. Con apenas diez años de edad, los muchachos vivían en el mismo edificio si­tuado a las afueras de la ciudad, todos los días iniciaban juntos el regreso. Aquella tarde, espléndida, caminando entre unas escombreras, observaron un punto luminoso que descendía muy próximo a las llamadas Campas de Olárizu (proximidades de Vitoria).

»Junto al montículo más alto, donde hay instalada una gran cruz de piedra, se percibía nítidamente un objeto semejante a un huevo, blanquecino y que parecía flotar balanceándose como una hoja muerta (distancia al ovni: unos tres kilómetros).

Vitoria. El objeto mostraba un extraño símbolo en color rojo.

Héctor Arana, en la actualidad. (Foto: J.J. Benítez.)

    »Con nerviosismo, los dos colegiales se apartaron de la ruta habitual hacia el hogar, para adentrarse en una senda que conduce a las campas. Tras caminar unos cien metros se percataron de que el ovni aún seguía en el lugar. Cada vez más bajo y trazando círculos en torno al montículo. En lo que parecía ser su fuselaje, distinguieron un símbolo pintado en rojo. «Era como una cruz qué terminaba en cada extremo en una semicircunferencia», declaró uno de los testigos.

»La visión de esa extraña «letra» los llenó de temor y, juntos, casi a trompicones, descendieron por la senda hasta llegar al edificio donde vivían, en la capital alavesa.

»Desde la azotea y junto a sus familiares, aún pudieron observar algo parecido «a una estrella o lucero» que se esfumó repentinamente cuando todavía no había anochecido.»

Teruel (España), julio de 1985

De los avistamientos ovni con la célebre y ya familiar «H» en la panza, quizá uno de los más completos e intrigantes fue el ocurrido en julio de 1985 en los cielos españoles. La calidad profesional de los testigos -toda una tripulación de la compañía lberia- no deja lugar a dudas. El comandante de aquel 727, Carlos García Rodrigo, un experimentado piloto, con dieciséis mil horas de vuelo y cinco años en las Fuerzas Aéreas, me relató así el encuentro: «Era una mañana preciosa. Cielo azul, sin una sola nube. Hacíamos un puente aéreo Barcelona-Madrid. Fue el IB-1331 Volábamos relajados, sin ninguna preocupación. Altitud establecida: 29.000 pies. Y a eso de las 13.45 horas, sobre Maella (Teruel), en la lejanía y a unos quince grados por encima de la visual, apareció algo similar a una lenteja. Tenía un color titanio.

»»Ahí viene un colega», le dije al segundo. Y seguimos charlando sin darle mayor importancia, aunque pendientes, claro está, del supuesto tráfico. Y el «colega» siguió acercándose. Mejor dicho, nosotros a él…

»Pero aquello no era un avión. La «lenteja» fue tomando una clara forma esférica. «Eso no es un avión -comenté de nuevo-. Eso debe de ser un globo sonda.» Y empezamos a prestarle toda nuestra atención. Entonces, conforme nos fuimos acercando, vimos con claridad que «aquello» era esférico. Totalmente esférico y de un color algo más oscuro que el aluminio. Como te decía, similar al titanio.

     »»Eso es un globo -insistí-. ¡Qué curioso!»

     »Y decidí comunicado al Control Barcelona. La verdad es que era enorme y podía constituir un riesgo potencial para la navegación.

     »-Barcelona, ¿tiene usted algo reportado…?

     »Dimos la posición y Control Barcelona respondió:

     »-Negativo… No tenemos nada.

     »»Aquello» se encontraba muy alto. Calculamos unos veinticinco mil o treinta mil metros. Dado que volábamos sobre Maella, Barcelona nos aconsejó que lo notificáramos a Control Madrid. Y así lo hicimos.

     »-Negativo -replicó Madrid-, no tenemos nada reportado.

     »-¿Usted me tiene en el radar?

     »-Afirmativo.

     »-Y más alto, delante de mí, en el primario, ¿capta algo en pantalla?

     »-No, no tengo nada…

     »Era extraño. Madrid debería haberlo registrado. Mi avión aparecía en el radar.

     »-Llame usted a los militares -insinuó Madrid- y que rastreen la zona…

 »Nos comunicamos entonces con Zaragoza y les advertimos de la presencia de aquel objeto. Total, que nos fuimos aproximando y «aquello» siguió «creciendo y creciendo»…

»En mi opinión, se hallaba estacionario o casi. En esos momentos se presentaba como una gran pelota metálica. Como podrás imaginar, el ambiente en cabina se fue caldeando. «Aquello» no era normal. Y descubrimos que no era un globo sonda. Carecía del típico instrumental que suele colgar de esos artefactos. Pero, entonces, ¿qué era?

      »Llamé de nuevo al radar militar de Calatayud («Siesta»), pero la respuesta fue igualmente negativa. No tenían nada en pantalla. En eso, entró en la frecuencia otro colega: un avión que volaba de Valencia a Madrid. Y comunicó: «Afirmativo. Nosotros también lo vemos. Tenéis un objeto ahí arriba… Lo tengo a la vista y le confirmo que no es un globo sonda.»

      »¡Impresionante! ¡Aquello era impresionante!

La esfera podía tener 376 metros de diámetro.

      »Entonces decidí llamar al resto de los tripulantes. Todos pasaron por cabina, confirmando nuestras impresiones: «Era una esfera…, no tenía alas ni timón…, era enorme…, color oscuro…» En total, nueve testigos.

     »Enorme, sí, como tres o cuatro veces un Jumbo. Y nos fuimos deslizando por debajo de aquella «cosa». Permanecía quieta, majestuosa. El sol, en el cenit (eran las doce, hora solar), iluminaba el casquete superior de la esfera. El inferior, obviamente, aparecía más oscuro. Y nos colocamos bajo «aquello». Como te digo, nos impresionó. El diámetro era gigantesco. Al recordado se me pone la carne de gallina. Llamamos nuevamente a Madrid y a los militares. Confirmamos la posición y les anunciamos que lo teníamos en nuestra vertical. Respuesta negativa. El objeto seguía sin ser detectado en los radares…

»Fue un espectáculo. Conforme pasábamos por debajo, todos lo contemplamos por las trampillas superiores de la cabina. Y la tensión se multiplicó al descubrir aquel signo en la parte inferior de la esfera. Ya no tuvimos duda. «Aquello» era algo anormal. En la panza, por llamado así, apareció una especie de «H», con otro palo vertical en el centro. Era algo descarado, en negro y resaltando con absoluta nitidez.

      »-¡Mira! -gritamos-. ¿Qué signo es ése?

      »Lo reportamos a Madrid e insistí:

      »-Ahora estamos debajo. ¿Me tienen en pantalla?

      »-Afirmativo -contestó Madrid-. Usted aparece limpio, pero nada más.

»En ese instante me asusté. ¿Un campo de energía? ¿Podía afectar al avión? Aquella «cosa» gigantesca, inmóvil en el cielo, tenía que sustentarse de alguna forma…

    »Pero no. El instrumental no se vio afectado en ningún momento. No tuvimos problemas.

< El comandante García Rodrigo, testigo de excepción de una nave con la «H» en la panza. (Foto: A Tiedra.)

»¿Qué podía ser aquella «H»? No lo sé. Quizá unas compuertas cerradas. Quizá una marca o una protuberancia pintada en negro. Lo que estaba claro es que era algo artificial y perfectamente definido. A pesar del sombreado de esa zona, se distinguía con absoluta claridad. Al principio, lógicamente, no era visible, debido a la curvatura. Después, cuando lo tuvimos a unos ochenta grados, apareció nítido. Y recuerdo que dije:       

»-Madrid, reporto fenómeno ovni. Tome usted nota. Voy a hacer un informe oficial…

     »-Recibido.

     »Y así lo hice. Una copia fue para la compañía Iberia y otra para Aviación Civil. Todo esto, naturalmente, quedó grabado en las respectivas torres de control y estaciones de radar con las que establecimos contacto.

     »Entonces, el tráfico que volaba de Valencia a Madrid intervino de nuevo, confirmando mis palabras:

     »-Afirmativo. Vemos una esfera…

     »Sí, de eso se trataba: una esfera metálica. De eso no hay duda. De haber sido un globo estratosférico, habríamos apreciado las típicas deformaciones en las paredes. Además, como te digo, «aquello» no era elíptico. Era una esfera perfecta.

       »También activé el radar del avión pero, al igual que «Siesta» y Madrid, no captó nada. Y al dejarlo atrás nos apresuramos a dibujar el signo que habíamos visto en la base. El resto del vuelo fue normal. Según mis cálculos, la observación pudo durar alrededor de siete u ocho minutos. Es decir, durante algo más de cien kilómetros. Jamás lo olvidaré…»

      

Modelo de globo estratosférico. Nada que ver con lo observado en julio de 1985 por la tripulación de Iberia. [Gentileza del Centro de Lanzamientos de Globos Estratosféricos de Aire-sur-L´Adour, en Las Landas (Francia).]
Trayectoria de los dos aviones que observaron el ovni sobre la vertical de Maella.
 

La esfera metálica -según los pilotos- era enorme. Más de trescientos metros de diámetro. Para otros expertos, el ovni podía alcanzar 1.200 metros de diámetro (Ilustración: J.J. Benítez.)

Sevilla (1986): «Después, aquel hombre volvió a dibujar el signo, pero con cuatro arcos en los extremos de la «H», explicó la cantante. A la izquierda y abajo, los símbolos observados en las naves de Curitiba y Vitoria, respectivamente.

    > La «H» en el hall de la casa de J.J. Benítez, en Cádiz.

Sevilla (España), 1986 

Supongo que no fue casual. En 1995 abandoné el País Vasco y me trasladé a la tierra de mi padre: Barbate, en la costa de Cádiz. Allí construí una casa y, todavía no sé muy bien por qué, en el hall me empeñé en colocar el ya familiar símbolo «ummita». La mayor parte de cuantos acertaron a visitar aquella casa, en forma de ovni, preguntó, intrigada, el significado de la referida «H». Éste fue el caso de una de las personas que me honró con su presencia en la mañana del jueves, 20 de enero de 2000. Esta mujer, una extraordinaria y muy popular cantante, cuya identidad no considero oportuno revelar, se quedó perpleja al observar la gran «H» de piedra. Después, a lo largo del almuerzo, me confesó lo siguiente: «Yo conozco ese signo. Fue en 1986, en Sevilla. Me encontraba en un bingo, con dos primas mías, cuando, de repente, entró en el local un hombre de unos cincuenta años. Era delgado, con una barba canosa e iba vestido de oscuro. Caminó hacia nuestra mesa y se sentó a mi lado, a mi izquierda. El gesto nos extrañó. Había otras mesas libres y nosotras no lo conocíamos. Es más: el hombre retiró los abrigos situados a mi izquierda y ocupó la silla, a mi lado. Nos quedamos perplejas. Entonces, el hombre tomó mi cartón y, sin mediar palabra, dibujó un símbolo por la parte de atrás. ¡El mismo que tienes ahí, en el hall! Y escribió: «UMMO.» «¿Qué es eso?», le pregunté. Él respondió: «No lo vas a entender.» Y procedió a dibujar unas letras por debajo de la «H». Eran le­tras que no conocía, aunque me recordaron el griego: alfa, omega, etc. Hablaba raro. Parecía estar afónico. Me dijo que «algún día me acordaría de él», y se marchó. La verdad es que no he recordado el asunto hasta el día de hoy, al entrar en tu casa y ver ese símbolo, el mismo que me dibujó aquel señor. ¿Por qué lo tienes ahí?, ¿qué significa?, ¿qué tiene que ver conmigo?»

Voronez (Rusia), setiembre de 1989

El 9 de octubre de 1989, la agencia de noticias TASS asombraba al mundo con el siguiente comunicado: «Confirmado aterrizaje ovni en Voronez. Los científicos han confirmado que un ovni aterrizó recientemente en un parque de la ciudad rusa de Voronez. También han identificado el lugar y hallado rastros de alienígenas que dieron un corto paseo por el parque. Los alienígenas visitaron el lugar de noche, al menos tres veces. Una gran bola o disco fue visto suspendido en el aire sobre el parque, luego aterrizó, se abrió una portezuela y una, dos o tres criaturas similares a los humanos y un pequeño robot salieron de la mis­ma. Los alienígenas medían tres o cuatro metros de alto, pero las cabezas eran muy pequeñas, según los testigos. Caminaron cerca de la bola o disco y luego se introdujeron en la misma. Los testigos estuvieron aterrorizados durante varios días…»

      

El objeto se inmovilizó cerca del suelo. Se abrió una puerta y vieron aparecer una criatura gigantesca, sin cabeza. El ovni presentaba una señal luminosa en forma de «H».
Uno de los árboles destrozado en el descenso del ovni, en el parque de Voronez (Rusia).
 

     < Algunos de los testigos de los diferentes casos ovni registrados en Voronez a finales de setiembre y primeros de octubre de 1989.

     En mis archivos han sido registradas más de cien páginas sobre este célebre caso, acaecido en la ciudad rusa de Voronez, a poco más de cuatrocientos kilómetros al sureste de Moscú. En realidad, no fue un solo aterrizaje, como afirma TASS, sino varios, denunciados por numerosos testigos a lo largo de los días 21, 23 Y 29 de setiembre y 2 de octubre de ese año (1989). El más notable se produjo el 27 de setiembre, hacia las 18.30 horas. Según los testigos, al principio observaron una luz rosa que evolucionó sobre el parque del sur, en las proximidades del barrio de Levoberezny. Allí, en una parada de autobús, esperaban entre treinta y cuarenta adultos. En el parque en cuestión jugaba una decena de niños. Todos quedaron sorprendidos ante la presencia de la referida luz rosa. El objeto evolucionó sobre el lugar, presentándose como una esfera de unos diez metros de diámetro. Después se alejó, siempre en silencio. Al poco la vieron regresar. El objeto, de un color rojo intenso, parecía buscar un lugar donde tomar tierra. Finalmente se detuvo a unos diez o quince metros sobre el referido parque. En la parte inferior del ovni se abrió una puerta y los asombrados testigos distinguieron una silueta. Se trataba de una figura «humana», enfundada en una especie de buzo plateado y de una sola pieza. Era muy alto. Según los testigos, de unos tres metros. Parecía no tener cuello. La «cabeza» era prácticamente inexistente, «como un pequeño hemisferio entre los hombros». El ser -dicen- tenía tres «ojos» luminosos (el central se movía). La nariz era un agujero. En el pecho lucía un disco, «similar a un emblema». El «hombre» (?) miró a su alrededor y terminó desapareciendo. Acto seguido, la esfera (para otros testigos tenía forma de huevo o de plátano) descendió lentamente y tomó tierra. Al llevar a cabo esta maniobra, destrozó parcialmente un álamo. Según los testigos, el objeto presentaba una señal iluminada, en forma de «H», Al tocar el suelo, la puerta se abrió de nuevo y por ella salieron tres criaturas de cabezas puntiagudas, «como cabezas de alfiler». Eran muy altas (entre tres y cuatro metros), con buzos plateados y botas de color bronce. Junto a las criaturas aparecía una especie de robot. Uno de los seres empujó al robot y éste se activó. Acto seguido, todos ellos empezaron a dar vueltas alrededor de la nave. Uno de los seres emitía un extraño sonido («como si fueran órdenes»). Del pecho salía un haz de luz que formaba triángulos luminosos en el suelo («triángulos» de 30 por 50 centímetros). En esos momentos, la nave y las criaturas desaparecieron de la vista de los testigos, y reaparecieron a los cinco minutos, aproximadamente. Uno de los niños gritó, y uno de los seres lo miró con sus ojos luminosos y lo paralizó. Este ser portaba una especie de «tubo» de cincuenta centímetros de longitud, colgando de un costado. Entonces, la criatura apuntó con el «tubo» a otro de los muchachos y el joven desapareció de la vista de los testigos. Los seres regresaron al aparato y la nave ascendió y desapareció. Según algunos testigos, en el cielo quedó una especie de «X». En esos instantes, el joven «desaparecido» volvió a aparecer. En la zona quedaron huellas del aterrizaje. Según los expertos, el ovni podía pesar del orden de once toneladas. Algunos de los análisis detectaron en la zona de las huellas una radiactividad más alta de lo normal.

        

Diferentes versiones de los ovnis observados sobre Voronez en los últimos días de setiembre de 1989. En la imagen inferior, una esfera de cinco metros de diámetro con una puerta.
Robot observado por los niños de Voronez. Al parecer, salió por la puerta de la esfera de color rojo. El hecho tuvo lugar hacia las 21 horas del 23 de setiembre de 1989.
 

             

Otro de los niños de Voronez (Zenya Blinov) aseguró que el día 26 o 27 de setiembre, hacia las 19 horas, vio un objeto con ventanillas. De la nave salió un ser de unos tres metros de altura. «En la cabeza tenía dos ojos y, algo más arriba, una luz roja. En el pecho lucía un disco con tres puntos de diferentes colores y, algo más abajo, un rectángulo (?) que empezó a salir hacia el exterior del cuerpo.»
Emblema o símbolo que presentaba una de las naves observada en la ciudad rusa de Voronez en 1989 (dibujo de los testigos).
Colombia, noviembre de 1989

Con fecha 10 de febrero de 1991 recibí una carta procedente de Cundinamarca (Colombia). Dado su interés, la reproduzco en su totalidad:

Estimado J. J.

     Le debe resultar harto difícil a usted o a sus colaboradores, entresacar de entre el cúmulo de comunicaciones recibidas, algo que mueva su interés en razón de la posible verdad existente en ellas. Es obvio. Nos encontramos en el límite de lo imposible y todo el mundo desea ver más allá. Después de todo, es lo único que le resta hacer a los hombres.

     La razón de esta carta es un tanto diferente.

      Ante todo deseo hacerle llegar con humildad y respeto, una de mis novelas recientemente editada por Plaza y Janés. Espero que la encuentre agradable. Fue escrita durante mi larga estadía en Perú (1979-1987), época en la cual nos cruzamos en las llanuras de Chilca tratando de ver los OVNIS del amigo Sixto Paz Wells o visitando al médico de ICA y su colección de petroglifos.

Para ese entonces, yo ignoraba «cómo» mirar el mundo. Estaba demasiado ocupado en los problemas de la aviación mundial en mi cargo de Director Regional para Sudamérica de la OACI (Organización de Aviación Civil Internacional), donde, entre otras cosas, los informes de «avistamientos» venidos de los catorce gobiernos de Sudamérica, tenían como destino final, el archivo de las cosas inútiles. Apenas ló­gico.

Durante mi larga carrera aeronáutica, controlador de radar, piloto, ingeniero aeronáutico y finalmente diplomático de la aviación (lo más difícil), nunca tuve la fortuna de presenciar fenómenos que no pudieran explicarse. Sus escritos, los de Von Daniken, Ibrahim y muchos otros me llegaban como un algo refrescante de una posibilidad soñada pero no realizada. A la larga todos tenemos en nuestro interior el sutil anhelo de «algo más».

Esquivé adrede las logias y hermandades, ya que tenía y sigo teniendo el convencimiento que la búsqueda debe efectuarse hacia adentro. Además, para un individuo egresado de la Universidad del Aire de Oklahoma, de la Real Escuela de Tráfico Aéreo de Bornmouth (UK), de la École Nationalle de Aviación Civil de Toulousse y el M.IT de Massachussets, lo de los OVNIS resultaba un tanto ridículo, valga la expresión. Si el Director General de OACI para Latinoamérica hablase de OVNIS, la estructura que soporta la más grande organización aeronáutica del mundo se vendría al suelo.

     Como hecho anecdótico, alguna vez, mientras participaba en una sesión del Comité Mundial de Aeronavegación en Montreal, sede de OACI, se me ocurrió comentarle al Presidente de esa entidad, un noruego de ojos cristalinos y mente pragmática, el problema que presentaba el almacenamiento paulatino año tras año de los voluminosos informes de avistamientos y nuestra incapacidad de responder algo concreto a los numerosos gobiernos que los remitían, algo diferente a: «hemos tomado atenta nota del informe remitido por su distinguida oficina». El hombre me perforó con una mirada iracunda y me recomendó que me dedicase a lo mío. Demasiados problemas se tenía con el establecimiento de normas técnicas para construcción de aeronaves, aeropuertos, ayudas a la navegación e intereses políticos y financieros de los estados, como para ocuparnos de semejantes tonterías. La verdad es que me sentí ridículo. Pensaba sin embargo, que una cosa son avistamientos de amas de casa, de conductores de autobuses o niños exploradores y otra, aquéllos informados por pilotos de aviones F5, Mirage 2000, expertos en radar o comandantes de abordo con miles de horas de vuelo a su haber.

      El tiempo transcurrió. Quince años para ser más exactos.

       En noviembre de 1987, al alcanzar la edad que las Naciones Unidad, entidad madre de OACI, llama «early retirement age» me acogí a los beneficios (excelentes entre otras cosas) de la pensión de retirados y me dediqué a investigar, aplicando el raciocinio técnico adquirido en treinta años de experiencia aeronáutica, hurgando en libros nuevos y viejos, leyendo y releyendo autores «buenos» y «malos» en el campo de la «ovniología» llegando a una conclusión inicial pero importante: los farsantes son la gran mayoría.

El día 8 de noviembre de 1989, salió al aire por la televisión Colombiana (canal 9), un reportaje que se me hizo semanas antes, en mi calidad de Director de la OACI en retiro, sobre el asunto OVNI, dada la aparición por ese entonces en la URSS de algunos de estos artefactos y de sus tripulantes gigantescos al decir de algunos mujiks de la taiga siberiana. Se trató de un reportaje serio, en el cual además del suscrito, participaron el director del observatorio astronómico de Bogotá, el director del Instituto Geofísico de los Andes y otras «personalidades». Mi opinión fue que se trataba de fenómenos sin pruebas científicas válidas y que su veracidad era, como en casi todo este tipo de casos, altamente cuestionable.

Un día después, el 9 de noviembre, a las 7 pm, algo o alguien se encargó de romper mi escepticismo en pedazos.

Junto a mi esposa y mis cuatro hijos (un médico, un ingeniero electrónico, un comunicador social y una niña estudiante de bachillerato) fuimos «abordados» mientras conducíamos nuestro coche en un trayecto cercano a nuestra vivienda campestre entre las localidades de Tabio y Tenjo en el Departamento de Cundinamarca, a escasos treinta kilómetros de Bogotá, por un objeto alargado de dimensiones descomunales (dos o tres veces un Boeing 747), el cual no sólo contestó a la intermitencia de las luces del automóvil, sino que se detuvo sobre nuestro coche durante algunos minutos a una velocidad mínima y silenciosa y torció luego hacia occidente hasta perderse en un pequeño vallecito de las cercanías.

      El fenómeno fue observado por algunos campesinos de la localidad y una buena cantidad de veraneantes de la capital.

Le envío un anexo, copia del informe que me permití enviar en forma confidencial al Ministro de Aviación, un buen amigo que de seguro lo mantendrá en secreto o le dará tierna sepultura en un archivo inexpugnable.

Esta carta no intenta simplemente transcribirle un hecho de avistamiento igual a los centenares que supongo le serán enviados. No es ésa mi intención y espero que usted lo entienda así. No soy tampoco un autor en busca de promoción a través de alguien consagrado como J. J. Benítez. Poseo ingresos suficientes para vivir con relativa comodidad y el producto de mis libros es donado por lo regular a entidades de caridad.

El objetivo es el contacto con alguien que «conozca». Por la experiencia que vivo en la actualidad sé que «una cosa es lo que se es­cribe y otra lo que se sabe. No se puede escribir todo aún. Sólo se sugieren algunas cosas a ser entendidas por algunos. Aunque la apertura está cerca, no todo se puede liberar.»

Tras el avistamiento, mi vida y la de los míos ha cambiado. Entre el cúmulo de informaciones que se han recibido me intriga el signo que aparece en la fotocomposición casera que le envío y que planeo utilizar como portada de una novela ya terminada, «La Señal».

El emblema de marras ha aparecido en nuestros sueños y estados meditativos por meses. Alguien me ha dicho que en uno de sus primeros libros ha aparecido. Desafortunadamente he hurgado librerías de todos los tipos sin obtenerlo. Le agradecería que si no tiene objeción y si su tiempo lo permite, me explicara de que se trata.

Si todo esto tiene para usted alguna importancia, le rogaría que me lo hiciese saber. Los originales de LA SEÑAL están a punto de serIes entregados a P&J. Sin embargo, si usted desease leer las 242 páginas ya escritas antes de que salgan a la luz, bien podría enviárselas. La mayor parte de lo allí consignado ha llegado por «vía directa» y tengo la gran duda si su publicación sería conveniente.

      Buen amigo Benítez, excuse mi intromisión en su valioso tiempo. Si desea confirmar mi identidad puede hacerla a través de la Dirección de Aviación Civil en Madrid o directamente a Secretary General lCAO. Place de Aviation Civil. Montreal. Canadá.

Reciba un abrazo afectuoso.

Ing. Rafael de J. Henríquez Theran

Cundinamarca

Colombia.

RELACIÓN DE ACONTECIMIENTOS SUCEDIDOS EL DÍA  9 DE NOVIEMBRE/89

Hora 7:35 pm.

Mis hijos Ariel, estudiante de ingeniería electrónica de la Universidad de Santo Tomás en Bogotá, y Rafael Henríquez, médico cirujano recién egresado de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima-Perú, junto a mi sobrino Ricardo Castillo ingresan precipitadamente a mi residencia campestre en el K-5 de la carretera Tabio-Tenjo, y visiblemente excitados me informan que durante su viaje en automóvil desde el primero de los pueblos nombrados, han avistado un objeto luminoso en el cielo, el cual pareció seguirlos durante un buen trecho y posteriormente intercambió con ellos señales luminosas. Según la narración de los jóvenes, el objeto en cuestión pareció responder a las señales emitidas por ellos al encender y apagar repetidamente los faros del automóvil, efectuando una acción similar.

Ante tales informaciones, me dirigí en compañía de los ya mencionados familiares y junto con mi esposa Carmen y mi hija Alexandra hacia la zona de la carretera donde, según ellos, se había presentado el hecho.

La noche estaba despejada casi totalmente a excepción de pequeñas bandas de alto-estratos hacia la zona nororiental. El firmamento estrellado era fácilmente apreciable.

7.50 pm.

A la altura del kilómetro 2.5 antes de llegar a Tabio, establezco contacto visual con lo que, según ellos, era el objeto.

      Éste tiene intensidad lumínica superior en varias magnitudes a los astros de fondo en esa zona del cielo.

 Tras una leve detención del vehículo para una mejor observación, reinicio la marcha y dirijo el automóvil en la dirección en la que aparece el objeto luminoso.

           

Ingeniero Rafael de J. Henríquez.
Tras un avistamiento ovni, el ingeniero Henríquez Theran y su familia empezaron a «ver» este emblema en sus sueños y estados meditativos. Ellos, entonces (noviembre de 1989), no conocían su posible significado. (Gentileza de la familia Henríquez.)
7.57 pm.

La luz se reduce. Parecería que el objeto retrocede hacia el Oriente­Nor-Oriente. Siguiendo la carretera, continuamos en dirección hacia el foco de luz el cual se aleja cada vez más hacia la zona del Municipio de Cajicá.

8.00 pm.

Después de cruzar Tabio y continuar 3 o 4 kilómetros en dirección a Cajicá, se pierde el contacto visual. Descendemos del automóvil y moviéndonos a pie, efectuamos una exploración visual del cielo en esa zona. Las colinas cercanas al valle del Río Frío en la zona del Puente de la Virginia, reducen la visibilidad y dificultan las observaciones. Regresamos al automóvil y emprendemos el camino de regreso.

8.10 pm.

Tenemos una visión momentánea de la luz en el cielo. Ésta se desvanece tras las colinas en dirección hacia el Sur Sudoeste; en otras palabras, en dirección a Tabio desde donde habíamos venido anteriormente. Cruzamos Tabio sin observar nada. La iluminación del pueblo impide la visión.

8.25 pm.

Salimos del pueblo hacia el sur en dirección a Tenjo. A la altura del kilómetro 1,8, quienes van en la parte trasera del automóvil informan a grandes voces que la luz en el cielo comienza a seguimos. Detengo el automóvil y descendemos. La luz se ha detenido. Calculo que se encuentra a unos dos o tres mil pies de altura sobre el nivel promedio del valle. Su intensidad luminosa es alta. De encontrarse detenida, su estabilidad es absoluta. Ausencia total de movimientos de cabeceo o balanceo. No hay ruido de motores de explosión o turbinas ni zumbido de aspas de rotores.

8.32 pm.

Tras algunos minutos de observación, continuamos nuestro camino hacia el sur mientras la luz permanece estática.

A la altura del kilómetro 2,8 o 3, es avistada nuevamente. Mis familiares sostienen que la luz continúa en seguimiento nuestro. Después de un difícil viraje invierto de nuevo la dirección del automóvil. La luz se halla frente a nosotros aproximadamente a la misma altitud que en la ocasión anterior y a unos dos kilómetros de distancia. Enciendo y apago las luces del vehículo. A su vez, las luces del objeto volador hacen lo mismo. Descendemos todos del vehículo. La luz se ha detenido de nuevo.

8.43 pm.

En ese preciso instante cruza un avión comercial en dirección norte-noreste (posiblemente un vuelo hacia la costa atlántica que utiliza el SID <salida normalizada> hacia el radiofaro de Zipaquira). El objeto apaga totalmente su luz. Cuando el avión cruza su posición, la luz reaparece.

8.50 pm.

Resuelvo dirigirme hacia el objeto. Inicio la marcha de nuevo en dirección norte (hacia Tabio). La luz parece retroceder poco a poco. Sus desplazamientos son lentos como los de un aerostato (dirigible, zepelín, etc.).

8.55 pm.

Nos detenemos en una curva cerrada a 1 km de Tabio, aproximadamente. La luz se detiene. Utilizo los binoculares. La visión de frente no produce resultados. La luminosidad no permite establecer su forma. Luego comienza a moverse hacia nosotros manteniendo su altura inicial (dos o tres mil pies-800 a 1.000 metros). Llega sobre nuestras cabezas e inicia un viraje suave hacia su derecha, parecido a un viraje clase A (3 grados/s). La observación con los prismáticos es entonces posible: Superficie inferior gris oscuro mate, tres reflectores de alta potencia empotrados en el fuselaje (blancos a proa y a popa, rojo en parte media del fuselaje). Los reflectores son móviles y están orientados hacia abajo. Desplazamiento silencioso. No hay ruido de motores. Forma aproximada: ovoide alargada: Algunos de mis familiares observan pequeñas ventanillas a los lados (el reducido campo visual de los prismáticos me impide observar la nave en su totalidad). No se observan plantas propulsoras ni superficies de sustentación aerodinámica. No hay residuos gaseosos de combustión visibles ni radiación térmica de tipo luminoso (chorros de escape, quemadores posteriores (afterburners). No se observan tampoco luces de posición ni faros estroboscópicos ni de anticolisión.

9.00 pm.

La aeronave se desplaza lentamente (velocidad estimada 40 a 60 km/h) con dirección oeste hacia las estribaciones occidentales de la cordillera que circunda el valle de Tabio/Tenjo, 1 kilómetro aprox. del cerro de Huaica. Al llegar a lo que podría ser el valle de Subachoche, inicia un viraje escarpado hacia el sur penetrando entre las montañas y perdiéndose de vista.

Nota:

Además de los cinco integrantes de mi familia que presenciaron el evento e independientemente hicieron diagramas de la nave, el fe­nómeno fue observado por don Miguel Jiménez, su esposa Martha y por una enfermera a su servicio, residentes en la vereda de Huaica.  

      El mismo matrimonio tuvo un avistamiento similar al día siguiente, en las horas de la noche en medio del mal tiempo reinante.

Aunque se han efectuado observaciones posteriores de varias horas durante las noches de los días 11, 12, 13, 14 Y 15 de noviem­bre, los avistamientos no se han repetido.

Rafael Henríquez Theran.

Ex-Director Regional de la Organización de Aviación Civil Internacional, OACI.

Madrid, febrero de 1994

Aquella madrugada, entre la 1.30 y las 2 horas, Enrique Muro se encontraba en la cama, leyendo. Hacía frío…

«Recuerdo que me había tapado con dos mantas. De pronto, sin explicación aparente, empecé a sentir un intenso calor. Era una sensación incómoda, casi agobiante. Me sobraba todo. Empecé a sudar. Aquello pudo durar unos minutos. Entonces, necesitado de aire fresco, salté de la cama y me dirigí a la ventana. Ahora, con la perspectiva del tiempo, me horrorizo. Era febrero. Podía haber cogido una pulmonía…

> Enrique Muro, dibujando el disco y la «H» que vio en la panza del objeto. (Foto: J.J. Benítez.)

»La cuestión es que abrí la ventana y me quedé mirando el cielo. Estaba nublado…

»Segundos después, lo vi. Era un disco grisáceo, con un diámetro de veinte o veinticinco metros. Pasó exactamente por mi vertical, quizá a diez o quince metros sobre la azotea del edificio. Era impresionante…

»Me quedé absorto, mirando aquel objeto. No hacía ruido. No tenía luces o, al menos, yo no acerté a distinguidas. Navegaba muy despacio, como si «bailase»…

»Pude observado a placer. Lo vi en su totalidad. Y nada más verlo descubrí aquel «relieve», en la base. Era una enorme «H». Me pareció un emblema. Quizá formaba parte de la estructura. Como te digo, tuve la sensación de que sobresalía, resaltando del resto. Era una «H» con los brazos ligeramente curvados hacia el exterior (?). Medía alrededor de diez metros…

»No supe qué hacer. Allí estuve, mirando, casi hipnotizado, hasta que desapareció por la azotea del edificio de enfrente. Supongo que lo tuve a la vista durante seis o siete segundos. Después regresé a la cama. No podía creerlo…

»Ahora estoy seguro: aquella sensación de calor no fue casual. Yo tenía que ver «aquello» por alguna razón…»

El extraño emblema, en negro, destacaba sobre el disco grisáceo.

El ovni pasó por la vertical del testigo, a poco más de veinte metros de altura.

Trayectoria del ovni, al nordeste de Madrid.

 
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